Tiene la ligereza de lo que parece casual sin que se le note el cuidado y tiene la soltura de la cadena flexible de Dios para no resultar ni brusco ni molesto y ser la prolongación de cualquiera de tus gestos mientras piensas en la inminencia de otra cosa.
Pero resiste con fiera lealtad y muchas cajas fuertes se han abierto con más facilidad que ver caer un botón de Bel. La calidad se compra a peso y hay que ser bastante torpe para cortar mal. El lujo, como la monarquía, está en los detalles, en lo que parece que no importa y acaba señalando la distancia. La distancia.
Entre lo vecinal y lo extraordinario hay un abismo que se concreta en un botón de Bel. Al final de una conversación que no lleva a ninguna parte te salva del dolor el orden que resiste en un botón bien cosido y saber que sobre su exactitud podrías volver a levantar el imperio te hace sonreír.
Cuando el mundo se desmorona, te abrochas la chaqueta y tocas nácar, La Civilización proclama su superioridad en tu mano y sabes que siempre habrá para ti alguna esperanza.
Un botón de Bel es el resumen de todo aquello por lo que merece la pena vivir, Beatriz guiándote entre lo que cuesta comprender, el detalle que la turba cree absurdo y por eso es turba, el esplendor que rebota en el ojo del ciego, el amor temblando en el alambre que decide la dicha de cada vida y si vas a morir en paz.
Hay un botón de Bel que se apiada de tu imperfección disimulándola como los cielos de verano y las estrellas caen sobre la costa herida para calmarla.
Hay un botón de Bel en tu camisa o en tu teba que lo sabe todo de ti y que fue cosido para que recordaras que Dios no se cansa nunca de perdonarnos y que más bien somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
“Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes”. La ternura de lo que es extraordinario y que los años han acariciado para alisártelo. Como el ejército redentor de todo lo que defendemos, el botón exacto de Bel resbala para encajar en el ojal entre tus dedos agraciados.
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