Bueno, pues ya estamos aquí, en el tiempo de descuento antes de disolver el Parlamento el próximo 2 de mayo y repetir las elecciones. Aunque, como en boxeo, hasta que no suene la campana no habrá terminado el combate. Y todavía es posible en este esperpento nacional una última artimaña, que yo no descarto.
El vodevil negociador al que hemos asistido durante estos dos meses con un Pedro Sánchez empeñado en no negociar con Mariano Rajoy y creerse él mismo que puede gobernar con Podemos y Ciudadanos ha tenido un final tan ridículo como todo lo que se ha visto: la consulta paripé de Pablo Iglesias para que las bases de su partido opinen sobre un acuerdo con PSOE y Ciudadanos. Digo lo de paripé porque para poder votar solo era necesario apuntarse en un censo, al que cualquier ciudadano podía acceder solo presentando su DNI. Me consta que hay gente que se ha apuntado y no era de Podemos ni por asomo.
Un 88 por ciento ha tumbado el sueño de Pedro Sánchez, si es que lo tuvo alguna vez o ha jugado al engaño a sabiendas. El resultado no me extraña porque Pablo Iglesias lo planteó como un plebiscito: si sale si yo asumiré mis responsabilidad, en otras palabras, “me iré”.
Pues llegado a este punto, fácilmente predecible hace dos meses, es la hora de la verdad. Volveremos a las urnas y ganará de nuevo el PP, eso dicen las encuestas, y a Ciudadanos no le quedará más remedio que pactar con Rajoy, si no quiere que España se hunda en el descrédito internacional. Deberá dejar a un lado su animadversión por el presidente del Gobierno. Si los españoles lo votan tendrá que respetar la democracia, la política es así.
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