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El incalculable daño de la corrupción

Yolanda Gómez el

Cansancio, hastío, tristeza, indignación,… son algunos de los adjetivos que escuchamos día tras día a los ciudadanos ante los innumerables casos de corrupción que vamos conociendo. Cuando creíamos que lo de las tarjetas de Caja Madrid, los EREs de Andalucía y las andanzas de los Pujol eran lo más, se desata la operación «Púnica». Una operación policial que tiene como novedad respecto a los casos anteriores que son hechos que no se produjeron hace años, en la época de las vacas gordas, y que se descubren ahora, sino que se estaban produciendo hasta ayer mismo. Otra decepción más. Yo confiaba en que los políticos y los empresarios corruptos habrían aprendido la lección. Sabrían que al final, antes o después, el que la hace la paga y, que al menos durante unos años, al menos hasta que volviera la bonanza económica, estaríamos a salvo de esta plaga que lo infecta todo. Pero no. También en la etapa de vacas flacas; también con los ayuntamientos casi en quiebra ha habido quien ha sabido hacer negocio con el dinero y los sacrificios de todos los contribuyentes. Quizás lo único bueno de esta situación es lo pronto que se ha detectado el engaño.

Y el problema es que la corrupción lo inunda y lo corroe todo. En los organismos internacionales se pone a España de ejemplo del éxito que ha tenido la implementación de las reformas, especialmente la laboral y la financiera. En las previsiones que acaba de hacer la Comisión Europea España sale bastante bien parada: crecerá más que Alemania, Francia, Italia y el conjunto de la zona euro durante los dos próximos años. Y el paro, aunque sube en octubre acumula un descenso de más de 280.000 personas,   Pero en España no vemos nada de eso, esas noticias no venden. Solo vemos políticos que han metido la mano en el bolsillo de todos. Y eso es peligroso. Primero por el desánimo y la desconfianza que genera. Y que nadie se olvide de que la economía al final es un estado de ánimo. Consumidores e inversores actúan en función de sus expectativas. Y el desánimo generado no es el mejor caldo de cultivo para aumentar el consumo. Respecto a los inversores, lo que les preocupa no es tanto la corrupción, sino sus efectos, especialmente políticos. La irrupción de partidos con programas económicos radicales y, en mi opinión, inviables, como Podemos, alimentados por ese descontento general, hace temer el fin de las reformas y una posible ingobernabilidad futura del país.

Todavía falta un año para las próximas elecciones y las percepciones de los ciudadanos pueden cambiar, eso sí, si no seguimos a escándalo diario. Y mientras, los partidos políticos deberían esmerarse en responder a las inquietudes de los ciudadanos y desterrar de sus filas a cualquiera que despierte sospechas de irregularidades. Deben recuperar la confianza perdida. Pero también los empresarios, que ahora suspenden a los políticos, deberían hacer autocrítica y reconocer que son ellos quienes pagan las comisiones y que sin su colaboración tampoco sería posible la corrupción política.

Pese a todo, los corruptos, aunque salgan todos los días en los periódicos, no son una mayoría. Todavía son más los políticos y los empresarios honrados, que los que roban. Y todavía hay más ciudadanos que cumplen sus obligaciones fiscales, que los que defraudan; y todavía los políticos, los empresarios y los ciudadanos de bien podemos vencer esta batalla contra la corrupción que tanto daño está haciendo a esta España nuestra. Todavía hay esperanza.

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