ABC avanzó el pasado martes que el PP especula con adoptar la ridícula moda de las primarias, como si viéndose sobrado de fuerzas se dedicara a florituras innecesarias. Las primarias son para gente que tiene problemas. Para las inteligencias razonadoras está la jerarquía.
La democracia interna es un absurdo conjunto vacío. En casa somos demócratas pero nuestra familia no funciona votando, porque ganaríamos mi hija y yo y siempre sería Navidad en el Tívoli Gardens. Don José y Pedro Monje también son demócratas pero en Via Veneto los camareros no votan: obedecen, y muy bien, las órdenes de sus patrones. ¿De qué otra manera podríamos cenar?
La derecha pierde cuando deja de confiar en sus instintos, y las primarias, como los referendos, contradicen el fundamental principio de autoridad y excitan las bajas pasiones de la tribu. ¿Cuándo le salieron bien las primarias al PSOE? De Borrell hasta Sánchez se reflejan todas las categorías del estupor. La libertad de la masa no consiste en andar suelta, porque se desparrama, sino en ser pastoreada.
La derecha es que alguien mande y alguien obedezca. Y esto es lo que, puertas adentro de cualquier organización, ha funcionado siempre. La Iglesia ha aguantado más de dos mil años amando y perdonando porque sus escasas votaciones están restringidas a muy pocos elegidos y se producen bajo la atenta supervisión del Espíritu Santo; lo que no significa que San Juan Pablo II no defendiera heroicamente la democracia hasta hacer caer el Muro.
Los de las primarias están en la oposición y buscándose a sí mismos. Sería ridículo que el PP se dejara llevar por los flautistas de la derrota. De la derecha esperamos higiene, orden y que nos facilite la vida; y no que exhiba sus interioridades como una petarda de saldo y revista. Tenemos mucho por hacer y poco tiempo para perderlo en tonterías.
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