Nunca he sentido ni refugio ni alusión en el cine de Bigas Luna, aunque hay que reconocerle a él, o a su cine, una singularidad y una habilidad para el regateo sorprendentes. En alguna ocasión, un amigo mío muy cinéfilo me ha dicho que no se lo había pasado tan bien leyendo una crítica de una película como cuando leyó las que yo escribí de “Las edades de Lulú” y de “Bámbola”; y puede que sea cierto, pero aún sería más cierto el hecho de que Bigas Luna se consiguió vengar inmediatamente después de las “gracietas” que yo hiciera de esas pelis obligándome a escribir todo lo contrario sobre “Jamón, jamón” (que siguió a “Las edades…”) y “La camarera del Titánic” (que siguió a “Bámbola”). El cine de Bigas Luna era así, cuarto creciente o cuarto menguante, aunque todo él era un disparo de provocación. En el artículo que he escrito para el periódico digo, no sin cierta cautela, que podría ser una mezcla de Fellini y Pasolini, y que a pesar de su expresión y explosión mediterránea es también uno de los directores que mejor ha captado y expresado “lo español”, o sea lo bueno y lo malo, alguna virtud y el puñado de vicios. Es meritorio que aún hoy la visión de alguna de esas primeras películas suyas, como “Bilbao” o “Caniche”, te vuelvan completamente del revés. En fin, que se ha muerto un cineasta del que, al menos a mí, me deja la impresión de que aún le quedaba por hacer su obra maestra.
Otros temas
