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Blogs French 75 por Salvador Sostres

La parte del diablo

Salvador Sostres el

En toda obra del hombre, Bergamín lo dice, Dios pone siempre la mitad: o no la pone y tiene que ponerla el diablo. Más que la sordidez, detesto el rédito comercial que la sordidez genera. Cada titular de periódico o programa de televisión o de radio es el niño Gabriel otra vez asesinado.

No puedo comprender con qué parte de qué humanidad te fundes en el furor por la calamidad. No entiendo qué te lleva a enfermizamente chutarte la droga embrutecedora y morbosa de las especulaciones, teorías, causas o detalles de lo que pasó. Las entrevistas con los vecinos, con los lugareños, con los familiares. No comprendo que las televisiones lo hagan y todavía menos que tú te lo tragues. ¿Qué impulso, qué resorte selvático, qué educación de tus padres te mueve a golpear las ventanillas del coche de policía que se lleva al reo?

Es la minoría moral del pueblo, la muchedumbre desbocada, el asco aflorando por la cloaca. El atraso. Lo que no pone Dios y que lo pone el diablo. También tiene sus afueras la Creación. Cuando llevamos días sin llover sube un hedor muy parecido a lo que huele esta sucia pasión por lo macabro.

Me pregunto quién os estropeó, y cómo, de dónde viene tanto dolor que necesita tanta negritud para calmarse. Si algún día pudierais contestar estas preguntas, si ni que sólo fuera una vez pudierais decir la verdad, tal vez estos horribles sucesos no volverían a repetirse nunca más.

Porque, ¿sabéis?, lo que en verdad pienso es que cada apasionado espectador de la tragedia es un rumiante de violencia, masticáis el drama ajeno hasta que un día como otro creáis el vuestro. Como una simpatía, como una cadena. Como una herencia de desgracia. También la Creación tiene sus afueras y cuando Dios no tiene planes, los tiene el diablo.

Aquí estáis chapoteando en este intolerable charco de sangre y no os mueve el estupor sino el ansia, tal como el vértigo no es miedo al abismo sino ganas de tirarse. Fúnebres regodeos, llamáis a la muerte mucho más de lo que la muerte os llama.

Vuestro dominio es lo truculento, la exaltación del dolor ajeno para disimular el vuestro. Sois la vergüenza de Dios, tanta vida desperdiciada. Sois la partida ganada del diablo, tantos dones malversados. ¡Corred a carroñear lo que queda del cadáver! Hay que estar ciego para no ver que transportáis el crimen en vuestra miserable obcecación escarbante.

Todas las categorías del mal están representadas en vuestra visceralidad desalmada. Cuando os oigo hablar en los cafés y en los restaurantes de la última brutalidad noticiada, veo contenida en vosotras la clase de maldad necesaria para ahogar a un niño y guardarlo en un pozo. Lo funesto os caracteriza, sois los días que hace que no llueve, la parte del diablo, el asesinato revivido en cada una de vuestras palabras, la oscuridad que nos acecha. El mundo a vuestro paso queda triste, desolado.

Las que gritáis cuando pasa el coche de policía con el asesino detenido sois las que cualquier día, quizá mañana, dejaréis al mundo sin palabras con una atrocidad que, todavía hoy, nos resulta inimaginable.

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