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Blogs Pido la palabra por Paloma Cervilla

Cospedal no sobrevive a la corrupción del PP

Paloma Cervilla el

Si Cospedal hubiera sabido allá por el año 2008 lo que se iba a encontrar en los pasillos de la sede del PP, estoy segura de que no hubiera aceptado nunca la oferta envenenada que le hizo Mariano Rajoy para hacerse cargo de la Secretaría General del partido.

Se dio cuenta rápidamente, a los pocos días de llegar a la planta séptima de la calle Génova, cuando un chulesco Luis Bárcenas abrió la puerta de su despacho, sin llamar, ni pedir cita, para resolver con ella asuntos del partido. Cospedal le paró en seco, le recriminó que entrara de esa manera y que, la próxima vez, pidiera cita. Bárcenas le vino a decir que él actuaba así desde tiempo inmemorial y se fue dando un portazo.

Ese portazo fue el principio del fin de María Dolores de Cospedal, que llegó ayer, diez años después, cuando la corrupción de su partido ha terminado por doblegarla a ella también.

Bárcenas no pudo consentir que alguien le parara los pies en una sede en la que era el dueño y señor, y en la que todo el mundo miraba para otro lado. Siempre había manejado a su antojo los hilos económicos del PP, bajo la dirección de los secretarios generales que precedieron a Cospedal, su amigo Javier Arenas, Francisco Álvarez Cascos o Ángel Acebes. Nadie le frenó los pies, cuando todos veían su inexplicable progresión económica. ¿Es que nadie preguntó por qué atesoraba propiedades y cada vez tenía un nivel económico más elevado?

Sola, en esa torre de marfil que es la planta séptima de la sede del PP, rodeada de intrigas y desconfiando de todos, emprendió la titánica tarea de limpiar las alcantarillas de Génova. Cada día descubría una cosa peor y veía como, a sus espaldas, se negociaba la salida de Bárcenas, como aquel finiquito en diferido que se negoció en un restaurante sevillano. Y cuántas cosas más se hicieron que nunca sabremos, ni ella tampoco.

Se enfrentó sola a Bárcenas. Fue la única dirigente del PP que lo llevó a los tribunales en solitario, y le ganó dos querellas. Los demás no querían plantar cara al extesorero, por algo sería.

En esa búsqueda desesperada por buscar la verdad cometió su gran error: reunirse con el comisario Villarejo en la sede del PP para intentar saber qué más había en su partido y pedir ayuda a su marido. Nunca debió haberlo hecho. Ni era el lugar para entrevistarse con él, ni su marido era la persona adecuada para gestionar los asuntos del partido.

Yo le añado una equivocación más, en el momento en que se dio cuenta de lo que había dentro del PP, debería haber dimitido de su cargo. Nunca debió echarse a sus espaldas, ni siquiera por responsabilidad y para defender a su partido, la pesada carga que otros le habían dejado en herencia. Que ellos hubieran dado la cara.

Cospedal admitió ayer en su carta de despedida que se equivocó al citarse con Villarejo y apoyarse en su marido. Ella, que siempre dio la cara por todos, y se la partieron muchas veces, cree que ha llegado el momento de “cuidar de mí misma y de los míos”. Y no le falta razón.

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