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En el funeral de Miguel Blesa

Salvador Sostres el

No puedo tener peor opinión de lo que Miguel Blesa hizo y representó: fue la parte de razón que tienen los que critican el sistema y el capitalismo; fue el mercado amañado, la trampa de la libertad, el intervencionismo más cínico y disfrazado de liberalismo para humillarlo, la burla cruel e hiriente de la creación empresarial y del sentido del honor en que se basa la derecha -o se tendría que basar.

Pero alguien le puso ahí y no fue alguien inocente, ni desconocido, ni le promocionó por motivos altruistas. Alguien le puso ahí y él hizo favores a muchos que hasta hace dos días presumían y se aprovechaban de ser sus amigos. No les vi en su funeral ni les he visto en ninguna parte lamentando la pérdida de su ser querido.

Hoy parece que Miguel Blesa no tuvo amigos ni ayudó a nadie. Su desierto funeral me mueve a olvidar todos sus pecados y a sentir en cambio un profundo desprecio por los ausentes. Nunca me he escondido de mis amigos y en su desgracia les he procurado acompañar incluso más, y de más cerca, y más visible que en sus horas felices. Vivir desgasta. El amor mancha. Yo soy y asumo todos y cada uno de los defectos de mis amigos y eso no tiene nada que ver con defender o justificar lo que hayan podido hacer mal sino con continuarles queriendo exactamente igual y desde el centro de la pista. Se esconde lo vergonzoso y el amor siempre es un honor.

Los que faltaron al funeral de Miguel Blesa son los que le pusieron donde le pusieron para que hiciera lo que hizo y su ausencia revela su culpa, además de su indecencia: me aburre escribir sus nombres y no hace falta porque todo el mundo los sabe. También vosotros lo sabéis, los escondidos, los miserables: mala gente, ratas. Abandonar a un amigo en su desgracia es una de las más abyectas formas de bajeza. No despedirle ni tras su muerte solitaria y trágica es de almas de trapo o que ni existen.

Somos lo que defendemos y cuando vivir cuesta entonces eres dueño en lo que vales. Nunca he necesitado que mis amigos fueran perfectos ni inocentes para quererles. Me gustan con su culpa y su angustia y su fin del mundo que tanto se parece al mío y a los abismos con que todos cargamos. Nunca me esconderé de ti porque sería como esconderme de mí y yo no sé vivir así.

Descanse en paz Miguel Blesa. Creo que Dios se inclinará por el perdón expedito porque ya por anticipado le castigó lo que tenía que castigarle -y puede que hasta bastante más- cuando le presentó a sus amigos.

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