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La prensa española ante Podemos

Salvador Sostres el

Estamos dando carta de naturalidad a actitudes que no son compatibles ni con la democracia ni con nuestro marco convivencial. Estamos tan podridos de corrección política, de mainestrimismo, y de esas tontas ganas de quedar bien con todo el mundo; estamos tan sujetos al cliché, sobre todo aquellos que más listos se creen, y que acaban inevitablemente, dramáticamente naufragando en el lugar común en cada columna y en cada tertulia; que no nos damos cuenta de hasta qué punto estamos blanqueando a tipos, a ideologías y a partidos que son los herederos de los que provocaron los mayores desastres del pasado siglo.

No estamos a la altura, no lo estamos. La clase periodística española, una de las más vanidosas y con menos motivos para serlo, se está dejando llevar por los más ramplones prejuicios, por una letal mezcla de resentimiento y de narcisismo. Una clase periodística a la que no se puede ni acusar de olvidar las categorías importantes porque directamente las ignora, y que falla clamorosamente en su deber de vigilancia, en su obligación fundamental de alertar del peligro inminente, que en nuestro caso es el de la extrema izquierda populista y totalitaria.

A Pablo Iglesisas y a su legión se les trata con compadreo y con condescendencia, se “llama buen parlamentario” a quien ha demostrado ser no más que un macarrra, y se contemporizan sus insultos, y sus veladas amenazas, en nombre de una falsa modernidad y de una indignación impostada, porque pese a la demagogia populista, y a la comedia de tantos, tantos y tantísimos opinadores y columnistas, España es un país donde se vive muy bien, en unas condiciones climáticas, económicas y políticas envidiables y con unos servicios públicos tan eficientes y generosos que hasta la Guardia Civil acude a rescatar a etarras atascados en la nieve, en una demostración más de que los que odian son siempre los mismos, los que matan son siempre los mismos, y los que vienen a salvarnos son también siempre los mismos.

Por inconsistencia, por dejadez y por mediocridad, la mayor parte de nuestras crónicas políticas son más duras y más agresivas contra el Partido Popular y contra el presidente del Gobierno que con el totalitarismo que nos acecha, y se alimenta de nuestro relativismo. No es ideología, es cobardía. La cobardía de significarse. La cobardía de incomodarse. La cobardía de tener que acabar pagando el precio de la verdadera libertad, que nunca es gratis. Tenemos una clase periodística demasiado cobarde para estar a la altura de la exigencias que el momento político planeta, demasiado perezosa intelectualmente, demasiado hundida en el resentimiento social. Una clase periodística que no tiene una idea clara de lo que es la libertad, y que suele militar en una vulgaridad que no se encuentra ni en los más sórdidos lupanares. El poco aprecio al talento es otra característica de nuestro tiempo.

El mal existe y no podemos hacer nada para evitar su existencia. Pero podemos alzarnos y vencerle si entendemos cómo funciona el mundo en qué vivimos y las condiciones que necesita el hombre para prosperar en su esfuerzo por ser libre y feliz. Es más fáicl insultar a Rajoy y reírle las gracias a Pablo Iglesias para que os tenga en cuenta si llega al poder algún día. O como mínimo para que no os haga el paseíllo, que tiene que ser muy desagradable. Es más fácil balancearse entre el montón, vivir de la filigrana estéril, hablar con un acento que no sobresalga y fingir que no tenemos defectos a cambio de no defender ni una sola de nuestras virtudes. El mal no necesita puertas abiertas. Le basta con las grietas, le basta con el espacio que dejan cada una de tus columnas, y con ese deje, ese deje con que pretendes situarte en un plano de distancia y de superioridad como si sólo tú encarnaras la altura moral y todo lo demás fuera basura inrtercambiable.

Hay excepciones, altísimas excepciones. Pero el relato en su conjunto que la prensa española está creando de nuestro momento político es exactamente el que necesita Podemos para que nos vayan entrando en casa sin que nos demos cuenta; y ya sea tarde, muy tarde, demasiado tarde cuando al fin reaccionemos.

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