El “aznarazo”, como ya se conoce la entrevista televisiva del expresidente José María Aznar criticando duramente a Mariano Rajoy y a su Gobierno, no se hubiera producido si, quizás, la dirección nacional de los populares hubiera sucumbido al cortejo que le propuso el expresidente, a sus cantos de sirena a la luz de la luna.
Lo que ya ha quedado claro es que la reacción de Aznar fue una pataleta, una rabieta contra la indiferencia que habían mostrado los dirigentes populares a sus intentos de que lo escucharan y lo tuvieran en cuenta.
Los mentideros madrileños hablan de que Aznar intentó más de una vez sentarse en torno a una mesa con algunos miembros de la dirección nacional, pero que éstos no atendieron su llamada. No sabemos si, como sucedió con Rajoy, el expresidente quería hacerles llegar, de forma directa, su malestar con el partido por no defenderlo ante las acusaciones de la trama Gürtel y que implican a su yerno, Alejandro Agag. Lo cierto es que no pudo hacerlo porque los que fueron convocados, o mejor dicho sondeados, se negaron a asistir.
La estrategia equivocada del expresidente ha dado la razón a quienes se negaron a cenar con Aznar. Su rabieta, dicen, se ha vuelto en su contra y su conferencia en el Club Siglo XXI fue un buen ejemplo de ello. Son cuatro “y caben en un taxi”, que ya no van a ningún lado, sentencian
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