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Pujol y los filisteos

Federico Ysart el

Ayer publiqué en La Tercera el artículo siguiente sobre el caso Pujol:

Pujol y los filisteos

Siete millones y medio de habitantes, cuarenta y una comarcas, novecientos cuarenta y seis ayuntamientos; no es tan grande Cataluña como para que el hombre que todo lo controló durante veintitrés años… y después también, no conozca dónde cada cual esconde sus trapos sucios. ¿Resistirá Jordi Pujol la tentación de desvelar lo que sabe, de romper el círculo de confianza, la complicidad que ha hecho posibles los desmanes de su clan ahora descubiertos?

La clase política catalana no resistiría el cataclismo que el pequeño gran hombre, hoy defraudador confeso, puede provocar sacudiendo las entretelas de sus rivales. Comenzando por el partido de los socialistas catalanes que se acalló tras aquella denuncia que hace nueve años lanzó en el Parlament Maragall, presidente de la Generalitat a la sazón.

Se debatía acaloradamente sobre unos desprendimientos en el metro barcelonés, y a la bronca intervención de Artur Mas, jefe entonces de la oposición, replicó Maragall acusando “ustedes tienen un problema y este problema se llama tres por ciento“.

El portavoz del partido de Pujol recriminó la denuncia del socialista porque entre ambos partidos, dijo “hemos de hacer cosas muy importantes al servicio de este país y para ello es muy necesario que entre ustedes y nosotros siga existiendo un cierto círculo de confianza política”.

Y, efectivamente, rehicieron la confianza mutua “por una sola razón, que interesa mucho al país, y es que Catalunya tiene de ahora en adelante cosas muy importantes que hacer”. Fueron las últimas palabras de aquel President socialista, y la denuncia pasó a la historia… que ahora se rescribe.

Hace unos días un portavoz socialista afirmó que sólo tras escuchar a Pujol en el Parlament apoyarían la apertura de una comisión de investigación sobre el caso solicitada por los populares. ¿Y si no acudiera a hablar?

La comparecencia parlamentaria de Pujol, solicitada por todos los partidos menos el suyo, podría celebrarse si la Comisión de Asuntos Institucionales de la cámara autonómica así lo aprobara el 2 de septiembre próximo, y siempre que el ex honorable accediera a hacerlo, a lo que no está obligado. Tiempo hay de aquí a entonces como para que muchas cosas puedan suceder, desde la ratificación de la omertá que hasta ahora ha amparado tantos desmanes hasta la ruptura definitiva de todos los círculos de confianza.

Los partidos que han tocado poder en Cataluña, y de modo especial los socialistas y la izquierda republicana, no deben de tenerlas todas consigo; la autoinculpación de Pujol, por fragmentaria que sea, es un paso adelante que no tiene vuelta atrás.

Aunque el personaje podría quedarse donde ahora está, sacrificado como chivo expiatorio de su familia y de toda una clase política corrompida por un insensato afán de enriquecimiento torticero. Su inmolación sería celebrada con aquellos versos iniciales de Espriú en su canto a Sepharad: “A vegades és necessari i forços que un home mori per un poble”. Al fin y al cabo, rumiarían todos ante el cadáver en vida del infamado, el padre era uno de los nuestros.

La alternativa sería no menos heroica pero de consecuencias demoledoras: morir matando. En este caso la inmolación se llevaría media Cataluña por delante; algo así como el “muera yo con los filisteos” de Sansón al derribar las columnas maestras del templo y sepultar a todo un pueblo con sus príncipes.

Así podría cerrarse esta historia explosionada en pleno desafío secesionista, a cinco meses de la amenaza del referéndum. Porque el vacío que le ha hecho la sociedad catalana, comenzando por su propio partido, ha de pesar en su conciencia tanto o más que la humillación sufrida por la confesión forzada de su pecado ciudadano. Evasor de impuestos.

Datos, fechas, cuantías, depósitos, bancos, protagonistas, intermediarios, bufetes, asesorías, todo lo que el Estado tardaría años en descubrir sobre la corrupción en la política catalana; todo el enmarañado tráfico de influencias tejido en torno a ayuntamientos, diputaciones, al propio gobierno y sistema judicial autonómicos, y a sus instituciones culturales, deportivas y sociales; todo ello expuesto a la luz pública por el propio Pujol significaría el final de la quimera independentista. O el principio de una nueva renaixença catalana sobre bases más cabales. Su sociedad volvería a ser abierta y cosmopolita, libre para dejar atrás el provincianismo atosigante en que ha caído.

La reconocida capacidad de Jordi Pujol para la trascendencia, o la mera perspicacia que se le atribuía, le habrán hecho reflexionar sobre la oportunidad en que se ha producido el descubrimiento de lo que permanecía oculto tras la puerta de su patio trasero que se ha visto obligado a entreabrir.

Ahora no se ha envuelto en la bandera catalana, como hizo en los años 80 del pasado siglo al ser procesado como responsable de la crisis de Banca Catalana. Apenas llevaba entonces seis años al frente de la Generalitat y González presidía en Madrid el primer gobierno socialista tras la Transición.

El paso de los años le ha ilustrado sin duda sobre el poder del Estado de derecho, así como del alcance y capacidad de respuesta de sus instituciones cuando las situaciones de emergencia, o simples desafíos, requieren acciones terminantes.

Jordi Pujol i Solei tiene en su mano restablecer la cordura perdida por la clase política a la que ha dedicado su vida, y de cuyo desarrollo es en gran medida responsable; dirigentes y partidos que hoy mantienen a su clientela encelada en un laberinto sin salida, y han hecho dejación de sus responsabilidades de gobierno, desde la de cumplir y hacer cumplir las leyes hasta las de ordinaria administración.

Tiene también el poder necesario para liberar al partido que fundó para encauzar la expresión de la burguesía liberal y nacionalista catalana, hoy dominado por su aliado parlamentario, la izquierda republicana, sus reales adversarios políticos por no hablar de enemigos de clase.

Y sobre todo, el compromiso ante todos los ciudadanos españoles de reparar lo que ha destrozado: la confianza en las instituciones públicas, algo que va más allá del ámbito familiar que ha tratado de proteger valiéndose de su edad. Cargar sobre sus espaldas las responsabilidades penales que pudieran recaer sobre sus deudos no es ejemplar ni de recibo.

Fer país. Aquella primera bandera suya significa hoy romper los círculos de confianza, destapar la corrupción, desanudar las redes de favores mutuos; barrer tanta mugre acumulada para consolidar un país de personas realmente libres y solidarias. Nos lo debe.

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