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Cataluña a cuatro bandas

Federico Ysart el
Los cuatro bastones de gules

El cierre del debate general sobre la Nación puso en evidencia algo tan sabido como ignoradas son sus consecuencias: falta el consenso preciso para resolver el follón montado el señor Mas y sus amigos. Ante el secesionismo, los representantes del pueblo soberano mostraron cuatro facetas bien diferenciadas.

Unos pidieron la adhesión al referéndum que la Generalitat acordó por mayoría. Una consulta a los ciudadanos catalanes y catalanas para que puedan decidir su futuro. Así rezaba la propuesta ignorada por una inmensa mayoría pese a la fuerza encerrada en eso de: “los ciudadanos catalanes y catalanas”.  Pero, sobre todo, ¿seguirían pensando acaso que aún gobernaba el país aquel Talleyrand de vía estrecha, leonés nacido de Valladolid, que hace diez años y medio dio alas al problema con su solemne pronunciamiento en el Palau Sant Jordi: “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”?

Otros, una subcomisión dentro de la Comisión Constitucional para ver cómo meter lo del Estado Federal, entre otras cosas, pensando que con ello satisfaríanse los secesionistas y mantendría en pie su franquicia catalana. Los socialistas también se quedaron bastante solos y tuvieron que soportar alguna broma con sus pasos adelante y atrás sobre la cuestión del referéndum.

Los terceros, la mayoría popular, se impuso para apoyar al Gobierno a tomar cuantas medidas le permita el ordenamiento jurídico para preservar la unidad de España, como una nación de ciudadanos libres e iguales sometidos únicamente al imperio de la ley. Todo ello arropado con alusiones a la estabilidad, la moderación y disposición al diálogo.

Y la cuarta podría estar significada por la petición de los magenta: habilitar al Gobierno para castigar económicamente a las comunidades autónomas por su falta de lealtad constitucional o el incumplimiento de las leyes mediante la compensación o retención de la deuda con las cantidades que ha de transferir.

Una  carambola a cuatro bandas parece más factible que amarrar el consenso necesario para dar salida al secesionismo impulsado por el gobierno de la Generalitat. Cuatro son también los bastones de gules sobre campo de oro que exhiben los territorios del antiguo reino de Aragón y el propio escudo nacional.

No siempre fueron cuatro los palos de Aragón que, puestos a creerse leyendas, algunos catalanes siguen viendo en ellos la sangre de Guifré el Pilós, el fundador de la casa de Barcelona muerto tres siglos antes de que apareciera su primer vestigio heráldico. Las barras podían ser pares o impares, tres o seis en función de la anchura del escudo en cuestión, hasta que lo reglamentó en el siglo XIV Pedro IV de Aragón, apodado precisamente el Ceremonioso.

Cuatro son desde entonces, como las provincias catalanas y como cuatro son las bandas del billar sobre el que ayer se cerró sin mayor gloria el debate sobre el estado del país.

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