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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Gnawa, músicas del mundo en Essaouira

Gnawa, músicas del mundo en Essaouira
Francisco López-Seivane el

Había oído hablar vagamente del Festival Gnawa, pero jamás imaginé que tuviera tanto vuelo. Del 12 al 15 de mayo, el pasado fin de semana como quien dice, las paredes de la vieja Medina de Essaouira literalmente reventaban bajo la presión del medio millón de almas que ocluían su laberinto de callejuelas como si se tratara de trombos de colesterol. No había manera de encontrar una mesa libre en las terrazas para sentarse a leer tranquilamente el programa de actuaciones, que parecía una guía telefónica. El número de grupos y artistas venidos de toda África y otros lugares del mundo era apabullante, aunque sus nombres no dijeran nada a un novicio como yo. Tampoco era fácil elegir entre los distintos escenarios donde tenían lugar las actuaciones cada noche: La gran plaza de Bob La’chour, la magnífica atalaya Borj Bab Marrakech, en un esquinazo de la muralla, la propia playa…

Dos músicas de un grupo, felices tras su actuación en el festival/ Foto: F. López-Seivane

Antes de nada he de aclarar para los profanos que Gnawa es una cultura que nace de los esclavos llegados a Marruecos desde distintos lugares del África negra en el siglo XVI. Su música, como la Capoeira,  proviene del sufrimiento y refleja el dolor de la esclavitud. Sus instrumentos son simples: tambores y castañas. Sus túnicas, inmaculadamente blancas, muestran una dignidad sin adornos. Alrededor de la música Gnawa, que expresa tanto el sufrimiento como la esperanza, el festival congrega a grupos étnicos de las más variadas procedencias, en un carrusel de colores, ritmos y tambores que se extienden por todos los rincones de la Medina. Es música del pueblo para el pueblo. Un rato estelar en el escenario, toda la noche en cualquier rincón de la Medina.

Un grupo Gnawa en acción/ Foto: F. López-seivane

El primer día opté por el que parecía el escenario principal, donde todas la autoridades locales e invitadas tenía reservados asientos de primera fila en el concierto inaugural. Logré encontrar una silla vacía y la ocupé sin remilgos, dispuesto a defenderla a cualquier precio. En escena Jeff Ballard Trío, tres virtuosos de distintos lugares del mundo, que improvisaban sublimes solos de saxo, guitarra y batería. Me encantó su música, muy parecida al jazz, porque les salía del alma. Tras su actuación, pasé a saludarlos al backstage. Jeff, el batería y alma del conjunto, es un californiano simpático que pierde dos o tres kilos por actuación. El saxo, Miguel Zendón, el más joven de los tres, es puertorriqueño, mientras el guitarra, Lionel Loueke, procede de Benin. Se fueron pitando porque esa misma madrugada viajaban con rumbo a Italia. Buen viaje.

El tío de Jeff Ballard en acción en la inauguración del festival/ Foto: F. López-seivane

A la mañana siguiente me encontré con el Cónsul Honorario de España, Redwane Khanne, que también es Presidente del Consejo Turístico de la ciudad y propietario del primer establecimiento hotelero que se abrió en Essaouira, el Riad Al Madina. Me contó que el Festival Gnawa ha contribuido extraordinariamente al desarrollo turístico de la ciudad. Hace diecinueve años, cuando tuvo lugar la primera edición, sólo había 15 riads en la Medina. Hoy, cuando acaba de concluir la decimonovena, Essaouira sobrepasa los trescientos hoteles con más de seis mil camas. Y todos llenos hasta la bandera.

El Cónsul Honorario de España, Sr. Redwan Khanne, en su riad/ Foto: F. López-Seivane
Patio del riad Al Madina, el más antiguo de Essaouira/ Foto: F. López-seivane

Me gusta la música de calidad, inspiradora y apacible. A veces, también puedo abandonarme a los ritmos misteriosos del jazz, pero los conciertos masivos, sobre todo si son de rock, con altavoces a todo meter, me producen espanto y agorafobia. Lo de Essaouira es otra cosa. Son conciertos masivos, sí, pero también espectáculos coloridos, con danzas y tamboreadas. La gente lo disfruta y aplaude sin alcohol ni frenesí. La segunda noche me pasé unos instantes por el escenario de la playa para traerme alguna foto y que ustedes puedan hacerse una idea de lo que allí se cocía.

Esto es lo que me encontré esa noche en la playa. No me pregunten quien es porque no sabría decirlo, pero la muchedumbre estaba encantada con la energía del espectáculo/ Foto: F. López-seivane

Sin embargo, lo más interesante para mi fue descubrir que el sábado había una actuación estelar de Las Migas, un grupo femenino de flamenco catalano/andaluz. Di con ellas en un rueda de prensa masiva que se celebraba en la terraza  del Liceo Francés, justo al lado de mi lobera. Después nos fuimos a charlar un ratito a otra terraza más tranquila, asomada a la brisa del Atlántico. Me sorprendió encontrarme a cuatro guapas morenazas muy normales, discretas, profesionales y con la cabeza aparentemente bien amueblada. Lo suficiente como para animarme a atravesar la Medina a las doce de la noche y hacer la preceptiva cola a la entrada del lugar. Nada masivo, como en los otros escenarios, donde el acceso era gratuito. Aquí la entrada costaba 250 dirhams, unos 25 euros, que es mucho dinero en Marruecos. El escenario era precioso: la atalaya de la muralla, abierta a los alisios, que campaban a sus anchas (¡Dios, qué frío pasé!). No había sillas, sino cojines marroquíes sobre un suelo alfombrado, en el que muchos terminaron tumbándose. Las Migas me sorprendieron también por su calidad y puesta en escena: flamenco fino en femenino plural.

Las cuatro Migas y sus músicos de apoyo en directo en Essaouira. De izquierda a derecha: Roser, Marta, Alba y Alicia/ Foto: F. López-Seivane

Cuando pregunté al grupo por la tarde quien llevaba la voz cantante, Alba me dijo muy seria: ‘nadie’. No pude por menos de evocar a Lorca: “Me dijo que era mozuela, pero tenía marido”. También me acordé de Elena, la ministra de Turismo de Grecia, quien me aseguró solemnemente el pasado enero que su gobierno no bajaría jamás las pensiones de los jubilados. Hace apenas unos días han decretado un recorte del 30%. Así me tome el ‘nadie’ de Alba. Bastó verla en escena para saber que es el alma de Las Migas, al menos en el escenario, porque antes y después son un grupo de amigas aparentemente muy bien avenidas y con mucha personalidad. Su voz cargada de sentimiento pone los pelos de punta. Te la crees de arriba abajo, porque expresa todo un muestrario de emociones que nadie puede impostar si no forman parte de su ser. Lo suyo no es sólo una técnica vocal, sino la capacidad de dar rienda suelta a ese torbellino de sentimientos que alberga el alma humana. La expresión de su rostro es tan auténtica que parece que se está desnudando ante ti. Eso es flamenco puro, sin artificio.

Alba Carmona dando palmas en plena actuación, con Marta Robles acompañando con la guitarra/ F´López-seivane

Como el Gnawa, el flamenco nació de la frustración del nomadeo gitano, del no pertenecer a ningún sitio, de sentirse parias y extraños en cualquier lugar. Alba utiliza el mismo vehículo para expresar sus propias frustraciones y anhelos personales. No oculta sus sentimientos tras una sonrisa de ‘artista’, sino que los utiliza para cargar su voz con dinamita. No se si es un acto deliberado para exorcizar sus propios demonios, pero lo que sale de su garganta es tan verdadero que llega, contagia y emociona. Un cantante, como un escritor, no es nada hasta que no logra desinhibirse y dejar fluir sin tapujos lo que lleva dentro. Alba lo ha conseguido y por eso no necesita de vanos artificios. Lo mismo puede decirse de la expresión de su cuerpo. En un momento dado, se baja del escenario y se marca unas poses que dicen más que una enciclopedia. No podemos llamarlo baile, sólo amaga, pero el dramatismo de su body language es mucho más que una danza, es expresar con el cuerpo anhelos, carencias, vacíos, esperanzas, pasiones… Una artista de verdad, de los pies a la cabeza.

Alba Carmona cantando con su cuerpo y Marta Robles cantando detrás. ¿Se puede ser más flamenco?/ Foto: F. López-Seivane

Alba tiene mucha miga, pero también la tienen sus tres compañeras. Quizá he personalizado demasiado en ella, pero las cuatro son grandes artistas, aunque de distintos perfiles. Calladamente arropan la voz de Alba con un fantástico soporte musical. Nada sería lo mismo sin la guitarra de la sevillana Marta Robles, alma musical, compositora y autora de la mayoría de las canciones del grupo. Una chica guapa, jovial, agradable y discreta en el escenario, pero con una gran personalidad y preparación. Sin duda, un importantísimo pilar del grupo; Asimismo hay que destacar la belleza serena de Roser Loscos, una catalana ubicada en Francia, que enriquece al grupo no sólo con su elegante vestuario y presencia, sino con el virtuosismo de su violín, al que arranca notas cargadas de profundos sentimientos; y la guapa cordobesa Alicia Grillo, quizá la más joven, que con su guitarra y su bonita voz coral completa un conjunto armónico, suave, elegante, femenino, sin estridencias y lleno de buen gusto.

/ Foto: Luis Castilla

Yo me atrevería a denominar su arte como la ‘revolución tranquila’ del flamenco, ya que aportan estilo propio, armonía, personalidad, innovación, calidad vocal y musical, un vestuario colorido, heterodoxo y agradable y mucha cercanía con el público. Hablan todas con naturalidad, algunas en distintos idiomas, tienen un repertorio variado, cantan en castellano y en catalán y logran que el público salga encantado. No parecen conocer otros límites que su propia inspiración. Aunque profundamente enraizado en el flamenco, el arte heterodoxo de Las Migas nada tiene que ver con un grupo flamenco al uso. Son chicas con mucha personalidad artística y humana, deseosas de romper moldes y experimentar. Yo diría que hasta utilizan la dinámica del grupo para su propio crecimiento personal. Es decir, no buscan sólo crecer como artistas, sino como personas también. La verdad es que da gloria verlas y escucharlas. En el escenario brilla la estrella del Alba, pero tras las bambalinas los roles se reparten y todas tienen misiones muy importantes en el conjunto, empezando por la creación musical de Marta. La otra tarde le pregunté qué les impulsó a llamarse Migas. “Es un nombre sencillo y cercano que va con todo”, me respondió.

Ya lo ven, Las Migas no son para nada flamencas convencionales/ Foto: Luis Castilla

Si consiguen sobrevivir artísticamente (pocos cuartetos femeninos lo han conseguido durante mucho tiempo. Acordémonos de las Spice Girls, por ejemplo) y bien llevadas, creo que tiene un futuro esplendoroso y pueden llegar a marcar una época. Ya lo saben: si pasan por su ciudad, no se pierdan el espectáculo. Es finísimo, elegante y de gran calidad.

Imagen de portada: Las Migas en una tienda de alfombras en Essaouira/ Foto:  Victor Hugo Espejo

Las imágenes de F. López-Seivane que figuran en esta crónica han sido tomadas con una cámara Fujifilm serie X  T10

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