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Mañana será un día mejor – Rachida Kamal (Marruecos)

Ignacio Gil el

 

 

Vivían en Kobani en una casa grande, con todas las comodidades. Su marido Cheikh Aissa, de origen kurdo era empresario y ella trabajaba en comercio electrónico y era profesora de francés. Tuvieron cuatro hijos, y cuando la pequeña tenía tan solo cuarenta días su mundo se les vino abajo. El Daesh atacó brutalmente su ciudad y en pocas horas “No había nada. Nuestra casa completamente destruida. Se veían muertos en las calles. Los colegios y los comercios cerraron. Vivir con niños en medio de esa destrucción y bajo la amenaza de muerte era imposible ya. A pie, y con lo puesto, salimos huyendo hacia la frontera con Turquía”. Fue hace cuatro años. Habían iniciado un largo camino, lleno de dificultades, dolor, frustración y carencias. Confiesa que ha sido tan duro o más el exilio como sobrevivir durante la guerra.

Se sucedieron los cruces de frontera y desde Marruecos cruzaron a Europa por Melilla. En España permanecieron un tiempo pero siguieron camino hasta Alemania. Cada etapa de su peregrinaje les ofrecía nuevos retos. Pasaron hambre, miedo, y la frustración de no ser dueños de sus vidas, de no poder decidir donde establecer su nuevo hogar, donde empezar de nuevo. En las noches de carretera, en las tiendas de campaña donde estuvieron recluidos con muchos otros refugiados, en los días donde no conseguían nada de comer, sus hijos lloraban. Rachida les consolaba con rotundo “tranquilos, mañana será un día mejor”. En Alemania creyeron que habían llegado a un destino seguro y definitivo. Pero hace unos meses, sin previo aviso, la policía irrumpió en su casa de madrugada y les desalojó, enviándoles a España por ser el lugar donde legalmente debían realizar su solicitud de asilo.

Las heridas están aun muy abiertas, los recuerdos aun escuecen, pero Rachida y Cheikh Aissa no quieren seguir mirando atrás. Están recibiendo apoyo de varias organizaciones, Madrid for Refugees y Pueblos Unidos, entre otros.  Aprendió a cocinar entre fogones, observando a su madre y a su abuela, en su Casablanca natal. En Siria siguió aprendiendo nuevas recetas de su suegra. “Me encanta cocinar platos de mi tierra. Soy feliz compartiendo lo que cocino con los demás. El ingrediente más importante en la cocina es la alegría”. Cocinar para compartir, cocinar para recuperar la esperanza, cocinar para echar raíces y para integrarse, cocinar para sanar las heridas, cocinar para volver a sentir el respeto y la libertad.  Participa en el Refugee Food Festival, cocinará el sábado en el restaurante 80 Grados Next Door. Tanto su marido como ella van a luchar para encontrar trabajo y para salir adelante. Solo necesitan una oportunidad. “Al final, no nos podemos quejar porque estamos juntos, la familia al completo. Y sobre todo, confiamos que cada día será mejor”.

Rocío Gayarre

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