La dimisión forzada, ayer, del congresista norteamericano Anthony D. Weiner marca un hito en la historia de los escándalos sexuales en la vida política: el escándalo sexual sin sexo, una excelente definición de dos periodistas de Real Clear Politics, Karen Zriak y Andrew Miga. A no ser que consideremos sexo lo de las fotografías eróticas como la de más abajo que Weiner envió a varias mujeres y que le han llevado a la muerte política.
Lo que me lleva al viejo debate sobre el papel del sexo y la mentira en la política norteamericana y la europea. Y a la idea, defendida por muchos, de que las dimisiones en Estados Unidos tienen más que ver con la mentira, es lo que allí no se perdona, dicen, que con una estricta moral sexual. Con su amor por la verdad más que con su puritanismo moral.
La dimisión de Weiner demuestra una vez más, sin embargo, que la clave es la estricta moral sexual y no la mentira. Tan estricta que puede haber escándalo sexual sin sexo. Basta repasar el debate norteamericano sobre esta cuestión. Tanto entre los líderes demócratas, Obama incluido, que han presionado a Weiner para que dimita, como entre los medios de comunicación. El asunto central para todos ellos, The New York Times, The Washington Post, no es la mentira de Weiner cuando negó que hubiera enviado las fotografías sino lo que consideran escándalo sexual. Lo intolerable está en las fotografías semidesnudo, no en la mentira. Es decir, en la rigurosa moral sexual americana, muy parecida entre demócratas y republicanos, como ha demostrado nuevamente este caso.
¿Habría tenido que dimitir un Weiner español, europeo? Lo dudo mucho. Y si hubiera llegado a hacerlo, habría sido por idiota y ridículo, no por un “escándalo sexual”.
Escándalos sexuales
