Tampoco se trata de llegar a lo del diario El País de Uruguay (más arriba) que reparte hoy un póster que reza como sigue: “Juramento celeste. ¡Todos somos Suárez!“. O a lo del diario La República que presenta en su portada una fotografía inmensa del Cristo Redentor de Río vestido con la camiseta de Suárez.
Pero simpatizo con la indignación uruguaya, incluida la del presidente Mújica, por la monumental sanción a su estrella. Y no porque me parezca bien esta afición de Luis Suárez a morder a sus contrincantes, sino porque agresiones mucho peores, esas que destrozan piernas contrarias, reciben habitualmente sanciones bastante menores. Y, sobre todo, no las reciben después del partido y cuando el árbitro no había visto nada.
O se aplica la misma medida a todos, comenzando por una generalización de las sanciones post-partido y siguiendo por una adecuación del castigo al daño ocasionado al rival, o esta sanción más bien parece producto de que hasta en las agresiones deportivas hay corrección e incorrección política.
Una patada, aunque te lesione, parece políticamente correcta, un mordisco, totalmente impresentable. Tanto, que a Suárez lo quieren enviar al psicólogo. Tendrá que aprender a descargar su agresividad con patadas. Le costarán menos partidos, seguramente, ninguno.
