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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Marcel Duchamp en seis metros

Marcel Duchamp en seis metros
Pablo Delgado el

¿Por dónde iba? ah sí, voy a hablar de Marcel Duchamp, uno de los principales valedores de la creación artística como resultado del puro ejercicio de la voluntad, sin necesidad estricta de formación, preparación o talento. Empiezo viendo a un hombre, es Marcel, saliendo de detrás de una puerta y poniéndose una chaqueta que recoge de un perchero solitario de una habitación inexistente y empiezo a escuchar sus palabras, sus frases contándome en primera persona cómo es su vida, su infancia, sus padres y sus hermanos, lo mal que se le daba estudiar y sobre todo el latín que no le gustaba nada; su actitud ante la guerra que tuvo que sufrir combatiendo una invasión con los brazos cruzados. Pero lo que más me gusta cuando Duchamp me relata su vida es cómo llegó a pensar e interpretar el arte con sus obras impactantes y fuera de lugar en una época controvertida tanto en lo social como en lo artístico y político.

Los temas del movimiento y la transición son los temas mayores en la obra de Duchamp. Pintó durante años con un estilo fauvista, del que Matisse era el abanderado. Aunque Duchamp, muchas veces contradictorio en sus afirmaciones, en ocasiones rechazó la influencia de Cézanne, en otras reconoció haber permanecido una larga temporada bajo su influjo. Duchamp fue acumulando experiencias y vivencias, decía que le gustaba más vivir, respirar, que trabajar; que su arte era vivir, y que cada segundo, cada respiración era una obra no inscrita en ningún lugar. En ese camino llega a la cuarta dimensión y el arte interpretado por la mente en lugar de por la retina (arte retiniano). Fruto de estas nuevas ideas, en 1911 acometió la tarea de representar la actividad mental de una partida de ajedrez, esfuerzo que desembocó en Retrato de jugadores de ajedrez. Aunque en su técnica no destaca sobre otras obras cubistas, sí lo hace el intento de dar énfasis a la actividad mental en detrimento de la imagen «retiniana». A partir de Retrato de jugadores de ajedrez, primera pintura innovadora, cada obra de Duchamp era distinta a las anteriores. Nunca se detuvo a explorar las posibilidades que abría una nueva obra, simplemente cambiaba a otra cosa.

Me sigue contando que dejó de frecuentar tanto a sus hermanos y pasó a estar en contacto sólo con un grupo de amigos, en especial con Francis Picabia. Entonces empieza a interesarse por la plasmación pictórica de la idea movimiento para llegar después a uno de los conceptos rompedores e influyentes en el arte del siglo XX,  el ready-made, un concepto difícil de definir incluso para el propio Duchamp, que declaró no haber encontrado una definición satisfactoria. Es una reacción contra el arte retiniano, esto es, el arte visual, por contraposición a un arte que se aprende desde la mente. Al crear obras de arte a partir de objetos simplemente eligiéndolos, Duchamp ataca de raíz el problema de determinar cuál es la naturaleza del arte y trata de demostrar que tal tarea es una quimera. En su elección, Duchamp trató de dejar al margen su gusto personal; los objetos escogidos le debían de resultar indiferentes visualmente, o retinianamente. Por esta razón limitó el número de ready-mades a crear. Sin embargo sabía que la elección de los ready-mades siempre se basa en la indiferencia visual a la vez que en la total ausencia de buen o mal gusto. El gusto por decirlo así, es puro hábito. La repetición de algo ya aceptado. Si una cosa la volvemos a empezar una y otra vez, se convierte en gusto. A este respecto declaró que fue un «jueguecillo entre mí y yo». 

“En mi taller había un perchero en el suelo. Tropezaba con él a cada instante. Me sacaba de quicio. ¡Basta!, me dije. Si quiere quedarse ahí y seguir fastidiándome, lo fijaré. Y ahí me vino la asociación con el ready-made”.

Después de contarme a través de buenas y cortas pinceladas la historia de las vanguardias y de dónde vino cada obra (y cómo despareció el urinario), cómo lo que hizo Duchamp se llevó por delante lo que existía y abrió el camino a lo que vino después, y cómo para él arte y vida son una sola cosa, Duchamp se mete ya sin chaqueta tras una puerta que no sabremos si es la misma de la que ha salido y que nos ha enseñado su mundo, un mundo plasmado por el autor de esta obra sobre Duchamp llamado François Olislaeger, a través de unas ilustraciones de trazo simple y gran claroscuro, generan un mundo onírico y cargado de un simbolismo en dónde cada una de ellas, están liberadas de la estructura rígida de la viñeta, que hace que el mundo cubista, surrealista, dadaista de Duchamp se nos presente de forma brillante en un collage, durante nada más y nada menos que, seis metros de papel plegado, creando una obra original y de marcado carácter de coleccionista.

François Olislaeger (Lieja, 1978)  que vive entre México y París, estudió artes gráficas en Lyon y trabajó en diversos periódicos y revistas. Ha publicado varios libros entre los que se encuentra Mathilde danser après tout, editado en colaboración con la célebre bailarina francesa Mathilde Monnier. Nos muestra en Marcel Duchamp (editado por Turner) un retrato íntimo de su persona y su personaje, al artista flâneur y al dandy impasible, un retrato de Duchamp como un gran enigma, que aparece simbolizado por una llave que el artista se mete en el bolsillo con solo destapar el libro.

Además, si estás por Madrid este jueves día 24 de septiembre, no te pierdas la presentación de Marcel Duchamp. un juego entre mí y yo en el Museo ABC de Madrid con el autor  François Olislaeger, que junto a él estarán Darío Adanti, de la Revista Mongolia, y David García, de Yorokobu, que ejercerán de maestros de ceremonia.

Marcel Duchamp // François Olislaeger // editorial Turner // 80 páginas // 19,90 euros

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