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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Las camareras

Salvador Sostres el

Contrasta en España la gran atención que prestamos a los cocineros y el poco prestigio que tiene la sala, como si servir todavía fuera de esclavos. Es de país desestructurado no reconocer la importancia de los intérpretes y no pagarla. Se ha escrito mucho -yo lo he hecho- sobre la última metáfora de cada cocinero pero sin su sala afinada en el punto exacto no sería nada.

A propósito de ello, uno de los grandes dramas de los restaurantes es lo que empeoran las camareras cuando salen de trabajar y la decepción que uno se lleva si alguna vez las ha de ver vestidas de calle. Si en la sala brillan con su uniforme y su poder y encarnan el lujo de la casa, envueltas en sus harapos, peinadas a su manera, con sus pírcings restituidos, fumando ese terrible tabaco de liar y como Cenicienta ya sin el entorno mágico se les transparenta la clase social, el entresuelo y todo lo que nuestras madres nos reprocharían si las lleváramos a cenar.

Existe una sola excepción a tan clamoroso desencanto. Es el Celler, en Matadepera, el municipio más rico de España. Las camareras son chicas de familias importantes, educadas en el prestigio de su linaje, que trabajan mientras estudian porque éste es el sentido de disciplina, rigor y autoexigencia que muy acertadamente sus padres les transmitieron. Y si en la sala te maravillan por su oficio, su categoría y su inteligencia, cuando muestran su estilo todavía resultan más atractivas y no sólo no cabe la decepción sino que la fascinación se multiplica.

Nos puede gustar un gesto o un cuerpo y nos pueden dar morbo las más retorcidas situaciones vividas o imaginadas. Pero somos una clase social y lejos de nuestros códigos postales todo nos acaba resultando incómodo. Somos una clase social y lo desubicado nos “pica” como las lanas inadecuadas. Creemos que el amor nos libera pero nuestra libertad es nuestra condición mucho más que los sentimientos, tan sobrevalorados, y la moda de esta emocionalidad populista y barata que nos arrastra. Lo apetecible dura un desahogo pero lo que nos hace sentir bien y tiene la dimensión longitudinal de lo que importa ha de parecerse a lo que nos enseñaron en casa. Siempre regresamos.

Los resortes que conocemos, el suave tacto de tus sábanas de la infancia reproducido en la piel de la mujer que sabes lo que quiere y sabe lo que tú necesitas sin que sea necesario decir ni una palabra. Romero y lavanda. La vida encaja cuando se sustenta sobre lo que somos en lugar de inútilmente tratar de construir castillos en el aire. Los idealismos son sanguinarios. Entendemos aquello para lo que fuimos educados y es absurdo luchar contra los instintos. Tengo amigos que creen que es un exceso preguntarle a una chica, en la primera cita, si está bautizada. No pueden estar más equivocados. Es la primera pregunta y la que nos dice si tiene algún sentido continuar preguntando.

El Celler de Matadepera no está por casualidad en el municipio más rico de España ni tampoco por azar su cocina es a la vez sencilla y brillante: la calidad, cuando está segura de sí misma, no necesita sobreactuar para deslizar su gracia. Todo fluye en el Celler como una sobremesa en casa de la abuela, entre el pastel de cumpleaños de una de sus veinte nietas y la hora en que empieza el partido del Barça o del Madrid. La camarera que hoy te sirve el champán tiene la humildad que aprendió de su educación de pago pero tú sabes que mañana podría ser tu abogada. Ella nunca intenta empatar contigo pero tú sabes que tu arte es breve y su vida muy larga. Todo es cierto y sutil como cuando mandábamos y perder era el guiño pactado para que el partido no pareciera comprado.

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