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Blogs El talón de América por Carmen de Carlos

Atrapar a un ladrón

Carmen de Carlos el

Iba yo a escribir de CFK y de sus resultados (electorales) cuando me pasó lo que voy a contar. Caminaba con una amiga por la calle y un sujeto -con una habilidad extraordinaria- me arrancó de la garganta mi cadena con mi moneda de un dólar de oro. Mi reacción inmediata fue salir detrás de él al grito de: ¡Ladrón, ladrón! Para mi sorpresa, en un abrir y cerrar de ojos, un policía todavía ignoro de dónde salió- y dos hombres comenzaron a perseguirle. Yo también corrí pero mientras lo hacía sentí que algo suavecito recorría el canalillo de mis pechugas.
Vi cómo el caco cruzaba la Avenida Rivadavia, a lo ancho parecida a la Castellana y pensé, esté es mi límite. Di media vuelta y fui buscar a mi amiga a la esquina donde se había producido el asalto. No estaba. Volví sobre mis pasos convencida de que, al menos, la cadena la iba a recuperar. Aquella sensación que me recorrió entre las domingas de máxima sensibilidad- me advertía que era posible que ese gusanillo que sentí fuera mi cadenita en caída libre.
En el camino muchas personas salían al paso interesadas en lo sucedido. Estaba explicando todo cuando descubrí mi cadena en la calle. Recuperada y más que agradecida por el apoyo de la gente -no era el metro- pensé que dentro de la mala suerte había tenido una suerte buenísima.
En eso estaba yo cuando vi un patrullero. Me abalancé sobre él y le conté lo sucedido. A bordo del vehículo policial recorrimos medio barrio de Once, donde se habían producido los hechos. Sentada en la parte posterior con las luces y la bocina a todo meter- llamé por teléfono a mi amiga. Estaba con otro coche patrulla unas manzanas más allá y reclamaba mi presencia porque me pareció entender- habían atrapado al ladrón.
Llegamos donde estaba ella junto a media docena de policías. Me bajé y un agente me inquirió sobre el material robado. Cuando me disponía a dar las explicaciones pertinentes, mi amiga, María José, dijo: ¡Un momento, quiero hablar a solas con ella!. Nos arrimamos a la marquesina de una parada de autobús y me explicó: Carmen, el tío que te ha robado corrió hasta aquí, se metió en esta furgoneta señaló una del supermercado Coto-, dejó su ropa señaló una camisa y un buzo- y se largó. Uno de los hombres que le persiguió conmigo era un poli de paisano ahí descubrí que ella, que está en forma, había seguido también al ladrón- y, antes de que le echaran los otros, me dijo al oído que el conductor es cómplice.
Después de escuchar a mi amiga di media vuelta, miré a los otros policías y solicité una explicación de los hechos. Uno de ellos, muy emocionado, estallaba de rabia por haber perdido la pista del caco: ¡es la primera vez que me pasa!. Otro, insistía en detalles del modus operandi, habitual, habitual y, mi amiga, se desesperaba intentando convencerles, sin éxito, de que registraran la camioneta y a sus dos ocupantes.
Entre explicaciones de unos y otros empecé a perder la paciencia porque, además, el conductor de la furgoneta repetía una y otra vez que era un laburante inocente. Como todo era un disparate y algunos agentes llegaban más patrulleros- comenzaron a hacer comentarios al estilo esas españolas que están “de paseo” (en vacaciones) nos acusan Estallé: No soy turista, soy periodista y vivo en Buenos Aires. Mi amiga es piloto de avión no les impresionó nada – y ahora quiero el nombre de todas las personas que están aquí.
Se quedaron mudos hasta que un agente exclamó: ¡A Comisaría!. Pues muy bien, pensé para mis adentros. Una mujer policía me pidió mis datos. Después hizo lo propio con mi amiga y le advirtió: como van a poner la denuncia usted no puede salir del país. A María José, mi amiga, le traía al fresco porque estaba empeñada en atrapar al ladrón. Ella seguía con su razonamiento y, en pleno arrebato, -término que también sirve para definir el asalto al paso-, comenzó a preguntarse en voz alta cómo era posible que la Policía no registrara el coche, qué explicación había para justificar que un ratero con un par de polis pisándole los talones, a menos de 50 metros, se perdiera y hasta tuviera tiempo para desvestirse etc.
Seguía María José, con su pasión habitual, cuestionando todo cuando los agentes comenzaron a enfadarse. Uno de ellos le reprochó sus acusaciones implícitas. Acá la cosa es sencilla. Es blanca o negra. Nosotros somos lo blancos aunque nos maten, porque nos matan y los chorros (los chorizos) son los negros. Lo digo sin racismo.
Mal asunto y caldeados los ánimos. Lo chicos de la furgoneta -eran dos- acusaban a mi amiga de acusarles. Así las cosas, nos fuimos a la Comisario 8 que es la que correspondía. Los polis mosqueados, mi amiga subiéndose por las paredes y yo templando gaitas como podía. Nos atendió el inspector de turno. Relaté los hechos y mi amiga volvió a tratar de averiguar por qué no se había registrado la camioneta, por qué sus ocupantes no habían sido cacheados como ella pidió, etcétera. Como hiciera con los “chorros” antes de abandonar el lugar de los hechos, le dije al inspector que a mi, lo que me importaba, era el dichoso dólar de oro, que me lo había regalado mi hermana Margarita y que era un asunto de valor sentimental. Es decir que si, por arte de magia, aparecía, yo hacía borrón y cuenta nueva.
El inspector se levantó de la silla. Volvió al cabo de unos minutos y preguntó si acusábamos a los chicos de la furgoneta de algo porque están privados de su libertad. Dijimos que no y repetí parecía una pobre- que sólo quería mi moneda. Minutos más tarde, estábamos en la calle con los chicos descargando cajas de reparto. La primera tanda estaba vacía y mi amiga clamaba: esa no estaba cuando se metió el chorizo yo traducía, el chorro-. El chaval separaba una por una y mi amiga seguía: !no cojas más de esas!. Yo, volvía a intervenir: María José que aquí no se coge
Entretanto, el muchacho, a cámara lenta las depositaba a un costado y mi amiga volvía: Puedes dejarlas en la acera yo traducía, la vereda- pero las que nos interesan son las de atrás. Finalmente bajó la fila que decía mi amiga y, zas, ni yo lo podía creer: mi dólar de oro estaba perfectamente colocado sobre el aluminio de la bandeja del supermercado. Feliz de alegría lo agarré y cuando me disponía a marcharme mi amiga dijo: ¿Y ahora qué?.
Los policías, a media voz, atinaron a decir: eso lo deciden ustedes. “¿Cómo que nosotras?”, se lanzó María José: “¡Yo tenía razón” La frené en seco. Cumplí con mi palabra de retirar la denuncia, estreché las manos de todos buenos y malos- y la ordené con la mirada seria: María José, nos vamos.
Cenamos en casa y repetimos la historia tantas veces como nos dejaron. Intenté explicarle a María José mis razones para no poner la denuncia pero ella se marchó más indignada de lo que llegó:
Carmen, el primer policía era bueno. Me avisó que los de la furgoneta eran cómplices del robo. Otro agente le dijo que se fuera porque no era su jurisdicción. No registraron a los chorizos (chorros). No registraron el resto de la mercancía que había en la furgoneta porque está claro que por la hora seis de la tarde- ese no era el primer caso. En realidad, salvo apuntar tu dirección, número de teléfono y demás datos, nunca intentaron redactar la denuncia que tu retiraste antes de poner. No hay detenidos. Lo único que tenemos es tu dólar y tu cadena de oro… La miré y respondí: ¿Te parece poco?

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Carmen de Carlos el

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