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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Kennedy, el candidato superman

Kennedy, el candidato superman
Pablo Delgado el

Nadie tenía grandes dudas de que Kennedy sería el candidato, pero, si salía elegido, no solo sería el presidente electo más joven, sino que sería el hombre con el atractivo más convencional que hubiera ocupado la Casa Blanca y, según algunos, su esposa se convertiría en la primera dama más bella de la historia de Estados Unidos. Era imposible que no volviera a surgir el mito, porque la escena política de América sería también la película favorita de América, el primer culebrón americano, el primer bestseller. […] «Bueno, ahí tenéis a vuestro primer hipster», comenta un escritor que uno conoce en la convención. «Un Sergius O’Shaugnessy rico de cuna», y tienes la tentación de asentir porque podría ser cierto, un héroe de guerra, y el heroísmo es auténtico, incluso excepcional, un hombre que ha vivido con la muerte, que, con una lesión en la espalda, aceptó someterse a una operación que lo mataría o lo devolvería al poder, que decidió casarse con una dama cuyo rostro podía ser demasiado imaginativo para el gusto de una democracia que prefiere que sus primeras damas sean ejecutivas de la gestión en el hogar, un hombre que se expuso al suicidio político al dejarse la piel para conseguir un nombramiento cuatro, ocho o doce años antes de estar preparado, según sus colegas políticos de mayor edad, un hombre que anuncia una semana antes de la convención que los jóvenes están mejor preparados para dirigir la historia que los mayores. Sí, llama la atención. No es el típico candidato que siempre lleva la voz cantante gracias al manual rutinario de seguridad. […]

Uno tuvo la oportunidad de estudiar un poco a Kennedy en los días posteriores. Su estilo en las conferencias de prensa era interesante. No demasiado popular entre los periodistas (demasiado moderno pero, al mismo tiempo, demasiado difícil de comprender, no recibió ni de cerca los aplausos dedicados a Eleanor Roosevelt, Stevenson, Humphrey o incluso Johnson), se comportaba con una fría elegancia a la que no parecían importarle los aplausos. Su actitud era, en cierto modo, similar a la pose de un buen boxeador, rápido con los puños, cuidadoso con el ritmo y a un paso del rincón cuando la campana ponía fin al asalto.

Sus respuestas dejaban ver una inteligencia ágil, un humor mordaz típico de Harvard, un perspicaz sentido de la proporción al despachar preguntas difíciles a las que siempre daba una respuesta que era suficiente para resultar formalmente satisfactoria sin exponerse a una nueva pregunta que fuera más allá de la primera. […] Sin embargo, había una vaga indiferencia en todo lo que hacía. No daba la sensación de ser un hombre presente en la sala en cuerpo y alma. Johnson se entregaba por completo, era un animal político, respiraba como un animal, sudaba como tal, uno sabía que su mente estaba totalmente centrada en el compendio de maniobras y hechos políticos. Sin embargo, Kennedy a veces parecía un joven profesor cuya actitud era apropiada para el aula pero cuya mente estaba lejos, perdida en los entresijos de la tesis doctoral que estuviera escribiendo.

Quizá se podría explicar esta discrepancia diciendo que era como un actor que había sido fichado para el papel de candidato, un buen actor pero no uno genial, porque eras consciente en todo momento de que el personaje era una cosa y el hombre otra. […] Sin embargo, uno no sabía si debía apreciarse este carácter esquivo o desconfiar de él. Uno podría estar ante la fuerza de una sensibilidad superior o la indiferencia de un hombre que no era del todo real para sí mismo. Y su voz no daba ninguna pista. Cuando Johnson hablaba, uno podía distinguir qué era un fraude y qué era auténtico, había sido un actor digno del mismo modo que lo eran Broderick Crawford o Paul Douglas; uno podía ver sus emociones o al menos parecía que sí podía. Sin embargo, la voz de Kennedy era solo una voz aceptable, demasiado aflautada, casi estridente, que recordaba al chasquido metálico de un grillo en algunos momentos. Era más impersonal que el hombre y, por ello, se convirtió en la cualidad menos impresionante en un rostro, un cuerpo, una elección del lenguaje y un estilo de movimientos que componían una presentación más que decente, mejor de lo esperado. […]

Su calidad personal tenía una intensidad sutil, imposible de describir, una sugerencia de una mordaz vehemencia contenida quizá. Sus ojos grandes, las pupilas grises, el blanco de los ojos prominente, casi impactante, componían su rasgo más convincente. Tenía los ojos de un montañero. Por muy sorprendente que parezca, su aspecto cambiaba según su estado de ánimo y eso hacía que el hombre fuera más interesante que lo que decía. En un momento, parecía mayor de lo que era, como si tuviera 48 o 50 años, un profesor alto y delgado, bronceado por el sol y con un agradable rostro curtido, ni siquiera especialmente guapo, y cinco minutos después, dando una conferencia de prensa en su jardín con tres micrófonos ante él y una cámara de televisión dando vueltas, su apariencia había sufrido una metamorfosis, volvía a parecer la estrella de cine, con el tono de piel vívido, los modales exquisitos, los gestos potentes y rápidos, rebosante de esa concentración de vitalidad que un actor de éxito parece irradiar siempre. Kennedy tenía una docena de caras.

Aunque no se parecían nada como personas, recordaba a alguien como Brando, cuya expresión rara vez cambia pero cuyo aspecto parece pasar de una persona a otra en cuestión de minutos, y hago esta comparación porque, como Brando, el rasgo más característico de Kennedy es el aire reservado y distante de un hombre que ha recorrido cierto terreno solitario de la experiencia, de perder y ganar, de proximidad a la muerte, que lo aísla de todos los demás. […] Tres días de descanso para él son como seis meses para nosotros.

Con un hombre así al cargo, podría volver a retomarse el mito de la nación, y el hecho de que fuera católico provocaría una primera vibración de conciencia existencial en la mente del protestante blanco. Por primera vez en nuestra historia, el protestante tendría el dolor y el lujo creativo de sentirse, mínimamente, parte de una minoría, y esa era una experiencia que sería de un valor inconmensurable para la mayor parte de ellos.

Este es un fragmento del mítico artículo escrito por Norman Mailer para la revista Esquire, llamado Superman Comes to the Supermarket (Superman va al supermercado). Novelista, periodista, ensayista, dramaturgo, cineasta, actor y activista político. Mailes con su prosa refinada e incisiva, reflejó, describió e interpretó algunos de los acontecimientos más importantes del siglo XX, como fue la campaña presidencial de John F. Kennedy en 1960. Unas elecciones que marcaron el final de la administración de Eisenhower . Su vicepresidente, Richard Nixon, que había transformado su oficina en una base política nacional, fue el candidato republicano, mientras que los demócratas nominaron al senador de Massachusetts, John F. Kennedy. El voto electoral fue el más cercano en una elección presidencial desde 1916. En el voto popular, el margen de victoria de Kennedy, fue uno de los más cercanos en la historia norteamericana. Las elecciones de 1960 siguen siendo todavía motivo de debate entre algunos historiadores sobre si se produjo en algunos estados un robo de votos que ayudó a la victoria del demócrata Fue la primera elección en la que ambos candidatos a la presidencia habían nacido en el siglo XX.

Tanto Kennedy como su rival a la presidencia Richard Nixon atrajeron a una multitud numerosa y entusiasta durante toda la campaña. Muchos expertos políticos consideraban a Nixon como el favorito para ganar. Sin embargo, estuvo plagado de mala suerte o errores durante toda la campaña de otoño. La televisión jugó un papel crucial en la determinación de parte de un voto indeciso que estaba experimentado informarse a través de un nuevo medio que estaba empezando a influenciar de modo notable en el comportamiento de las personas. En esta campaña se produjo el primer debate televisado. Fue el día que cambió la televisión y la política aquel primer cara a cara protagonizado por los candidatos el 26 de septiembre de 1960. Era la primera vez que los candidatos a la presidencia del país más poderoso del mundo adaptaban al lenguaje y los códigos de la televisión. Y fue ahí donde probablemente el joven Kennedy le ganó la batalla a Nixon, que no sólo subestimó a su contrincante, sino a los parámetros que imponía el medio, aquello que ahora llaman la telegenia, y que antes no se tenía en cuenta.

TASCHEN presenta ahora en una nueva edición (más asequible, 29,99 euros. Edición original 99,99 euros) para conmemorar el centenario del nacimiento de Kennedy (29 de mayo de 1917), en un magnífico libro con el reportaje de Norman Mailer publicado en la revista Esquire pocas semanas antes de las elecciones que redefinió la crónica política mediante la voz sincera del escritor que se refería a Kennedy como el “héroe existencial” capaz de despertar a la nación del sopor de la posguerra y del conformismo imperante durante el gobierno de Eisenhower. Kennedy y el nuevo periodismo habían entrado en escena. Norman Mailer, se jactó de haber “vuelto las tornas en favor de Kennedy” gracias a ese artículo títualdo Superman Comes to the Supermarket (Superman va al supermercado).

Un retrato del futuro presidente demócrata de la década de los 60. Un retrato abierto, íntimo, cercano que a día de hoy nos recuerda a la puesta en escena del presidente saliente Obama. Un retrato de un político histórico tanto por su principio como por su final dramático. Un principio, en su camino hacia la Casa Blanca, ilustrado con 300 fotografías de los mejores y más prestigiosos fotoperiodistas del momento, como Cornell Capa, Henri Dauman, Jacques Lowe, Lawrence Schiller, Paul Schutzer, Stanley Tretick, Hank Walker y Garry Winogrand, y componen un retrato visual, literario y descriptivo que se convierte en un hito fascinante del hombre que bautizó la década de 1960 como “un tiempo para la grandeza”.

Eso es lo que es una grandeza de libro, por su contenido histórico, político y sobre todo visual, un gran documento gráfico sin parangón para poder sumergirnos en esos momentos previos que marcaron la historia de los Estados Unidos. Un gran libro para llenar la biblioteca de todo amante de la historia ya sea humana como fotográfica. Un imprescindible por tener juntos en un volumen la prosa de uno de los precursores, junto con Truman Capote, Hunter S. Thompson y Tom Wolfe, Mailer de la no ficción creativa, del llamado nuevo periodismo que emparejaba la observación y la información basada en hechos con estilos y dispositivos de la no ficción, dando como resultado frases que hacían hincapié en la verdad en lugar de en los datos, todo ello expresado desde un punto de vista subjetivo.

Norman Mailer. John F. Kennedy. Superman Comes to the Supermarket // Nueva edición,  29,99 euros. Edición original 99,99 euros // Idioma: Inglés, francés / alemán

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