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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Un leve dolor en el brazo

Salvador Sostres el

Resbalé en el club un día de julio y me hice bastante daño en el brazo. En la muñeca, concretamente, y en general la musculatura hasta el codo me quedó dolorida. Visité a mi traumatólogo, Orozco, y a una osteópata, Alba, que hicieron lo que pudieron pero sin demasiado resultado. Llevé una férula que compré en Vielha. Tomé Voltarén. Estuve de mal humor por no poder coger a mi hija en brazos ni poder jugar con ella, a lo bruto, en la piscina.

Después del oprobioso verano, septiembre ha llegado a hacer las paces. Ya no me duele el brazo, ni sufro cuando juego con la niña y la férula la olvidé en el Sushi 99 del Eurobuilding y no creo que vaya a buscarla. Todavía tomo calmantes porque la vida resplandece en los fármacos.

Ahora tengo un leve dolor en el brazo, que es algo bello y señorial, porque son atletas y estúpidos -si me permiten el pleonasmo- los hombres a los que no les duele nada. Algo ha de dolerte para poder llevar una vida elegante. En mi caso se trata de un dolor noble, agradable, que te recuerda que tienes brazo, y que cuando hace rato que no lo notas fuerzas la postura para asegurarte de que todavía te pertenece. Es un dolor nada molesto y que forma parte de mi vida. Como un hábito más, me duele levemente el brazo. Ahora es una de mis rutinas aplicarme cada mañana una crema rica en árnica. Además en la misma muñeca llevo el iWatch con una pantalla en la que dice la hora Mickey Mouse. La derecha es una decantación y para comer bien antes hay que matar. ¡Qué buen disparo! Se acerca el tiempo de comer liebre a la royal.

Nunca me había sentido tan bien acompañado como por este dolor de media tarde en el Ritz, por esta melancolía clasicista, pequeño juego del equívoco, gran farsa de ser todavía joven aunque con los operarios desmontando ya el escenario.

Tímidas sombras de la muerte se me van aproximando, todavía indecisas, todavía desdibujadas, y todavía con arrogancia podría desdeñarlas, y creer que se han marchado. Pero sé que vinieron para quedarse: de un modo nada trágico, pero para quedarse, con la distinción aristocrática de este leve dolor en el brazo, pero para quedarse conmigo ya hasta el final. 

Hay un día en que te das cuenta de que no te pasan cosas, sino que vives un proceso. Y ya has cumplido cuarenta años, y ya cuando escribes el instrumento está afinado, y ya se amontona detrás tuyo un abrumador pasado, y ya empiezas a decir adiós, haciendo el signo de la ola con la mano, notando cómo la vida responde más despacio, aprendiendo cómo el amor se va volviendo nuestra única divisa contra el naifragio, contento de sentir todavía, porque estás vivo, un leve dolor en el brazo.

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