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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

La Pequeña Inglaterra de Sri Lanka y sus ‘tea gardens’

La Pequeña Inglaterra de Sri Lanka y sus ‘tea gardens’
Francisco López-Seivane el

Decir que la ciudad de Nuwara Eliya enamora por sus campos de té sería minusvalorar su espléndida naturaleza, su clima privilegiado y ese leve rastro de distinción británica que aún pervive como el aroma de un perfume. Para muchos, se trata de la región más alta, fértil, hermosa y fresca de Ceilán. Para mi, es un destino recurrente, al que no tardaré volver. Si alguien se anima a acompañarme, que no deje de seguir leyendo hasta el final

A los lugareños les gusta referirse a ella como la Pequeña Inglaterra, ya que fue creada por los ingleses a su imagen y semejanza, pero, aparte de algunas mansiones de estilo victoriano que recuerdan los años de la colonia y han terminado convirtiéndose en hoteles, poco queda de la época británica, sino un par de campos de golf y detalles como el cultivo de las típicas hortalizas inglesas o las chaquetas de corte inglés que siguen utilizando las recolectoras tamiles sobre sus saris.

La mayoría de las mansiones inglesas son ahora agradables hoteles turísticos/ Foto: F. López-Seivane
En Nwra Eliya también se cultivan magníficas verduras/ Foto: F. López-Seivane

Los ingleses confiaban más en los tamiles, una minoría hindú de origen indio, que en los propios cingaleses, así que trajeron a numerosas familias desde el norte de la isla para trabajar en sus estancias, vistiéndolos como si fueran granjeros ingleses. Es muy chocante ver el contraste entre las formales chaquetas de paño inglés, que se siguen utilizando, y los coloridos saris indios que las mujeres Tamil nunca dejaron de ponerse debajo.

Las recolectoras de te tamiles siempre visten sus coloridos saris/ Foto: F. López-Seivane

La región de Nuwara Eliya, situada a dos mil metros de altura en un cuenco protegido por las montañas más altas del país, cuenta con un clima ideal para el cultivo del té. Pero el asunto no se le había ocurrido a nadie hasta que, en 1890, un tal Thomas Lipton, que pasaba por allí, camino de Australia, decidió comprar por dos perras media docena de plantaciones de café abandonadas para dedicarlas al cultivo del té. Su éxito fue tal en Inglaterra que la marca Lipton terminó siendo sinónimo de té, lo que desató una avalancha de emprendedores que fueron llegando a la región decididos a comprar tierras y transformarlas en campos de té.

El negocio dio lugar a grandes fortunas y grandes haciendas, cambiando para siempre el paisaje y la economía del país. De la noche a la mañana, brotó una ciudad con sus servicios. Considerables extensiones de bosques fueron deforestados y las peladas colinas convertidas en plantaciones. Es difícil saber cómo era antes Nuwara Eliya, pero su rugoso terreno aparece ahora cubierto por un manto verde de campos de té, que suavizan el paisaje y desprenden una agradable sensación de orden y serenidad, sobre todo cuando las cuadrillas recolectoras encienden con los vivos colores de sus saris la monotonía verde de los campos. Por algo los ingleses los llaman todavía Tea Gardens.

Los montes fueron deforestados y ahora son campos de té/ Foto: F. López-Seivane

Durante la recolección, las mujeres, moviéndose con soltura entre los arbustos, van depositando las hojas en una saco que portan a la espalda, sujeto a la frente. Por un sueldo mensual de 120 €, cada mujer ha de recoger diariamente un mínimo de quince kilos. Por cada kilo extra reciben un sobresueldo, así que se las ve siempre muy afanadas en su labor. Hay algo verdaderamente bucólico y como de otro tiempo en estas escenas que se repiten diariamente en todas las haciendas y constituyen una visita obligada.

Las recolectoras siempre actúan en cuadrillas/ Foto: F. López-Seivane

Aún quedan espléndidos bosques, no se crean, más allá de las plantaciones, cuando el terreno se empina de veras. Vistos desde la ciudad, los montes circundantes no parecen gran cosa, pero uno de ellos, el Pidurutalagala, es el más alto de la isla, sobrepasando los 2.500 metros. Es una pena que no se pueda coronar para disfrutar de las impresionantes vistas que necesariamente han de poder contemplarse desde su cima, pero las autoridades han construido allí el principal centro de control aéreo del país y está prohibido el acceso.

A nadie le preocupa mucho, porque la región está sobrada de bellezas naturales y miradores. El más extraordinario de todos es conocido como ‘El Fin del Mundo’ y está dentro del Parque Nacional Horton Plains, a unos pocos kilómetros de la ciudad. Es una visita que vale la pena. La extensa meseta de hierbas altas que comprende el Parque, termina abruptamente en una caída vertical de casi un kilómetro, que se asoma a las tierras bajas y, en días claros, al mar, ya en la distancia. El Parque, con su flora singular, ofrece fantásticos senderos por bosques y paisajes surrealistas.

Pero los atractivos de la región no se limitan a los campos de té y la espléndida naturaleza que los rodea, sino que tienen su mística y su leyenda. Quienes estén familiarizados con el Ramayana, el gran épico hindú, ya sabrán que Ravana, el malo de la historia, raptó a Sita, la mujer de Rama, y que éste envió a rescatarla a Sri Lanka a su fiel servidor Hanuman, el poderoso hombre/mono, dotado de extraordinarios poderes. Pues bien, se cree que Sita estuvo escondida en estas montañas. A unos diez kilómetros de aquí se halla Hagkala Rock, que la leyenda identifica con uno de los trozos de la montaña que partió el enfurecido Hanuman en su lucha por recuperar a Sita, quien se hallaba retenida en una cueva de los alrededores, justo donde ahora se levanta el vistoso Amman Temple, lleno de esculturas de todos los personajes del Ramayana y muy reverenciado y visitado por la minoría hindú de la isla. Incluso el llamativo contraste entre las peladas praderas y los frondosos bosques de Horton Plains se explica en clave esotérica, achacándolo a los incendios producidos por la cola en llamas de Hanuman cuando trató de ser quemado por los sicarios de Ravana.

Las figuras que protagonizan el Ramayana adornan este colorido templo hindú/ Foto: F. López-Seivane

Incluso aquellos que no muestren el menor interés por las viejas leyendas épicas, encontrarán que vale la pena transitar por estos abruptos caminos, disfrutando de una naturaleza indómita, pródiga en paisajes sorprendentes y dramáticas cascadas.

Del 20 al 31 del próximo mes de marzo tengo planeado un viaje a Kerala y Sri Lanka con un grupo de amigos. Si alguien se siente inclinado a sumarse y quiere más detalles, pídalos cuanto antes a seivane@seivane.net

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