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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

La Fuentes del Nilo: otro mito que muere

La Fuentes del Nilo: otro mito que muere
Francisco López-Seivane el

 Ya he dejado escrito en alguna parte que las Fuentes del Nilo fueron un mito y un misterio geográfico desde los tiempos de Alejandro, César y Ptolomeo. El jesuita español Pedro Páez descubrió -y notarió- en el siglo XVII que las llamadas Fuentes del Nilo Azul estaban situadas en las proximidades del lago Tana, en Etiopía, aunque luego, ciento cincuenta años más tarde,  fuera un escocés llamado James Bruce el que se atribuyera descaradamente el descubrimiento sin mencionar siquiera los escritos de Páez, por los que supo del viaje que el misionero había realizado hasta el nacimiento del Abay (Pequeño Nilo Azul), un tributario del lago Tana, que es realmente la auténtica fuente del Nilo Azul. La prensa inglesa se hizo eco profusamente del ‘descubrimiento’ de Bruce y el falso e indigno explorador escocés ha pasado a la posteridad como el ‘descubridor’ de las Fuentes del Nilo Azul. Valgan estas líneas de honroso tributo al auténtico descubridor, el Padre Páez, misionero jesuita nacido en Alcalá de Henares, cuya biografía ha escrito magistralmente Javier Reverte.

Un lugareño extiende su red desde una tankwa, las precarias barquitas de papiro que se hacen en unas horas y apenas duran un par de semanas/ Foto: F. López-Seivane
Un tankwa con una familia navegando por la misma boca del Nilo Azul/ Foto: F. López-Seivane

En aquella época, treinta kilómetros río abajo, las aguas del Nilo Azul se precipitaban majestuosamente formando unas espectaculares cataratas conocidas como Tis Isat (Aguas Humeantes), una pared rocosa de unos cuatrocientos metros de ancho por cincuenta o sesenta de altura. La construcción de una presa en tiempos modernos derivó la mayor parte del caudal y ahora, en la época seca, apenas cae un chorro de unos metros, dejando el paredón a la vista. Todavía hay cierta hermosura en la contemplación de ese chorro espumeante, pero la larga pared de roca desnuda invita a la nostalgia por la belleza perdida.

La caída de agua actual deja al descubierto la mayor parte de la pared y da una idea bastante clara de lo que es y lo que debió de haber sido/ Foto: F. López-Seivane
Este es el primer puente sobre el Nilo Azul. Más abajo hay otro de piedra, llamado de los Portugueses y construido por los jesuitas/ Foto: F. López-Seivane

Algo parecido ha ocurrido en las Fuentes del Nilo Blanco, en Uganda, que un día descubriera un tal Speke en Jinja, no lejos de Kampala, La espectacular cascada por donde desaguaba el lago Victoria, que Speke identificara con las Fuentes del Nilo, hace tiempo que pasó a mejor vida, anegada por un pantano, así que las aguas del gran río no se diferencian ahora de las de cualquier otro. Sólo el contexto, la belleza de sus riberas, el temperamento con que salva los accidentes que encuentra en su camino, el vértigo de los rápidos, el suicidio de los saltos que llevan el agua al cielo convertida en nubes blancas, o el misterio de su origen pueden prestar a un río ese aura mítico, esa personalidad legendaria que cala en las gentes y en la historia. Hace años, tuve que conformarme con ver en un altozano sobre un entrante del lago Victoria, en las afueras de Jinja, la segunda ciudad en importancia de Uganda, una placa que señalaba el lugar exacto en el que el Nilo inicia su largo viaje, a través de Uganda, Sudán y Egipto, hasta el Mediterráneo. Lo marcaban una serie de islitas artificiales que cruzaban simétricamente de orilla a orilla y parecían el punto de salida de una competición de remo o los pilares de un inexistente puente. Muchos se preguntaban al verlo por qué se había elegido precisamente ese punto y no otro -la embocadura por la que las aguas abandonan el lago algunos cientos de metros más arriba, por ejemplo- para detentar oficialmente el nada desdeñable blasón de Fuente del Nilo.

Esta es la tradicional placa que recuerda que ahí nace el Nilo Blanco/ Foto: F. López-Seivane
Una especies de bases salientes marcaban hasta hace poco el lugar exacto conde se encontraban ‘Las Piedras’ que viera Speke. Ahora tampoco existen/ Foto: F. López-Seivane

La razón es que justamente ahí se hallaba, en tiempos de Speke, una bella escarpadura de grandes rocas por donde las aguas del lago se precipitaban con furia al vacío. Speke identificó de inmediato aquellas cataratas con las fuentes del Nilo, el santo Grial que acababa de encontrar. Entusiasmado por su hallazgo, escribió: “Las ‘piedras’, como llaman los waganda a estas cataratas, es lo más espectacular que he visto en África… Contemplándolas, he llegado a anhelar una mujer y una familia, un jardín, un barco y un rifle para ser feliz aquí toda la vida”. Pero aquellas magníficas cataratas, que llamó Ripon, y otras que espumaban un kilómetro aguas abajo, bautizadas como Owen, desaparecieron tristemente en 1954 cuando se inauguró el pantano Cataratas Owen, junto a cuya presa cruza ahora el río la carretera de Kampala. Los decepcionados visitantes no encontrarán en el lugar más que una placa en lo alto del mirador y un montón de tiendecitas turísticas, al borde de lo que más parece una ensenada del lago que otra cosa.

El cartel actual, junto al río, da cuenta detallada de lo que vio Speke en su día/ Foto: F. López-Seivane
Estas son las precarias tiendecitas que había hace años en el lugar/ Foto: F. López-Seivane
… y esto es lo que hay ahora, junto a algunos espectáculos de danza y un busto dedicado a Gandhi/ Foto: F. López-Seivane

Sí, hube de conformarme entonces con contemplar las aguas del Nilo, anchurosas y quietas en ese punto, todavía un bello espectáculo entre colinas boscosas. Sin embargo, sin el fragor de las cataratas y la corriente impetuosa de antaño ni siquiera parecía un río con nervio hasta que, diez kilómetros más abajo, se encabritaba de nuevo en las llamadas Cataratas Bujagali, en realidad unos rápidos de grado cinco que se habían convertido en una de las grandes atracciones turísticas del país. Estoy recién  llegado de un viaje a Uganda y ¿pueden creer que se acaba de inaugurar otro pantano que ha terminado también con las Cataratas Bujagali?

Estas son las también desaparecidas Cataratas Bujagali, ahora anegadas por otra presa/ Foto: F. López-Seivane

Créanme, cuesta mucho trabajo apoyar ciegamente el ‘progreso’ cuando uno ve cómo se pierden las bellezas del planeta, una tras otra, sin la menor misericordia. Si aún les interesa conocer la furia del Nilo, vayan cuanto antes a las llamadas Cataratas Murchison. El próximo día les cuento cosas sobre ellas.

Para dimes y diretes: seivane@seivane.net

Algunas de las imágenes que ilustran este reportaje han sido tomadas con una cámara Fujifilm serie X T20

Pueden seguir aquí mis ‘Crónicas de un nómada’ en Radio 5 (RNE)

 

 

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