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Blogs Una de piratas por Oti Marchante

Yasujiro Ozu, el respeto

Oti Marchante el


  


                      


No quiero partir de una irreverencia o de una boutade: me fascina Ozu, pero considero que Mizoguchi es John Ford. Hay pocas cosas más redondas y hermosas que todo el último cine de Mizoguchi, La Emperatriz Yangkwey Fei, Vida de O’Haru, Mujeres en la Noche, Cuentos de la Luna Pálida, El Intendente Shanso… Sólo esas películas, junto a una increíble de Kinugasa, ‘Las puertas del infierno’ (tal vez alguien la vio en Que Grande es el Cine en un programa que tuve la fortuna de estar en él), hacen de ese cine japonés de mitad del pasado siglo algo muy grande como para ventilarlo en un par de frases procaces y supuestamente ingeniosas. Pero…


El cine de Ozu, el de esa misma época, es otra cosa, tal vez más pequeña…, es algo impermeable al análisis y casi a la cinefilia: es un diminuto bordado de tiempo y sensaciones habituales, cotidianas, que tienen un efecto saludable y fresco en el interior de uno mismo, como si las respiraras, las Historias de Tokio, Primavera Tardía, Buenos Días, El Último Otoño, La Hierba errante y, sobre todo y especialmente, El Sabor del Sake, una película que te la llevas puesta,como una rebequilla. Ozu sólo habla de cosas diminutas pero muy trascendentes, no para el ser humano sino para la persona. En El Sabor del Sake, como en tantas otras, pone su cámara bajísima, a la altura de alguien sentado en el tatami, cogiendo siempre a sus personajes en un leve contrapicado: los realza con suavidad, pero es que, además, los mira así, con suavidad, con un cariño infinito, comprendiendo y matizando cada uno de sus vicios y virtudes; no hay, ni en ésta ni en otras películas de Ozu, ‘malos’, hay gente que reacciona ante las vicisitudes, la soledad, la pérdida, la decepción, la vida…, pero sin la impronta de la maldad: todo está inundado de la palabra respeto: respeto hacia arriba, hacia abajo, hacia ambos lados, respeto a lo viejo y a lo nuevo, a los demás y a sí mismo. Los interiores, las escasas escenas de exterior, la luz y hasta la nocturnidad… todo está exprimido para que desprenda volutas de tranquilidad y sosiego, y el rincón del Suntori, el bar al que acude el viejo protagonista con su hijo, es como la conclusión de un anhelo.


La cámara de Hawks siempre miraba a sus personajes a la altura de los ojos; la de Ozu, los mira desde más abajo, a la altura donde se apretujan los dilemas.


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