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La hija de la etarra

Salvador Sostres el

La etarra a la que han permitido salir de la cárcel para cuidar a su hija de tres años, a la que su padre etíope apuñaló y que salvó la vida de milagro.

La etarra es una asesina. El padre también. La etarra dejó a muchos hijos sin padres o sin tíos o sin hermanos. Y a mucho padres sin hijos, lo que es todavía peor. Lo del padre etíope y asesino no hace falta ni comentarlo.

La etarra se quedó embarazada estando en prisión: es para darle un premio a la política penitenciaria que permite que estas cosas pasen. Y da una idea de cómo es la madre, además de etarra: quedarse embarazada para tener a una hija en la cárcel. ¡Bravo!

¿Y entonces qué? ¿Liberamos a la madre para que pueda cuidar de la niña, que no tiene culpa de nada? Es lo que ha pasado.

Pero dicen algunos que para proteger a la niña de una madre etarra y capaz de haberse quedado embarazada en la cárcel, lo más compasivo y adecuado sería alejarla de semejante monstruo y darla en adopción.

Otros no entran en detalles infantiles y se centran en que una etarra tiene que cumplir íntegra su pena, y que si ella sufre porque su hija quede al cuidado de los servicios sociales -como así ocurre cuando los hijos de las presas cumplen tres años-, más sufren los que para siempre perdieron a sus familiares asesinados.

Entiendo y comparto los argumentos contrarios a la liberación o semiliberación de la etarra. Entiendo y no estoy seguro de no compartir lo de darla en adopción, pero yo habría hecho exactamente lo mismo que ha hecho el juez, porque todo lo que somos física y moralmente, espiritual y materialmente, está comprendido en este vínculo fundamental de una madre y su hija (o en el de un padre con su hija, si no la apuñala, claro) y que los etarras no sean capaces de comprenderlo, y sean unos asesinos de padres e hijos, no significa que nosotros no lo comprendamos. Que los etarras no sean compasivos no significa que nosotros no lo tengamos que ser. No nos podemos dejar arrastrar o ensombrecer por la bajeza. Nuestra Humanidad tiene siempre que marcar la diferencia si no queremos que se nos trague la bestia.

Es incomprensible e irresponsable que se le permita a una etarra -o similar- quedarse embarazada en la prisión, y puedo hasta creerme que la presa se quedara preñada expresamente para llegar a esta solución.

Pero una vez el vínculo entre madre e hija se ha formado, una vez tenemos a una niña de tres años apuñalada por su padre y con el único referente de su madre, la misericordia y la piedad son nuestras únicas posibles respuestas; y no porque le debamos nada a esta etarra, ni a ningún otro etarra, ni porque nuestras leyes sean demasiado duras, ni porque despreciemos el dolor de las víctimas del terrorismo.

Es todo lo contrario: precisamente porque nuestras leyes son justas podemos aplicarlas sin crueldad; precisamente porque nosotros no somos terroristas y respetamos y nos sentimos extraordinariamente cerca del dolor de los familiares de las víctimas de ETA, sabemos que una niña de tres años no es una terrorista, y que como todas las niñas necesita a su madre, y más si se salvó de milagro de morir apuñalada por su padre. Sabemos también que el dolor no cura el dolor y que la Justicia no puede ser vengativa, y menos contra quien no ha hecho nada.

La decisión del juez de liberar a la etarra no puede ser entendida como una debilidad o derrota de la Justicia, del sistema o de las víctimas del terrorismo. Es su más indiscutible victoria, su más luminosa demostración de superioridad, porque al contrario de las bestias nosotros sí sabemos que una madre con su hijo, y la piedad, son las dos caricias con que Dios iluminó la Tierra.

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