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Blogs Los cuatrocientos golpes por Silvia Nieto

Una historia mínima en la Segunda Guerra Mundial (III)

Una historia mínima en la Segunda Guerra Mundial (III)
Silvia Nieto el

Para seguir este artículo, el tercero sobre un hilo del que intento tirar, se puede leer primero este texto, y luego este otro.

 

Me he enfrentado al libro conociendo a sus autores como un lector de la época no podía hacerlo. He hojeado sus páginas con el privilegio de saber qué pasó después. Me explico.

Hace un par de días, «L’Art du bridge» (Éditions Arthème Fayard, 1937) llegó a mi casa. Ayer pude ir a recogerlo, y empecé a hojearlo con curiosidad. Lo primero que me llamó la atención fue la portada. La encabezan los nombres de Adrien Aron y de Jean Fayard, escritos en blanco sobre un fondo verde, en un verde que es un guiño al del tapete para jugar al bridge. Justo debajo, un rey de una baraja de naipes sostiene una mano de cartas. Como todos los reyes de naipes, posee dos rostros; detalle que me sacó una sonrisa, al pensar que es muy apropiado para el tema que estoy investigando. La ilustración la firma Hervé Baille, un dibujante que luego trabajó en los carteles publicitarios de Air France.

El prólogo está escrito por Jean Fayard y ofrece información interesante. Jean explica que ha decidido unir sus fuerzas a las de Adrien Aron para sumar su pericia como escritor a la habilidad probada por su amigo en el juego del bridge. Adrien, con quien juega «a menudo», posee la capacidad de permanecer «tan impasible como la esfinge» durante una partida. Sabe controlar sus gestos, el tono de su voz: no cambia «de rostro» pase lo que pase, y responde «lacónicamente» cuando le preguntan algo. «Para él, el juego se reduce a una serie de reflexiones límpidas como el método cartesiano. Se trata simplemente de razonamiento y de reflexión», señala. Me paro un momento. Esta descripción de Adrien Aron casa bien con la que su hermano hace de él en sus «Memorias». Por lo que Raymond Aron explica, Adrien sentía más de lo que daba a entender, de lo que expresaba. La muerte de su padre le había propinado un duro golpe, pese a su pose de frívolo. Luego, la Segunda Guerra Mundial le había empujado a una especie de aislamiento, apartándole de su rica vida en sociedad. Adrien Aron, aunque no quiero tomarme licencias, vivía igual que jugaba al bridge: aparentando no inmutarse por nada.

Vuelvo al libro. En concreto, al prólogo. Jean describe de forma muy diferente sus propias habilidades de juego. Reconoce, desde el principio, que no se le da demasiado bien. «No exageremos nada, hay dificultades en las que triunfo. Pero las dificultades mayores, lo admito, me superan en tres de cada cuatro ocasiones», confiesa. Pienso en su vuelta a París tras no ser bien acogido en el Londres donde De Gaulle enarbolaba la Resitencia contra la Ocupación nazi de Francia. Sigo leyendo. Jean justifica su participación en el libro: «¿Necesitaba Aron colaboración literaria? No es el caso. Podía, solo, enunciar claramente lo que conoce bien. Pero yo podía prestarle un servicio de otro tipo, haciendo de cobaya. Un campeón se arriesga a dirigirse solo a campeones, por encima de la cabeza de la multitud. Pero aquí se trata de escribir un libro para cualquier jugador de bridge, por mediano o mediocre que sea, y de darle de inmediato el método para que haga progresos». En realidad, Jean no tenía que justificar nada. No le hacía ninguna falta. «L’Art du bridge» fue publicado en 1937, un año después de la muerte de su padre, Arthème Fayard. Arthème le dejó en herencia su editorial; la misma que editó el libro que aquí estoy comentando un año más tarde. La decisión de publicarlo recayó, por tanto, en Jean. ¿Lo hizo por placer, porque era un tema que le gustaba y con la intención, quizá, de hacerle un favor a Adrien? Entonces, ¿era Adrien su amigo? Todavía no lo puedo afirmar de forma tajante.

Nos podemos creer a Jean cuando dice que Adrien practica como un experto el juego. Rastreando, he encontrado, aunque quiero profundizar más en este aspecto, que el bridge se emplea para enseñar matemáticas a los niños. Que las matemáticas, en definitiva, están ligadas al juego. En las «Memorias» de Raymond Aron, el filósofo explica que su hermano, «dotado de una excepcional inteligencia», tenía talento para las matemáticas, que había estudiado y luego abandonado por su incapacidad para esforzarse por algo que le exigiera esfuerzo o constancia, y que no estuviera ligado al ocio.

¿Qué más decir? Es muy típico asemejar muchos deportes o juegos con la propia vida. Se dice que el fútbol es como la vida o que el ajedrez es como la vida porque en su práctica se mezclan éxitos y fracasos y porque el azar y la lucha por que el esfuerzo someta al azar que experimentan sus jugadores son sentidos por las personas corrientes cada día en muy distintas situaciones. Jean y Adrien sugieren algo parecido sobre el bridge. Por eso, en algunos pasajes de la obra donde reflexionan sobre el trasfondo psicológico de su «arte», siento que reflexionan sobre algo que va más allá:

Antes de entrar en detalle en las diferentes declaraciones posibles, creemos útil formular una regla de sentido común (…) «hay que hablar cuando tenemos juego y pasar cuando no lo tenemos» (…) Si no tiene nada, no diga nada. 

¿Por eso Adrien Aron prefirió el silencio en la posguerra?

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