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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Mi amigo Macià Alavedra

Salvador Sostres el

Honda satisfacción de la peor Cataluña por la confesión de Macià Alavedra. Macià es amigo mío y me honro con su amistad. Siento hacia él una profunda admiración y una absoluta gratitud. La admiración por su cultura, por su inteligencia, por su habilidad social, por su humor finísimo incluso cuando la vida le ha puesto a prueba de la peor angustia. La admiración, también, por su estilo, por su aire, por sus cabellos blancos, por sus maneras que lo convierten en el único político catalán que podría ser presidente de la República Francesa o emperador de Hungría. Vale más su noble melena blanca que cualquier materia gris de este país nuestro de “trinxeraires”.

Mi gratitud es por la continuidad histórica de la Cataluña de Pau Casals o Francesc Pujols, con quienes compartió exilio; mi gratitud es porque Macià y su mundo compensan la funesta tradición de la Cataluña izquierdosa e incendiaria, palestina, y que como los palestinos no pierde ninguna oportunidad de perder una oportunidad, ni parece que vaya a desaprovechar ninguna como mínimo en los meses que han de venir.

Mi gratitud es por la amistad, por la generosidad, porque en Barcelona o en París he comido muchas veces con él y nunca he podido pagar; porque cuando he necesitado su ayuda la he tenido de la manera más efectiva y desinteresada, y su consejo ha sido siempre lúcido y siempre útil, y en no pocas ocasiones me ha hecho evidente su discrepancia cuando ha creído que me equivocaba: y se ha tomado la molestia de enfadarse conmigo cuando le habría salido más a cuenta y dejarme hacer de error en error hasta el fracaso final.

Para mí la amistad no depende de ninguna confesión, ni de ninguna culpabilidad, pero he escuchado lo que ha dicho mi amigo en el juzgado y no me ha parecido ver el indicio de ningún delito. Que yo sepa, cobrar comisiones es legal. Y el 4 por ciento, aunque es la cifra habitual, siempre me ha parecido escaso y más si es a repartir entre tres. También hasta donde sé, no hay ninguna evidencia de tráfico de influencias, y precisamente la operación que Macià y Prenafeta comentaron con el entonces consejero Castells (PSC) no se hizo.

No me ha parecido ver, en la confesión del Macià, ningún indicio delictivo, sino más bien el indicio del miedo de un señor mayor que lamentablemente ya sabe lo que es entrar en prisión gracias a los imperdonables excesos del penoso juez Garzón. Yo también habría confesado y pactado cualquier cosa a cambio de la libertad, y por mucho que creo que tanto él como el Lluís Prenafeta son inocentes y habrían sido absueltos, entiendo que en un asunto tan serio no haya querido arriesgar.

Pero nada de esto ha importado a la peor Cataluña, a la desdichada Cataluña que Companys armó, que Carod legitimó y que siempre nos ha llevado al desastre. Esta Cataluña de la racaille organizada, ajena a cualquier compasión y que cree que el ruido puede sustituir a la inteligencia. Antes, esta Cataluña estaba localizada en la izquierda, pero ahora ha afectado a otros órganos hasta el colapso total, como una metástasis. Esta Cataluña que sólo aspira a empatar en defectos, sin reivindicar nunca ninguna virtud. Esta Cataluña de derribo que no sabe construir nada.

No entiendo cómo se puede vivir así, ni de qué extraña manera se puede aspirar a ser medianamente feliz teniendo una idea tan pobre de la misericordia y una sensibilidad tan seca. Recuerdo cuando detuvieron al consejero Ausàs (ERC) por causas mucho menos dudosas de las que afectan a Macià y a Prenafeta. Con el consejero no éramos amigos pero teníamos muy buena relación y no sólo no se me ocurrió permitirme ninguna ligereza al respecto sino que de la manera más directa que encontré me puse a disposición de su familia por si podía serles de alguna utilidad. A veces creo que los que menos sentido de Estado tienen son los que más lo reclaman: Companys de nuevo, y la interminable colección de pordioseros a los que ha inspirado. Es la Cataluña que se toca los pies mirando “Pa negre” o “Incierta glòria”, que se regodea en la sordidez, en la desgracia, y que no es de izquierdas por ideología sino porque su ámbito es el asco y se siente insegura en la esperanza que cura, que nos salva.

Sé que Macià tiene defectos, como los tengo yo y como los tiene todo el mundo. Pero en la contabilidad de los hombres libres deben prevalecer los méritos, dando por descontada la imperfección humana. Hay que vivir instalado en el corazón del más oscuro de los resentimientos para ser catalán y no recordar y entender las aportaciones de Macià Alavedra. Como consejero de Gobernación creó y desarrolló los Mossos, con el humor -el humor finísimo que decíamos al principio- de fichar Miquel Sellarès y el acierto de destituirlo. Como consejero de Industria contribuyó de manera decisiva al desarrollo del sector, favoreciendo el negocio, las importaciones y las exportaciones, poniendo facilidades a las empresas que querían instalarse en Cataluña; y se valió de su talento social para contribuir al éxito en operaciones significativas para la economía catalana. Como consejero de Economía fue siempre prudente y moderado, favoreció la creación de riqueza sin olvidar a los más necesitados y resultó decisivo en los brillantes pactos del Majestic, entre CiU y el PP de José María Aznar, unos pactos que ahora el soberanismo desprecia pero que fueron de gran valor en la época, y que aún hoy, debidamente actualizados, podrían ser una solución para la tensión entre Cataluña y el Estado, una solución no tan brillante como la ficticia independencia gratis y cobrando que el independentismo promete, pero sin duda mucho más agradable que el abismo, tan real, hacia el que cabalgamos, con su conocido y catastrófico final.

He visto al mejor maitre del Occidente liberado rindiéndole honores de jefe de Estado, cuando me sentía humillado yendo por el mundo teniendo que admitir que mi presidente era Montilla y decía que era Macià. He visto a la mejor Cataluña reflejada en sus memorias, y la peor Cataluña haciendo mofa de su debilidad, siempre en voz baja, siempre a escondidas, como los que quisieron derribar la estatua de Franco que Ada Colau plantó delante del Born, que fueron encapuchados porque incluso tras más de 40 años de muerte el general todavía tienen miedo de que una estatua suya les vea la cara.

Cuando Cataluña se ha parecido a Macià, y al mundo del Macià, y al mundo de los amigos de Macià, las cosas las hemos hecho bien, nos han ido bien y hemos podido estar orgullosos; y hemos podido escribir la historia sin tenerla que reescribir pasados ​​los años, inventándonosla, para no pasar vergüenza.
Sí, yo soy amigo de Macià Alavedra y hoy, como siempre, luzco su amistad como una banda de honor. Mi gratitud y mi admiración. Valen más los defectos de Macià que la calderilla supuestamente virtuosa de los patanes que siempre fueron nuestra derrota.

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