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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Humor y sátira periodística por Fleet Street

Humor y sátira periodística por Fleet Street
NUE04. NUEVA YORK (NY, EE.UU.), 08/07/2014.- Fotografía cedida por Dow Jones & Company hoy, martes 8 de julio de 2014, que muestra la sala de redacción del "Wall Street Journal" (WSJ). Uno de los periódicos más respetados y más vendidos del mundo, el "Wall Street Journal", cumple hoy 125 años, en los que ha sobrevivido a varias crisis periodísticas y económicas, ha visto cómo las cotizaciones ganaban influencia política y su historia se mezclaba con la de los propios mercados. Sus fundadores, Dow Jones & Company, acabaron dando nombre al principal indicador de la bolsa neoyorquina; sus suscriptores suman actualmente 2,2 millones, sus vitrinas 35 premios Pulitzer y su archivo, abierto hoy al público en su web, es una lección de historia de los Estados Unidos, desde el 8 de julio de 1889 a la portada con la que hoy ha llegado a los quioscos. EFE/Dow Jones/SOLO USO EDITORIAL/NO VENTAS
Pablo Delgado el

Se ha hablado, se habla y se seguirá hablando, de que el periodismo está sufriendo una reestructuración en su forma y en su ser, que lo está llevando a un nuevo modo de acercar la cotidianeidad de lo ocurrido a los ciudadanos. De buscar la verdad para contarla, desde lo más local y cercano hasta aquello que pueda derribar gobiernos, pasando por los análisis fundamentales, para poder entender mejor la información, así como, las opiniones adecuadas, estructuradas y realizadas con un rigor y un fundamento esencial, para crear conocimiento y crítica de los hechos ocurridos.

A día de hoy, creo que queda poco de esa idea «romántica» del periodismo y/o periodista, dispuesto a buscar la exclusiva en la calle o mediante la búsqueda de fuentes en un artículo de investigación y realizada con rigor, ya que las nuevas tecnologías y la sociedad han puesto a la orden del día un nuevo modelo de periodista, el que se pasa horas delante del monitor, haciendo no se sabe qué. Aunque en épocas pasadas también existía este prototipo periodístico, pero en vez de estar delante del monitor, se encontraba detrás de un escritorio con una gran cantidad de papeles esparcidos por su mesa.

En la novela Al final de la mañana (Impedimenta), escrita por el británico Michael Frayn (Londres en 1933) y publicada por primera vez en 1967 hace un retrato de unos periodistas entregados a sus escritorios. El texto solía tener el estatus de un libro de culto entre los editores ingleses. En el, Frayn crea a John Dyson, un periodista que trabaja en un periódico londinense, en la época en la que la flamante Fleet Street está todavía en plena ebullición (una de las calles más importantes de la ciudad de Londres), con una gran historia para el periodismo londinense, ya que en ella en el año 1702 se publicó el primer número del primer periódico diario de la ciudad, el Daily Courant, seguido por el Morning Chronicle. Una popularidad de la prensa escrita que iba creciendo a pasos agigantados pero que se vio restringida debido a varios impuestos a principios del siglo XIX, en particular por los impuestos en papel. El Peele’s Coffee-House en el número 177-8 de Fleet Street se hizo popular y fue la sala principal del comité de la Sociedad para derogar ese impuesto al papel. La sociedad tuvo éxito y el deber fue abolido en 1861. Junto con la derogación del impuesto periódico en 1855, esto llevó a una expansión definitiva de la producción de periódicos en Fleet Street naciendo así la «prensa de centavos» (periódicos que costaban un centavo) que se hizo muy popular durante la década de 1880.

En el siglo XX, Fleet Street y el área próximo estaban dominadas por la prensa nacional y las industrias relacionadas. El Daily Express se trasladó al número 121, en 1931, The Daily Telegraph en el 135-142. En la década de 1930, el número 67 albergaba 25 publicaciones separadas. Para entonces, la mayoría de los hogares británicos compraban un periódico diario producido en Fleet Street. Aunque en la actualidad muchos periódicos nacionales prominentes se han alejado de Fleet Street, el nombre sigue siendo sinónimo de la industria editorial y de impresión.

La calle que fue hogar del The Times y The Sun, podría formar parte de ese retrato bucólico y algo gris en las primeras páginas de la novela de Frayn. Desde una perspectiva alta, a través de la ventana de ese despacho que parece estar sumido en un letargo y una rutina en la que los periodistas que lo componen y dan vida, se aburren soberanamente, alternando con las largas visitas al pub (con la correspondiente pinta) y con siestas que se prolongan durante toda la tarde.

 

«-Hacia media tarde siempre me entra la modorra – dijo Dyson, al tiempo que bostezaba y se reclinaba sobre la silla de oficina, con las manos entrelazadas en la nuca-. Tendría que dejar de tomar cerveza en las comidas. A mi edad, el organismo ya no las aguanta tan bien como antes».

 

Dyson es un editor de medio pelo, casado, padre de dos hijos y vecino de un suburbio decadente que no termina de prosperar, y que sueña alcanzar la fama y la vida burguesa. Tiene la impresión de que su carrera está paralizada y se pasa el día compartiendo sus penas con Bob, su subordinado, un joven que no sabe muy bien cómo enfrentarse a sus propios problemas (también amorosos). Hasta que un buen día se le presenta su gran oportunidad: va a asistir a un programa de la BBC para participar en un debate sobre el conflicto racial.

Un retrato de periodistas plagados de claroscuros, envueltos en conversaciones tan brillantes y de lenguaje preciso, en un desarrollo en el que los vaivenes de dichos personajes hacen vivir al lector cada instante con una plenitud literaria cargada de sátira y aderezada con el humor inglés excepcional. Unos antihéroes quejicas que convierten el texto en adictivo por saber más de ellos y hasta donde podrán llegar. Por lo que, la novela tiene más o menos de todo: el compañero de despacho de Bob el soñador escritor ayudante que solo quiere escribir reseñas de libros para el New Statesman, Dyson el subdirector neurótico que no puede mantener el suministro de columnas, o hacer que sus clérigos rurales contribuyan a sus plazos, un anciano de cabellos canosos y calcinados que solo puede recordar los viajes olvidados y que recupera noticias de hace varias décadas para volver a plasmarlas, el editor de imágenes al que acosan para que se valla sin que le echen. Y el joven que entra en prácticas y que empieza a revolver las vidas de estos aburridos periodistas.

Siempre hubo, también, un interés en adivinar si Frayn se había basado en el Observer o The Guardian, que en aquellos días eran instituciones separadas. Frayn ha contado que era una oficina bastante ficticia. Al periódico nunca se le da un nombre. Pero la sección puede formar parte hoy, perfectamente, de alguna redacción. Aunque las prisas de la actualidad y por hacerse con el click en las webs no invite a ello ni a los artículos reposados.

Michael Frayn es novelista y dramaturgo, uno de los pocos escritores alabados por crítica y público tanto en un género literario como en el otro. Ha traducido obras de autores rusos, como Tolstói, y se le considera el mejor traductor de Chéjov al inglés. Empezó su carrera periodística en The Guardian, pasando después a The Observer, donde trabajó hasta 1968. En ambas cabeceras pronto destacaría por su afilada pluma satírica. Es autor de más de una quincena de obras teatrales, entre las que destacan títulos como Qué desastre de función (Premio London Evening Standard, elegida por los británicos como una de sus tres obras favoritas de todos los tiempos) y Copenhague (ganadora del Premio Tony a la Mejor Obra en el año 2000). Frayn se sirve de la comedia para explorar todo tipo de ideas filosóficas y conflictos familiares y sociales. Algunas de sus novelas más conocidas, además de Al final de la mañana (1967), son The Tin Men (1965, ganadora del Premio Somerset Maugham), The Russian Interpreter(1966, ganadora del Premio Hawthornden), Una vida muy privada (1968), La trampa maestra (1999, finalista del Premio Booker) y Juego de espías (2002, ganadora del Premio Whitbread de novela).

En definitiva, Al final de la mañana, es una de las grandes obras que representan y describen un oficio desde la perspectiva mencionada del humor y la sátira, pero que no deja lugar a dudas, del mensaje que manda Frayn de representar a un ser humano, que llega a fracasar incluso en el fracaso. Una buena novela para recargar pilas en lo que queda del verano y espero que cuando este llegue a su fín no le pase lo mismo, en la actualidad ni el futuro, a este oficio esencial para el avance de las sociedades y que como bien dice Alfonso Armada (periodista y presidente de Reporteros sin Fronteras) «Me gustaría creer que, si volvemos a invertir en periodismo, es decir, en mejorar el relato de la realidad, en contar historias extraordinarias, como quería Walter Benjamin a comienzos del siglo pasado, los lectores volverán a pagar por leer noticias en cualquier soporte, y tal vez a comprar diarios de papel, a viajar por esas sábanas que ordenan el caos del mundo cada día».

 

«Pasadas las ocho de la tarde, las ventanas empezaron a vibrar (…) Una regla que sobresalía un poco del escritorio del viejo Eddy Moulton se fue desplazando de lado, muy despacio, hasta perder el equilibrio y caer al suelo. Las rotativas del sótano se habían puesto en marcha para la primera edición».

 

Al final de la mañana // Michael Frayn // Impedimenta // Traducción de Olalla Gracía // 2018 // 22,50 euros

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