Es inexacto decir que Ciudadanos se acerca a Podemos porque nunca estuvieron alejados. Son los dos populismos de España, les une mucho más de lo que les diferencia, son una cosa y lo mismo la arrogancia de Pablo y la arrogancia de Albert, y ambos recurren a una retórica igual de vulgar y de vacía para disimular el argumento único de su vanidad y de sus ganas de figurar.
Si a Podemos le va mejor que a Ciudadanos es porque el terreno de la demagogia populachera le es mucho más propicio a la izquierda, sobre todo si es extrema, que a cualquier simulacro centrista y ya no digamos centro-derechista: es una obviedad que no tendría que requerir grandes demostraciones para ser comprendida y sin embargo ha destrozado a Convergència en Cataluña y a Ciudadanos le hizo palmar, en sólo seis meses, ocho diputados.
Albert y Pablo se juntan y se juntarán hasta compartir el espejo, porque les puede más el narcisismo que el cálculo electoral. Al presidente Rajoy le bastará con no cometer errores no forzados para alcanzar la mayoría absoluta surfeando sobre los errores de sus adversarios. Si el PSOE dejara de hacer el tonto con Pedro Sánchez y de ser el populismo de sí mismo, podría también sin demasiado esfuerzo dejar definitivamente atrás a Podemos y conseguir desde el centro con vocación mayoritaria de Felipe González volver a ser un partido útil para España.
Mientras tanto, con el sonajero de la higiene y de la transparencia arriba y abajo, Rivera se parece cada día más a aquel anuncio de un detergente de Manuel Hernández Mancha, con quien la entonces Alianza Popular tocó fondo justo antes de que Aznar llegara. La derecha perdona los errores pero no las payasadas.
Si persiste el flirteo de esta semana, la sola decisión que le quedará por tomar al presidente Rajoy es el punto cocción al que quiere el lechal -a mí me gusta que “encara plori”- para convocar elecciones en el momento exacto y comerse a Ciudadanos con patatas.
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