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Entramos en la batalla de Lepanto con el cuadro del Museo Naval

Entramos en la batalla de Lepanto con el cuadro del Museo Naval
Javier Noriega el

 ”De las galerías de batallas de El Escorial y Versalles a ciertos murales de Rivera o de Orozco, de las vasijas griegas al molino de los Frailes, de los libros especializados a las obras expuestas en museos de Europa y América, Faulques había transitado, con la mirada singular que tres décadas capturando imágenes de guerra le dejaron impresa, por veintiséis siglos de iconografía bélica. Aquel mural era el resultado final de todo ello: guerreros ciñéndose la armadura en terracota roja y negra, los legionarios esculpidos en la columna Trajana, el tapiz de Bayeux, el Fleurus de Carducho, San Quintín visto por Luca Giordano, las matanzas de Antonio Tempesta, los estudios leonardescos de la batalla de Anghiari, los grabados de Callot, el incendio de Troya según Collantes, el Dos de Mayo y los Desastres vistos por Goya, el suicidio de Saúl por Brueghel el Viejo, saqueos e incendios contados por Brueghel el Joven o por Falcone, las batallas del Borgoñón, el Tetuán de Fortuny, los granaderos y jinetes napoleónicos de Meissonier y Detaille, las cargas de caballería de Lin, Meulen o Roda, el asalto al convento de Pandolfo Reschi, un combate nocturno de Matteo Stom, los choques medievales de Paolo Uccello y tantas obras estudiadas durante horas y días y meses en busca de una clave, un secreto, una explicación o un recurso útil”.

 El pintor de batallas. Arturo Pérez Reverte

 

El tapiz de Bayeux, con los normandos de Guillermo el Conquistador, hieráticos ellos con sus grandes espadas en mano, avanzando hacia la conquista de Inglaterra. Los coraceros de Meissonier, todo movimiento y tensión en el momento de la carga, ya a sea a lomos de los caballos del doceavo regimiento en la batalla de Friendland o la carga de Solferino o el Detaille, eterno Edouard, con su infantería agazapada en la toma de una casa derruida en la guerra franco-prusiana. En todos ellos y muchos más, “cuadros de grandes batallas”, en esas magníficas obras que el Faulques de Reverte había transitado para estudiar los principales contiendas mundiales, todas tienen un denominador común propio que les ha hecho pasar a la historia; una calidad gráfica de obra excepcional, con recursos que consiguen aumentar el dramatismo y la acción, así como la fluidez de la narración, plano a plano. Composiciones casi en miniatura que aglutinan objetos inanimados representados con una gran minuciosidad y detalle, dotados de un “pathos” que los hacen ser “terriblemente verdad”. Una terrible verdad que lanzaba un mensaje histórico con un lirismo trágico que narran todos ellos un momento, un realidad, un hecho, un “lapsus del tiempo” a modo de fotografía, cuyo dramatismo otorga al cuadro vida. En ocasiones, este lirismo hace incluso al cuadro gritar. Pues en todas las batallas, ya sea en las victorias o en las derrotas, se grita.

El cuadro de la batalla naval de Madrid, atestigua con su gran detalle y dibujo completo de todo el escenario, el crucial y encarnizado combate que tuvo tal día como hoy, hace 445 años. Junto a las cargas de caballería napoleónica en loscampos de Europa, la guerra de Troya de la antigua Grecia, el dramatismo de la guerra de sucesión americana, junto a todas ellas y muchos más, dicho cuadro, nos refleja la narrativa de una de las batallas más importantes de la historia occidental.

Como también “se grita en La batalla de Lepanto” del Museo Naval de Madrid. No podía ser menos. El cuadro de hecho esta repleto de “gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo, por los lamentos de los que morían”. Concretamente en la parte inferior del cuadro es muy fácil verlos, esa parte inferior que ha visto la luz tras su oscuridad,  en la maravillosa restauración que ha sufrido el cuadro, (con los técnicos del Instituto de Patrimonio Cultural Español, IPCE y Ana Ros del Naval), se pueden observar como los náufragos, heridos por el combate o golpeados por la desgracia, abren, mascullan sus bocas al espacio, al más puro estilo Muntz, inmersos entre olas y sangre, pidiendo auxilio, o como nos hablan las fuentes literarias de la época, “implorando piedad ante la cercana muerte”. Pues si. El óleo, “La revelación de San Pío V de la victoria de la Santa Liga en Lepanto’, tiene esto y mucho más. Se trata de una obra de grandes dimensiones que se encuentra en el Museo Naval de Madrid y es una de las más singulares y excepcionales en el mundo que nos relata, con esa calidad gráfica excepcional, con ese dramatismo de la acción, con esa poderosa narrativa plano a plano, una de las batallas más decisivas de la historia de Occidente; la batalla naval de Lepanto, en el que hoy se conmemora el 445 aniversario.

 

Impresionante sala de los Austrias en el museo Naval de Madrid, junto al vestíbulo principal. Una sala que atesora, buena parte de las “joyas de la historia de España” y que nos habla de un mundo que exploraba, combatía y defendía un Imperio “donde no se ponía el sol” y que se pueden contemplar en sus vitrinas. En la imagen, impresionante escudo de Carlos V y foto de detalle de la gran restuaración a la que fue sometida recientemente el cuadro de la batalla naval de Lepanto.

Esa que ocurrió tal día como hoy, a estas mismas horas en un lugar muy lejano de la España de entonces y donde la flor y nata del Imperio, a las órdenes de Don Juan de Austria, se batían prácticamente a duelo, a empellones, a arcabuzazo limpio, dentellada y fuego, la vida y muerte de una civilización, de una cultura, de un estilo de vida. Todo eso y posiblemente mucho más fue la batalla de Lepanto, aunque lo hayamos olvidado. Y esta, la que nos encontramos en el museo Naval de Madrid, es una de las mejores instantáneas de la batalla. Posiblemente si leemos en voz baja alguna de las descripciones de la batalla de Lepanto, como la de Cabrera de Córdoba, Arcilla o Corte Real, si a la par que leemos, que visualizamos “a las bombas de fuego, a las máquinas terribles de alquitrán, “que en el agua más se enciende; astas y flechas, llenas de empecibles; yerbas, cuyo veneno presto ofende. A los arcabuces y mosquetes insufribles, cañones, de quien nadie se defiende”…si leemos en el castellano antiguo de la época y a la vez observamos detenidamente todas esas escenas existentes en el cuadro , en las que es fácil observar a ese fuego, a esas flechas, a esos mosquetes insufribles y a aquellos marineros que caen por la borda, posiblemente, además de pasar un buen rato, podremos reflexionar que estamos ante un documento histórico excepcional en sí mismo, estemos recreando la historia, tumbados cómodamente en nuestro sofá o en nuestra mesa de estudio, posiblemente recreándola tal y como ocurrió. Como ese tapiz de Bayeux, que con su originalidad, y a forma de “storyboard”, algunos lo consideran como el primer gran “tebeo de la historia”, podremos ver y leer en el óleo anónimo del Naval a uno de los cuadros más importantes del mundo que narró una de las batallas más cruciales de la historia naval de la época.

Imágenes de detalle del cuadro de la batalla de Lepanto (junto a una bombarda en uno de sus extremos). Uno de los cuadros más grandes de todo el museo, pintado en varios paños de lienzo y que estuvo originalmete afincado en el convento de Santo Domingo de Málaga, en donde el obispo Fray Alonso de Santo Tomás, al recibir a buena parte de los grandes y poderosos de Europa en su vestíbulo principal y escaleras, podían, en una época de debibilidad de la cristiandad en Europa, contemplar esta alegoría de la “Santa Liga”. De unión frente al peligro.

El documento histórico de la batalla de Lepanto en forma de óleo

La fotografía del hoy

Colgado en la sala de los Habsburgo, ocupa en su espacio central, a una de las victorias más importantes de la historia Universal. Si bien hace unos decenios,  era un cuadro importante, no gozaba de la relevancia que tiene hoy en día. Todo ello hasta que el almirante José Ignacio González-Aller, que fuera director del Museo Naval de Madrid, recibió el encargo de realizar el catálogo del centro, la historia del cuadro sufrió un importante desarrollo, ya que con la rigurosidad y empeño que tanto “Sisiño”, como su gran equipo, encaraban los trabajos de documentación histórica, su impulso consiguió documentar lo que el tenía como un cuadro excepcional”. Y es que hasta el momento, ante esta obra anónima surgían entonces muchos interrogantes: el autor, la época, quién lo encargó, cuál era su procedencia, la ciudad que aparece en la esquina superior izquierda…Y sobre todo eso podríamos contar mucho, porque durante un buen tiempo estuvimos investigando, conversando, debatiendo sobre aquel cuadro. Pero hoy, ya que en otras ocasiones y hace años hemos contado las peripecias del cuadro (y que a día de hoy incluso contarán mejor incluso los grupos de investigación y los doctorando que  están estudiando a tan majestuoso cuadro), nos centraremos sobre otras cuestiones. Escucharemos el crujir de las maderas en el momento en el que las naves se embisten entre sí, el crepitar de las naves ante el fuego enemigo y el aullar de las flechas envenenadas que los turcos arrojaban sobre las cubiertas de las atestadas cubiertas de infantería…Hoy entramos en él, ya que el cuadro de la Batalla de Lepanto de Madrid, sea posiblemente uno de los cuadros de “pintores de batallas navales” más descriptivos existentes en buena parte de Europa. Solo hace falta leerle y escucharle atentamente. La sala, con su silencio, y nuestra imaginación, guiada por el conocimiento, quizás te permita adentrarte en aquel infierno naval que vivieron en aquella mañana del 7 de Octubre de 1571.

La mayor parte de la pintura está dedicada precisamente al momento crucial de la batalla, adoptando un perfil, el de los dos lienzos del cuadro, objetivo y detallado del hecho. Las flotas se representan en el momento álgido del combate, en el instante en el que la Sultana del almirante turco es invadida por el aluvión de soldados que en frenesí, y con empuje buscaban la victoria. Aquel 7 de octubre en el que entraron en liza cerca de 600 naves y 183.000 hombres, de los que murieron unos 45.000 –30.000 turcos -en las seis horas de batalla y en donde nos encontramos con un reguero de naufragios en la misma zona, realizando del golfo de Lepanto, como uno de los grandes yacimientos arqueológicos subacuaticos de Europa. Todo ello se describe pormenorizadamente en este majestuoso cuadro de 5 por tres metros. En él, como si se tratase de un pequeño microcosmos, lleno de detalles podemos observar, diferentes teatros de la batalla. Desde lo macro, hasta lo micro. La riqueza documental y visual del cuadro es impresionante. Para empezar todos los movimientos, con sus diferentes escuadras están representado en el cuadro. A modo de escorzo, encontrándonos con los diferentes líneas en profundidad de la formación de la batalla pintadas en el óleo, con naves a lo lejos, aquellas naves venecianas que casi se pierden con la audaz y decidida maniobra del ala otomana .

Y así podemos ver, escudriñar como el fuego artillero de las galeazas de la vanguardia desordena la línea frontal otomana; que en realidad fue el desplazamiento hacia el sur del ala derecha cristiana —que mandaba Juan Andrea Doria— para evitar el envolvimiento de la de Uluch Alí, separando del grueso otomano un núcleo importante de buques; la resistencia del cuerpo de batalla cristiano fija al cuerpo de batalla de Alí Pachá mientras Don Álvaro de Bazán acude con sus galeras a cubrir el hueco dejado por Doria apoyando a la sección de Cardona.

El desorden era total, apenas se veía, las naves apenas superaban 2 ó 3 metros sobre el nivel del mar; y el humo de los disparos e incendios dificultaba todavía más la visión; el lio de naves y mástiles que se cruzaban sin ningún orden de batalla era total y la visión nula. El combate continuaba y las naves pequeñas tuvieron en este momento crítico, una importancia vital. Actuaban de enlace y de transporte de infantería donde se precisaba para controlar las brechas o para infiltrase en la líneas enemigas.

El escuadrón exterior veneciano del lado derecho es casi aniquilado por las galeras que tuvieron en su frente: las de Estambul y Negroponte y las galeotas argelinas dirigidas por Uluch Alí y su hijo Kara Bey se las hicieron pasar canutas a Andrea Doria y sus generales. Junto a esas galeras casi exterminadas, el grupo de galeras genovesas, sicilianas y napolitanas que se encontraba en el extremo derecho decide unirse al escuadrón de Doria, que se encontraba tras ellos, y mientras lo hicieron controlaron a las galeras sirias que avanzaban hacia ellos.

La “melé” del centro y la batalla decisiva

La Sultana se emplaza a ir directamente contra la Real y ha embestirla en la amura con su enorme espolón. Es el momento que nos relata el cuadro. Las dos naves se pueden ver la una a la otra, y ya comienzan a quedar unidas por lo garfios entre las embarcaciones menores que rodean a la sultana, todo con el objetivo de preparar el abordaje definitivo. La sultana recibe continuos refuerzos de las numerosas naves cercanas, y en el cuadro se puede observar, como en actitud de desafío, tanto Alí Pacha, ataviado con su turbante y su cimitarra al aire, la dirige contra la escuadra cristiana. Los arcabuceros españoles hacen de las suyas. Son muchas las figuras de estos soldados, que empuñando sus armas contra los hombros, disparan encarnizadamente contra los Otomanos. Una de las claves de la batalla, la de la potencia de fuego de estos arcabuces, se reflejan perfectamente en el cuadro. Son muy fáciles observar en el cuadro, aquí y allá, especialmente y como ocurrió, entre las apretadas filas de los tercios que disparaban desde las cubiertas.

En cuanto las atestadas galeras de fanal se agolparon en el centro no hubo espacio para elaboradas maniobras tácticas, es el momento representado en la parte central del cuadro, el momento culmen de la batalla. Es muy fácil verlo, en el cuadro sus figuras son bien visibles. La Sultana se va a estrellar contra el lado babor de La Real. En un principio, lo jenízaros asaltaban la proa del barco pero fueron barridos por la artillería de la santa liga. Los cristianos aprovecharon aquello para ganar el primer envite y luego, durante una hora más o menos, se sucedieron los ataques y contraataques en la cubierta de la galera otomana. Plano que se observa fácilmente en la imagen de abajo, en donde un infante con rodela y penacho rojo, embiste furiosamente a su oponente otomano, dotado de la media luna sobre su yelmo. Las pasarelas de abordaje cristiano, con sus soldados saltando rápidamente sobre las mismas, un detalle más de las técnicas de abordaje de la época. Durante todo ese tiempo las galeras de apoyo no dejaron de suministrar refuerzos a las dos grandes galeras a través de las escaleras situadas en ambas popas, sin lugar a dudas uno de las claves de la batalla, la gran cantidad de infantes, fuertemente armados que atesoraban las galeras cristianas. La galera de Alí Pachá estaba apoyada las de Karah Kodja y Mohamed Saiderbey y otras siete galeras y dos galeotas. La Real por su parte debía haber sido apoyada por las capitanas de Venecia, del Papa, la del Príncipe de Parma y la del Príncipe de Urbino, pero éstas dos quedaron trabadas con galeras turcas, por lo que Don Juan solo contaba con las tropas de refresco de dos galeras. El combate tocaba arrebato y en esas estaban afanados

Remos que golpean furiosamente la mar, soldados al abordaje, corazas, arcabuces, la habilidad en medio del combate con las alabardas, todo ello se refleja en detalles como el que aquí detallamos, en este caso el que dibuja la esquina inferior izquierda del cuadro, en las postrimerías del asalto a la Sultana.

 

Todo esto, hasta que llegó por fin Don Álvaro de Bazán y su capitana La Loba, destrozando  a cañonazos una galera turca y embistió a otra en la que él mismo, que dirigió el abordaje recibió un barrido de balazos que no traspasaron su armadura. Venía junto a el también Don Juan de Cardona, quién se lanzó contra la galera de Pertev Pachá cuando éste estaba enzarzado con la de Paolo Ursino. Todo eso se encuentra detallado en el baile de galeras y amalgama de fuego que describe nuestro cuadro, justo detrás del significado Don Juan de Austria, que aparece bien representado con su “Real”, nos encontramos con la figura de uno de estos grandes de España, su bandera lo deja bien claro, que acompaña al comandante en jefe de la escuadra.

Detalle de la cubierta de la “Sultana”, en donde se observa a Alí Pachá, blandiendo ante el inminente combate, una cimitarra sobre su cabeza, ataviada con el característico turbante. Precisamente fue un arcabuzazo certero, que se puede visualizar por cierto en el cuadro a muchos de estos tiradores en torno a Pachá, el que lo derribaría y haría posteriormente, morir.

En las flotas , dada la gran cantidad de barcos que participaron, se pueden distinguir de un lado su importancia, principalmente, por su arquitectura naval, siendo las galeras capitanas imponentes y fielmente representadas. El marinista que pintó aquella batalla sabía lo que se hacía. mil detalles así nos lo atestiguan, las toldas echadas en el álcazar de popa para evitar su incendio…Entre los detalles, no podemos olvidar a los personajes. Destaca la del propio Don Juan de Austria en donde aparece claramente personalizado, incluso con su toisón de oro al cuello en medio de la batalla. Al mejor estilo Horatio Nelson, pero eso si, en 1571, e cubierta con sus méritos y atributos.  La sultana también adopta un papel crucial, impone el detalle de su espejo de popa. Su elaborado detalle y estudio de arquitectura naval de la época. Sobre las personas y sus detalles, es mucha la información que nos regala el cuadro. Podíamos continuar con los monjes de la orden de San Jerónimo, entre otros, que increpan en la batalla a los allí presentes y son fácilmente identificables con sus hábitos y sus crucifijos alzados en las cubiertas de las naves. Junto a la infantería de combate, nos encontramos con los denominados “oficiales”,  los comitres, vociferando órdenes que vendrían del comandante en jefe. Si nos deleitamos en el tiempo y con la ayuda de una vista aguda, penachos, armaduras, alabardas, banderas, decenas de ellas, representando fielmente a cada una de las potencias allí reunidas, todo esto es posible identificarlo en el cuadro.

La imagen de Don Juan de Austria, uno de los elementos más significativos del cuadro. En palabras de José Ignacio González Aller, que magistralmente leía el cuadro en todos sus detalles, allí se podía observar a Don juan, con su toison de oro al cuello, junto a sus monjes, tan apegados a la cruzada de su padre, exclamando el orden de batalla junto a galeotes, comitres, herlados…

 

Lamentos, fuego, humo, confusión y hombres echados al agua

Luis Cabrera de Córdoba nos lo describe perfectamente, ni que se tratara de un redactor que estuviese contemplando aquella escena del siglo XVI con cámara de fotos y portátil en mano. Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba… El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematandolos con tiros los cristianos. Todo ello entre fuego y naufragios.

los naufragios, presentes en muchos de los detalles de la batalla, tenemos que recordar que tan solo en el bando musulmán se debieron perder y capturar aproximadamente unas 190 naves, muchas de las cuales terminaron en el fondo del mar. El fuego, los cañonazos, el crepitar de las llamas. Todo ello es posible observar en el cuadro. En la imagen inferior, es perfectamente visible la imagen de los naúfragos y heridos que Don Luis Cabrera nos narra con espeluznante detalle…

A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos. Los caídos al agua, los abordajes en las chalupas, el crepitar del fuego, todo eso rodeando la escena implica ver bien el cuadro, que gracias a la magnífica restauración realizada nos permite viajar aún más si cabe sobre la escena.

Y con todo esto, el paso del tiempo pone las cosas en su sitio. La batalla de Lepanto cerró el capítulo del Mediterráneo en la Historia Universal ya que a partir de entonces los asuntos del mundo se resolverían en el Atlántico. Así fue. Y estos y otros capítulos los estamos contando y contaremos en, espejo de navegantes, desde la faceta de la arqueología, la política, la economía y la historia. Mientras hoy, tocaba adentrarnos en la batalla naval de Lepanto con un gran cuadro. El que tiene el Museo Naval de Madrid en una de sus salas. Todo un documento histórico que narra una de las batallas navales más importantes de la historia Universal.

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