Salvador Sostres el 23 jul, 2015 -Será una niña. -Pues ya sabes quién te cuidará cuando seas viejo- me respondió Valentà Puig, sin duda el mejor poeta que hoy España tiene vivo. TodavÃa no he llegado a esa edad pero en junio cumplà 40 y ya no soy inmortal. Ayer resbalé en el club y al caer tuve el instinto de poner la mano izquierda. TenÃa una cena al cabo de dos horas, asà que pasé por la Teknon y le dije al doctor que me hiciera lo que quisiera pero rápido y sin quererse lucir en el adorno. Me pinchó algo que todavÃa me molesta pero el dolor del brazo bajó, y me hizo poner un cabestrillo por el enfermero. Me tomé una foto y se la mandé a mi mujer, que está en la masÃa de sus padres pasando unos dÃas con la niña. Cuando Maria vio la foto de su padre lesionado quiso enseguida hablar conmigo y entre sollozos me decÃa que querÃa volver a Barcelona para cuidarme. No era el ruego de una niña asustada. No era el llanto reflejo provocado por una impresión demasiado fuerte. No habÃa estridencia en sus infantiles palabras, sino la activación más pura e intensa del vÃnculo sagrado y su instinto de protegerme. Ahà emergÃa ella, madre a sus todavÃa no cumplidos 4 años, preocupada porque su padre se habÃa hecho daño y deseosa de venir a asistirme en lo que necesitara y de tomar el mando para mi recuperación inmediata. Ya sé quién me cuidará cuando sea viejo. Y ahora. Ahora que sin ser viejo todavÃa, empiezo a ser torpe. Maria, hija mÃa, no conocerás nunca mi desvelo, los dÃas y las noches vividos en el sobresalto por la intuición del peligro más improbable. No tendrás idea -como asà tiene que ser- de las dudas y la angustia de saber qué es lo que mejor te conviene para alcanzar la hora más afÃn. No hay tregua, no hay descanso, soy un centinela de infinita vigilancia, sin turnos y sin sueño, sin nada más que tus cuatro años en el horizonte, y los cinco, y los seis, y los treinta. Y sin embargo esta noche de julio tu ruta del salmón ha comenzado, remontando las aguas hasta tu padre. Si te he de ser sincero, esperaba que quemáramos las etapas más despacio, pero aquà estás con tu voz y tu inquietud, con tu amor tan salvaje como el mÃo. Asà nos llama la especie, percutiendo en el vÃnculo por excelencia, resumen de todos los demás amores, entre un padre y una hija están escritos todos los Evangelios, todas las esperanzas, todas las salvaciones. Ya mucho menos me dolió el brazo cuando acabé de hablar con ella, o mucho menos me importaba mi dolor mundano frente al trazo divino de la llamada de mi hija. Somos piedad y vamos a necesitarla. Somos amor al que no le importa rebajarse y nunca sabes de que sótano tendrán que recogerte para que vuelvas a la vida brillante. Maria, hija mÃa, no tengas prisa por remontar las aguas, ni por cargar el peso del mundo en tus espaldas. Aquà de momento quien cuida soy yo, por mucho que me duela el brazo. Los padres tenemos más orgullo que noches de verano, pero no pienses ni por un instante que seré capaz por mucho que viva de olvidar la emoción de tu llamada. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 23 jul, 2015