Hace ya unos meses, cuando el ministro de Fomento, José Blanco, decidió coger el toro por los cuernos del despilfarro económico que AENA estaba cometiendo con los controladores aéreos -son inadmisible esos sueldos con cargos al erario público-, me reuní con un controlador aéreo, durante más de dos horas, en un hotel de Madrid. Trataba de convencerme de que lo que decía el ministro no era del todo verdad, de que no había huelgas encubiertas y de que el déficit de AENA no era consecuencia de sus elevados sueldos, sino de la mala gestión en infraestructuras, ya que Fomento había construido aeropuertos donde solo aterrizaba un avión, planificando muy mal el destino del dinero.
Por supuesto que no me creí nada, pero aprendí algo de esta peliguada cuestión que, como muchos españoles, considero que es necesario solucionar. El controlador intentaba influir en una periodista para torcer la corriente de la opinión pública y que se volviera a su favor. Sembrando semillita a semillita en cada periodista con el que se entrevistaba pensaba que todo el mundo los comprendería. Dificilísima cuestión, ya que nadie puede aceptar esos sueldos astronómicos en plena crisis y, encima, saliendo de nuestros bolsillos.
Cuando Blanco se plantó, la mayoría lo apoyó, pero a medida que pasan los meses una tiene la sensación de que se ha metido en un charco del que no sabe cómo salir. Ha perdido el control y cada medida que adopta parece que es un parche para no poner el punto final a este abuso de unos controladores que pueden colapsar un país.
Si Blanco quiere solucionar el problema, que lo haga ya, pero que no demore más el problema. Yo, por si acaso, espero no tener que coger un avión en lo que queda de verano ni en mi mes de vacaciones, que empiezo el sábado.
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