Esta semana ha comenzado en Cancún la Cumbre sobre Cambio Climático. ¿Alguien se ha enterado? ¿Alguien se ha interesado? Brutal el contraste con lo que ocurría aún hace un año y, sobre todo, hace dos o tres, cuando el debate sobre el cambio climático era tan relevante, cuando ocupaba portadas, cuando vendía tantos libros, cuando provocaba innumerables rencillas políticas.
¿Qué ha pasado para que este debate se haya eclipsado, para que los líderes ecologistas y la alerta sobre el cambio climático hayan pasado a un segundo plano?
Una periodista, Margaret Wente, planteaba hace unos días esta cuestión en el diario canadiense The Globe and Mail. Desde la simpatía por el movimiento ecologista, Wente destacaba que el ecologismo había llegado a pecar de prepotencia, a demonizar a todos los críticos, con la suficiencia de quien tenía el apoyo total de los medios de comunicación y de los líderes políticos. A lo que Wente añadía que una cura de humildad le serviría, entre otras cosas, para ocuparse de otros problemas ecológicos que había descuidado en los últimos años.
De acuerdo con Wente en esa crítica. Pero hay una explicación mucho más sencilla para la desaparición del debate sobre el cambio climático de la primera línea de actualidad. Y esa explicación se llama crisis económica. La crisis es ahora la prioridad. El mantenimiento del puesto de trabajo y de los niveles de bienestar alcanzados. ¿A quién le importa lo que ocurra cuando todos estemos muertos si nuestro estilo de vida peligra ahora? En otras palabras, que el cambio climático puede esperar.
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