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Los refugiados son los inocentes de la tierra – Farhad Bitani (Afganistán)

Ignacio Gil el

 

 

“Nací en guerra, no conocí ni un día de paz mientras viví en mi país”. El balance de muertos en Afganistán supera los tres millones de muertos, pero ya no es noticia. Sus primeros recuerdos son de la violencia extrema que veía a diario, “se convierte en una parte cotidiana de tu vida. El sonido de mi infancia es la ausencia absoluta de silencio”. El crujir de los tanques, el silbido de las ráfagas de balas, los estallidos demoledores de las bombas y los morteros, los gritos de las sirenas, las alertas en las radios… tampoco puede olvidar la imagen macabra de los cuerpos ensangrentados y despedazados amontonados en las calles cada vez que salían de los subterráneos donde se protegían de los bombardeos.

Farhad Bitani nació hace 36 años en el seno de una familia privilegiada, su padre era jefe muyahidín, “señor de la Guerra”, fueron quienes lucharon contra la ocupación soviética en la década de los 80. “En la base de la violencia está el odio, y el odio nace del desconocimiento”. Por eso desde hace años trabaja por impulsar el diálogo y la paz intercultural e interreligiosa. “El diálogo es el arma más poderosa que he conocido”. Sabe de lo que habla.

En 1996 los talibanes, apoyados por Estados Unidos, conquistaron el 95 % del país. Su padre fue apresado y encarcelado, y Farhad tuvo que esconderse. Fue testigo de primera mano del giro radical que se produjo en Afganistán, “los fundamentalistas acaban rápidamente con dos cosas, con la educación, cerrando las escuelas, y con la libertad de la mujer. Sometiéndolas les quitan la libertad para educar libremente a sus hijos”. Su mundo seguía girando en torno a la violencia, todas las semanas en los estadios se producía el “espectáculo” del enjuiciamiento público de los “pecadores o infieles”, El pueblo, animado por los jefes talibanes, participaba en lapidaciones, mutilaciones y ejecuciones públicas. Su madre le pedía que no asistiera, pero el quería ser como el resto e ir. No conocía la piedad, ni la justicia. La violencia, aun extrema, le era indiferente.

Se exilaron primero a Irán. A lo largo de los años en los que estuvo viviendo fuera de su país algo en su interior cambió. “En realidad al nacer todos, por nuestra condición humana, tenemos un corazón blanco, puro, pero las experiencias de violencia y odio lo van ensuciando y endureciendo”. Fueron pequeños gestos de bondad, de solidaridad y de entrega personal los que le fueron transformando. Los cuidados de la madre de un compañero, de una “infiel”, o ver a un niño kamikaze que no se hizo explotar al tener que atentar contra un general americano quien tiempo atrás había repartido comida en su barrio. “El cambio sale de dentro de ti. Existe un punto blanco en el corazón del hombre que no cambia ni con la violencia ni con el poder, y sale a relucir con pequeños gestos de humanidad, que van llenado el vacío de nuestro interior”.

En ese punto en el que se cuestionó todo lo aprendido hasta el momento, leyó el Corán íntegro,  y descubrió que la teoría que le habían enseñado en realidad no estaba en el libro sagrado, y “en cambio descubrí que podía llamar hermano a cualquier persona, de cualquier religión. Es más, dice que ningún hombre debe tomar la vida de otro”. “El problema pues no está en el Islam, la religión en sí, sino en los musulmanes, y más concretamente en los fundamentalistas y la interpretación que le quieren dar. El fundamentalismo es más peligroso que la mafia”.

En el 2011 volvió a Afganistán por última vez, y sufrió un atentado del que salió herido grave. Y en su país está condenado a muerte. Finalmente solicitó protección internacional en Italia. Se sigue definiendo como musulmán, “pero antes que musulmán, cristiano, hebreo o ateo, todos somos humanos y hermanos. Entender esto marca un camino de acercamiento, de respeto y de dialogo permanente, es el camino a la paz”.

“El nuevo Dios es el dinero y por eso hay violencia en nuestro mundo. Los refugiados son los inocentes de la tierra, escapan de las guerras promovidas por los poderosos”. Nos despedimos y nos insiste “en el fondo del corazón del hombre está el rechazo al mal”. Sus palabras nos dan esperanza.

Rocío Gayarre

 

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