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Rajoy tenía un «plan C»

Yolanda Gómez el

Esta semana España ha sido sede de varias cumbres internacionales.  Los responsables de los principales organismos internacionales, FMI, OCDE y Comisión Europea, arropaban con su presencia el pasado lunes en Bilbao las reformas puestas en marcha en España y los sacrificios de los españoles para que nuestro país pueda, poco a poco, salir adelante. Lagarde, Gurría, Rehn y los grandes empresarios españoles reconocían los avances logrados y eso sí, pedían al Gobierno no quitar el pie del acelerador. Y sí, son muchos los que dicen, y no sin razón, que con 4,8 millones de parados no se pueden lanzar las campanas al vuelo. Pero no reconocer los avances conseguidos, no es de antipatriotas, que diría Zapatero, es de cenizos. Y ya les digo que alguno hay.

No hace tanto que España estaba con el agua al cuello. Situémonos a mediados de 2012. Nuestro país pide el rescate para la banca: 100.000 millones a nuestra disposición. Pero la prima de riesgo sigue subiendo. Colocar deuda en los mercados era cada vez más difícil y más caro. No entraba ni un euro ni un dólar en inversiones de ningún tipo, y no solo no entraba, sino que huía a pasos agigantados. Más de 170.000 millones de euros salieron de nuestro país en 2012. Y el Gobierno desesperado. Y las presiones «in crecendo» para que sucumbiera y pidiera el rescate como ya habían hecho Grecia, Irlanda y Portugal. Y Rajoy decide subir el IVA y quitar la paga a los funcionarios, medidas ambas contrarias a su programa electoral, y todo sigue igual. «Teníamos que hacer todo lo que estaba en nuestras manos para evitar el rescate», dice Montoro en privado. ¿Alguien se cree que yo hubiera aprobado una subida de IVA si no hubiera sido una medida desesperada para evitar la caída en el precipicio?, reconoce.

Y pasan los días. Los funcionarios protestando en las puertas de los ministerios por el recorte de los sueldos. Y el Gobierno sufriendo una crítica feroz por parte de la oposición, pero también de sus votantes a los que había prometido otra cosa. Y la prima seguía subiendo. Y el BCE no actuaba. «Fueron los peores días», reconoce el ministro de Economía. Y por fin, el señor Draghi pronunció sus palabras mágicas: «Haré todo lo que tenga que hacer para salvar al euro, y créanme, será suficiente». Y las cosas empezaron a cambiar.

Pero todavía quedaban unos meses de presiones. Todos esos empresarios que hemos visto esta semana aplaudiendo las reformas, desfilaban por Moncloa a finales de 2012 pidiendo al Gobierno que sucumbiera y pidiera el rescate a Europa. Y no lo hizo. Rajoy tenía incluso un «plan C» para no tener que pedir la ayuda a Bruselas con todas las exigencias, subidas de impuestos y ajustes extra para los ciudadanos que eso hubiera supuesto. La alternativa era solicitar un programa de asistencia financiera al FMI, un programa sin dinero, pero que conllevaría alargar los plazos para conseguir reducir el déficit. Pero eso hubiera enfadado a las autoridades europeas. Y quién sabe cómo hubieran reaccionado los mercados.

Ahora, apenas un año después, es cierto que al ciudadano de a pie nos cuesta sentir la mejoría. Es verdad que solo unos pocos parados han encontrado trabajo. Es cierto que los que conservamos nuestros empleos trabajamos más y por menos de dinero. Es cierto que queda mucho por andar. Pero el que no vea que lo peor ha pasado y que ya se ven luces al final del túnel es que tiene un problema o algún interés en que las cosas no mejoren.

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