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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

La inexpugnable roca de Sigiriya

La inexpugnable roca de Sigiriya
Francisco López-Seivane el

No es de extrañar que el hermoso peñasco que se eleva orgulloso sobre la extensa llanura de Sigiriya, en el centro de Sri Lanka, llamara la atención del joven príncipe Kassapa, cuando, tras matar a su padre y temiendo el ataque de su hermano, legítimo heredero al trono, andaba buscando un lugar inexpugnable para instalar su nuevo palacio. La imponente roca, un gigantesco cubo de granito misteriosamente asentado sobre la boscosa alfombra de la planicie, debió de parecerle el lugar ideal. Dicen los expertos que sólo se tardaron siete años en completar uno de los retos arquitectónicos más formidables que recuerdan los siglos. Cuando uno asciende los mil doscientos treinta y un escalones que llevan a la cima y contempla la belleza y perfección de los jardines, los estanques excavados en roca viva, los restos del inmenso león que dominaba el único acceso y por cuyo interior discurría la escalera que llevaba al palacio, comprende que está ante una obra única, concebida con una audacia sin precedentes.

Escaleras, las que ustedes quieran. Más vale que no las cuenten, o se les hará más larga y agotadora la subida/ Foto: F. López-Seivane
Un paseo en elefante por los alrededores del peñasco es altamente recomendable/ Foto: F. López-Seivane

Las paredes de la roca tienen una caída en vertical superior a los doscientos metros, sin ningún acceso natural, así que pensar en construir un palacio en su cima con los medios de que se disponía en el siglo V se antoja, como mínimo, una obra titánica. Pero el joven Kassapa no sólo lo consiguió, sino que convirtió su entorno en una bella ciudad ajardinada, amurallada y rodeada de un doble foso en el que nadaban amenazadoramente miles de cocodrilos. Durante su corto reinado, Sigiriya fue la capital y el orgullo de Sri Lanka.

Vale la pena dedicar un día completo a explorar los jardines y los restos de construcciones históricas que rodean la roca. A diferencia de lo que ocurre en otras ruinas, aquí todo es bucólico y agradable. Los planificadores de Kassapa transformaron el terraplén de la base de la peña en terrazas ajardinadas pobladas de árboles, hoy centenarios. Perderse en sus recovecos es entrar en un mundo de fantasía en el que aún perduran restos de antiguas dependencias palaciegas. En buen estado se encuentra el Salón del Trono, donde el rey recibía a sus visitantes  más ilustres, librándoles así de la fatiga de la escalada. Un poco más arriba, un depósito de agua excavado en roca viva, garantizaba las reservas del líquido elemento. Las terrazas estaban comunicadas por escalinatas de ladrillo que aún se mantienen en pie quince siglos después. También hay algunas cuevas naturales que los monjes budistas usaron como monasterios desde el siglo III AC.

En esta covacha vivían monjes budistas desde el siglo II dc./ Foto: F. López-Seivane

La subida impone, pero no queda más remedio que acometerla si se quieren contemplar las exquisitas pinturas murales que aún se preservan en la pared. En efecto, a unos cien metros del suelo, en una hendidura natural a la que se accede por una interminable escalera de caracol, hay una serie de excelentes frescos de la época, seguramente inspirados en los de las cuevas de Ayanta, pero con colores más vivos y motivos más paganos. De hecho, todas las figuras que se conservan son torsos femeninos con los pechos al aire. Hay quien opina que se trata de apsaras, ninfas celestiales, y quien piensa que reflejan la vida de las mujeres nobles de la época. Como también hay expertos que no los consideran auténticos frescos, sino pinturas al temple, como las de Ayanta. En lo que todos parecen coincidir es en que gran parte de la pared occidental de la roca era un gigantesco mural de más de cien metros de largo por unos cuarenta de ancho. Al parecer quedan restos de pintura en varios lugares, aunque nadie sabe a ciencia cierta que es lo que se había pintado allí.

Antiguos frescos, sorprendentemente explícitos, nos dan idea de lo que debía de ser el estilo de vida de la época/ F. López-Seivane
Las pinturas recogen escenas de la vida cotidiana/ F. López-Seivane

Desde la galería de los frescos, se sube cómodamente una escalera transversal  muy tendida, y defendida por un muro, que lleva a la amplia terraza que sobresale a media altura en la cara norte. Es un buen lugar para tomarse un respiro y contemplar las enormes garras del león que ocupaba el resto de la pared y por cuyo interior se accedía a la cima en los tiempos de Kassapa. En su día debió de ser una notabilísima estructura de ladrillo, recubierta de estuco, muy fácil de defender en caso de ataque. Ahora está casi totalmente derruida, pero aún se distinguen nítidamente las garras y el arranque de la escalinata. Lo demás es pared vertical, así que para superarla hay que trepar por una improvisada escalera volada de metal que zigzaguea hasta la cumbre. La estructura, desde luego, no es apta para los que sufran de vértigo o del corazón.

Apenas quedan algunos restos del gigantesco león de piedra que marcaba la entrada al último tramo de subida. Véase en primer plano una garra y, al fondo, la escalera metálica adosada al muro por donde se sube a la cima/ Foto: F. López-Seivane
La plataforma intermedia ofrece un respiro impagable en medio de la ascensión. Pocos pasan de aquí/ Foto: F. López-Seivane

En lo alto, la irregularidad del terreno fue salvada con numerosas terrazas que albergaban jardines, estancias y varias piscinas excavadas en la roca. Todo está en ruinas, pero los cimientos dejan ver perfectamente la situación de cada cosa. En lo mas alto, un rectángulo de tierra marca con claridad la situación del palacio real, disfrutando de una visión magnífica de la llanura que se extiende inacabable alrededor. Era imposible entonces vivir más cerca del cielo.

Sorprendente piscina labrada en piedra del siglo V, en lo alto de la roca/ F. López-Seivane
Aquí se levantaba el palacio, dominando la vasta llanura que se extiende alrededor de la roca/ Foto: F. López-Seivane

La desconocida historia de Sigiriya:

Lo he dejado para el final porque se que no a todo el mundo le interesa la historia, menos aún cuando se trata de culturas lejanas y nombres impronunciables, pero también me consta que los lectores de ABC son, por lo general, personas cultas e interesadas en los hechos que hay detrás de las cosas. Así se cuenta lo que ocurrió en Sigiriya en el principio de los tiempos. Corría el siglo V de nuestra era. El rey Dhatusena, de la vecina Anuradhapura, tenía dos hijos: Mogallana, concebido por la más preeminente de sus esposas, y Kassapa, nacido de una consorte plebeya. Cuando el padre nombró a Mogallana heredero al trono, Kassapa se rebeló, tomando prisionero al rey y obligando a su hermanastro a  exiliarse en la India. Kassapa amenazó entonces a su padre con matarle si no le revelaba el lugar donde guardaba el tesoro del reino. Dhatusena puso como condición que se le permitiera bañarse por última vez en el gran estanque de Kalawewa, de cuya construcción se sentía particularmente orgulloso. Una vez dentro del estanque, llenó de agua el cuenco de sus manos y le dijo a su hijo que ése era el único tesoro que poseía. Kassapa, furioso, le hizo emparedar hasta la muerte. Acto seguido, temiendo un previsible ataque de su hermano exiliado y legítimo heredero al trono, encargó la construcción de un palacio fortaleza inexpugnable en lo alto del risco de Sigiriya, así como el diseño de una ciudad amurallada y ajardinada que envolviera la roca.

Seis años más tarde, Mogallana llegó desde la India al frente de un ejército de mercenarios tamiles para reconquistar su reino. Kassapa, con muy mal criterio, decidió descender de su fortaleza y salir al encuentro de los invasores montado en un elefante. El animal, en el fragor de la batalla, se asustó y volvió la grupa. Los capitanes de Kassapa interpretaron que el rey huía y dieron la orden de retirada, dejando a éste aislado a merced del enemigo. Sabiendo lo que le esperaba, Kassapa decidió acabar con su propia vida antes de caer prisionero de su hermano. Su reinado fue muy corto. Su vida también. Pero su extraordinaria obra ha prevalecido a través de los siglos y hoy es Patrimonio de la Humanidad.

Para dimes y dientes: seivane@seivane.net

 

 

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