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Isaac Peral, un genio aún no justamente valorado

Isaac Peral, un genio aún no justamente valorado
Agustín Ramón Rodríguez González el

Creemos que aún, pese a tantos escritos, no se ha hecho debidamente justicia a ese gran español y gran genio que fue Isaac Peral y Caballero, tal vez por parecernos casi imposible que un compatriota brille mundialmente en Ciencia y Técnica, tal vez por nuestra tradicional renuencia a reconocer méritos ajenos.

Nacido en Cartagena en 1851, en el seno de la modesta familia de un suboficial de la Armada, Isaac Peral ingresó en la Escuela Naval, destacando pronto por su valor en la Guerra de Cuba y en la III Guerra Carlista. También fue destinado a Filipinas en varias ocasiones, teniendo en la segunda el mando del cañonero “Caviteño”. Pero su vocación científica estaba clara, con su estudio sobre los aspectos atmosféricos y astronómicos de la Luna, obra que quedó inédita, o su “Teoría sobre Huracanes”, que también quedó inédita, pese a merecer una Cruz del Mérito Naval. Publicados y considerados oficialmente de texto para el ingreso en la Escuela Naval, fueron sus libros de Álgebra y Geometría. Tan favorable juicio mereció a sus superiores, que fue seleccionado para realizar los avanzados cursos de la Academia de Ampliación de Estudios de la Armada, superándolos con tal éxito que obtuvo en 1883 las cátedras de Física, Química e idioma Alemán (entonces el científico por excelencia), para ocuparse después de los laboratorios de Electricidad, experimental e industrial, en una tecnología por entonces de vanguardia.

En 1885, y ante la eventualidad de una guerra con el Imperio Alemán con motivo del conflicto por la posesión de las Carolinas, Peral ofreció a la Armada su proyecto de submarino. Pretendía con él que España consiguiera un arma defensiva tan revolucionaria como barata y eficaz contra escuadras mucho más poderosas, de paso que el viejo país, que ya se sentía retrasado respecto al desarrollo científico e industrial de las primeras potencias, recuperara su prestigio y un lugar destacado entre ellas.

Plano del prototipo, firmado por Peral.

Tras las preceptivas pruebas e informes, obtuvo en 1887 el encargo de su diseño, construcción y pruebas, terminando el revolucionario buque en menos de un año de obras, empezando las pruebas a fines de 1888 y prolongándose con todo éxito hasta el verano de 1890, en que estalló el júbilo nacional. Y no era para menos: el suyo fue el primer submarino moderno conseguido plenamente, con eficaz propulsión eléctrica en inmersión, periscopio, renovación del aire interior y tubo lanzatorpedos, aparte de otros muchos avances. Por ello se le propuso para la Cruz Laureada de San Fernando y hasta para un título nobiliario, mientras la Reina Regente le regalaba un sable de honor de su difunto marido, Alfonso XII.

El “aparato de profundidades”, del que Peral estaba especialmente orgulloso, con el que el  submarino emergía o se sumergía a la profundidad indicada automáticamente.

Así, y gracias a la nueva propulsión, Peral pudo poner cima a los intentos de otros españoles de conseguir la navegación submarina, como Cosme García Sáez y Narciso Monturiol, de más de 30 años antes y constreñidos a la fuerza humana como propulsión, o al vapor, únicas disponibles entonces y poco o nada indicadas para un sumergible.

Pero se arguye que el buque de Peral solo tenía propulsión eléctrica, idónea para la inmersión, pero que sin poder recargar sus baterías a bordo, sino dependiendo de estaciones terrestres, su autonomía y operatividad serían muy escasas.

Lo cierto es que el genial inventor previó aquello, como ha demostrado el doctor ingeniero naval López Palancar, que ha descubierto en los archivos de la empresa alemana M.A.N, la correspondencia de Peral con nada menos que Rudolf Diesel, el inventor del motor de su nombre, para adaptar su motor a sucesivos modelos de su submarino. De nuevo Peral se adelantó a su tiempo, pues la contestación del ingeniero alemán fue que su motor estaba aún en desarrollo inicial, tenía escasa potencia y un tamaño excesivo. No creemos necesario recordar que fueron justamente esos motores los que han llevado los submarinos convencionales durante más de un siglo para navegar en superficie y recargar las baterías para los eléctricos, solo utilizables en inmersión.

También se aduce que el submarino de Peral no llevaba un cañón en la cubierta, como los submarinos durante dos guerras mundiales. Pero también en eso el gran marino e inventor se adelantó a su tiempo, pues entró en contacto con el oficial del US Army Zalinski para dotar a su submarino de un arma mucho más formidable: el cañón que el oficial americano había inventado.

Se trataba de un cañón que disparaba grandes granadas de dinamita, con enorme poder destructivo. Ahora bien, la dinamita explota por simpatía, con lo que quedaba descartado su uso en cañones convencionales, que utilizan la pólvora como impulsora. Por eso era un cañón neumático, cuyos proyectiles eran lanzados por aire comprimido. Dada su baja velocidad inicial, era muy dudoso que fuera útil su empleo contra los acorazados de la época, ya que sus granadas no podrían atravesar sus blindajes, así que previsiblemente Peral lo destinaba a objetivos terrestres, dando así a su submarino una capacidad de ataque que no han tenido hasta la introducción de los misiles.

Y, por supuesto, el buque que hoy se conserva en Cartagena no era sino un prototipo, planeando Peral agrandarlo y mejorarlo con los mencionados avances y otros más, como llevar más tubos lanzatorpedos y afinar su casco a proa y popa para mejorar sus condiciones navegando en superficie. Pero incluso ese primer prototipo sobrepasaba en algunas prestaciones las conseguidas por algunos de los primeros submarinos operacionales construidos en serie en otros países más de diez años después del proyecto de Peral. Que así de alto ponemos el listón en España a todo lo nuestro.

Pero entonces todo se torció, más que por la inevitable incomprensión ante algo revolucionario, celos, envidias y hasta rivalidades políticas, por serios motivos diplomáticos. La prueba final del submarino, que demostraría palmariamente a todos su utilidad como arma de guerra, sería la travesía del Estrecho de Gibraltar, de Algeciras a Ceuta y a la vista del famoso y disputado Peñón. La imaginación y el entusiasmo popular se desbordaron ante la posibilidad de que el nuevo “arma secreta” permitiera su recuperación ante el entonces hegemónico Imperio Británico. Cabe imaginar las presiones británicas al respecto y el temor de los gobiernos españoles a malquistarse con la primera potencia mundial de entonces. La prueba nunca se realizó y el proyecto fue abandonado, sin dar explicaciones reales, sino excusas deleznables, desacreditando al genial inventor.

Y no cabe dudar de la determinación británica: ese mismo verano de 1890 amenazaron con un ultimátum a Portugal (tradicional aliado de siglos) por su pretensión de unir por tierra sus colonias de Angola y Mozambique, a costa de los proyectos británicos para posesionarse de la entonces conocida como Rodesia. Si a eso se llegaba por un lejano y desconocido territorio africano, cabe imaginar a lo que estarían dispuestos por la estratégica base gibraltareña, escala básica en sus comunicaciones en el Mediterráneo y hasta Extremo Oriente.  Y de paso daban un serio aviso a Madrid de a lo que se arriesgaba.

Un frustrado Peral debió pedir la baja en la Armada a fines de 1890, desalentado y ya gravemente enfermo. Pero aún tuvo tiempo de crear empresas para difundir la electricidad en España y patentar varias mejoras en las baterías de acumuladores, idear ascensores eléctricos, un proyector de arco, un varadero circular para embarcaciones ligeras, etc. Aquejado de un cáncer de piel, murió a consecuencias de una operación en Berlín en 1895, siendo repatriados sus restos y enterrados en su ciudad natal. Y todo lo hizo sin llegar a cumplir 44 años.

Es de destacar que Peral no fue un caso aislado, pues en la Armada destacaron por entonces Fernando Villaamil, creador del primer “Destructor” del mundo, Joaquín Bustamante, de la mina submarina y adelantado de la electricidad y el magnetismo, y tantos otros. Y entre los civiles nada menos que Santiago Ramón y Cajal, con el que se llevaba apenas un año, los médicos Federico Rubio (que fue su amigo personal), Ferrán y Barraquer entre otros muchos, y el primer Nobel español, José de Echegaray, gran matemático además, que apoyó en múltiples artículos a Peral y su proyecto.

Condecoraciones, sable y charreteras de Peral.

El casco de su submarino, aunque despojado de sus aparatos, se ha conservado hasta hoy, primero en La Carraca como un pecio inútil, luego en el Arsenal cartagenero y seguidamente en su puerto, convertido en monumento, pero expuesto a la corrosión. Hoy es un motivo de alegría que se haya conseguido su traslado al Museo Naval de Cartagena, donde ha sido debidamente restaurado y preservado, como una de las más preciadas joyas de nuestra arqueología naval más reciente. La tarea está aún lejos de finalizarse, pues aún queda por recuperar el interior. Y hace bien poco se consiguió, por generosa donación de un particular, rescatar materialmente uno de los adelantos de Peral: el nuevo diseño de los acumuladores de su submarino, de los que se conservan sus tres patentes sucesivas, que incluía el substituir el material que contenía los peligrosos y corrosivos reactivos, que hasta entonces era de madera emplomada, por la mucho más eficaz y moderna “ebonita”: caucho tratado con azufre, en la senda que llevaría a los plásticos.

Y coincidiendo con el 130 aniversario de la botadura de su submarino, tuvimos la satisfacción de presentar la tercera edición, ampliada y mejorada, de nuestro trabajo sobre su vida y obra, premiado ya en su primera edición por la Armada con el “Virgen del Carmen” para libros, justamente en el Museo Naval de Cartagena y al lado del prototipo del sumergible. Presentó el libro el Capitán de Navío Alejandro Cuerda Lorenzo, jefe del Arma Submarina de la Armada Española, que tuvo la deferencia de entregarnos el diploma que nos acredita como “Submarinista de Honor” y el distintivo del Arma.

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