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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

Síndrome de Estocolmo: Mi secuestrador, mi amigo

Síndrome de Estocolmo: Mi secuestrador, mi amigo
Pilar Quijada el

El 23 de agosto de 1973, hace ahora cuarenta años, un atracador entró en una sucursal del Banco de Crédito de Estocolmo. Después de disparar a dos agentes, Erik Olsson tomó como rehenes a cuatro empleados, tres mujeres y un hombre. Tras seis días de negociaciones, la policía puso fin al asalto sin que nadie más resultara herido. Paradójicamente una de las rehenes,  Kristin Enmark, de 23 años, que ejerció como portavoz de los retenidos, mostró abiertamente su simpatía y plena confianza hacia el secuestrador, a pesar de que Olsson había amenazado con matarles y les había llegado a poner una soga al cuello. Enmark se mostró incluso dispuesta a acompañar a Olson en un viaje a cambio de que liberara a dos de los rehenes, algo que las autoridades suecas lógicamente descartaron.

El psiquiatra Nils Bejerot, que asesoró a la Policía sueca, acuñó entonces el término «síndrome de Estocolmo» para referirse a esta paradójica y desconcertante reacción de la rehén, que incluye «un conjunto de mecanismos psicológicos que determinan la formación de un vínculo afectivo de dependencia entre las víctimas de un secuestro y sus captores y, sobre todo, la asunción por parte de los rehenes de las ideas, creencias, motivos o razones que esgrimen sus secuestradores para privarles de libertad», como explica el catedrático de psicología Andrés Montero Gómez en la revista Clínica y Salud del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

El nombre de ese extraño síndrome saltó a la fama un año después, en febrero de 1974, con motivo de otro célebre secuestro, el de Patricia Hearst, de 20 años, nieta de un magnate de la Prensa estadounidense, por el Ejército Simbiótico de Liberación. Dos meses después la imagen de la joven participando con sus captores en el atraco a un banco dio la vuelta al mundo. Tras su detención, sus abogados alegaron en el juicio el entonces recientemente etiquetado síndrome de Estocolmo en su defensa, pero su argumento no tuvo éxito y «Patty» fue condenada por el asalto al banco.

Según datos del FBI, aproximadamente uno de cada cuatro rehenes sufre este síndrome que tendría su origen en una forma muy particular de ver la situación: la de sentir que el secuestrador le salva la vida simplemente al optar por no quitársela. «Lo que sorprende es que la persona secuestrada parece ponerse de parte del secuestrador y no de los rescatadores, que le darán la libertad. Posiblemente ocurre porque su captor ha estado muy próximo y no le ha matado, aunque podía haberlo hecho, le ha dado de comer y le ha hecho un lavado de cerebro. El rehén llega a un cierto pacto de no agresión, pero en el fondo, sin saberlo, lo que busca es salvar su vida», explica Javier Urra, doctor en Psicología y Enfermería.

A diferencia de otros mecanismos de adaptación, a este se le ha puesto un nombre, añade Jesús de la Gándara, jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario de Burgos, que ha tratado a bastantes personas amenazadas por ETA. A pesar de ello no está recogido en los manuales de clasificación de desórdenes psicopatológicos. Si lo está, en cambio, el síndrome de estrés postraumático que padece con posterioridad la mayoría de los afectados.

Dependencia emocional

¿Qué diferencia a quienes padecen el síndrome de Estocolmo de quienes sienten hacia sus captores repulsa y miedo, dos reacciones más comprensibles? De la Gándara cree que el origen habría que buscarlo en las relaciones tempranas, algo que legitima a Sigmund Freud. «La inseguridad te hace buscar figuras de autoridad y apoyarte en ellas y produce una vinculación muy dependiente. Esa inseguridad está claramente relacionada con la vinculación emocional infantil, que se expande después a muchas esferas en la vida. Es lo que Ortega y Gasset llamaba “el síndrome del felpudo”, refiriéndose a la cantidad de personas que se ponen a los pies de otras. Esas personas, en un secuestro, tendrán mayor propensión a vincularse con su captor. Si no puedes con tu enemigo alíate con él. Pero esta alianza no se hace desde la inteligencia, como harían los más fuertes, sino desde la debilidad, la necesidad de aprobación y la vinculación emocional».

Unos vínculos paradójicos que recuerdan a los que se dan entre las víctimas de la violencia de género y sus agresores. No se podría hablar en este caso de un verdadero síndrome de Estocolmo, apunta Urra. De la Gándara matiza que «se puede aplicar no como entidad específica, sino como forma de relación a través de la vinculación emocional, dependencia y finalmente “secuestro emocional”, tres etapas cada vez más graves que se van sucediendo».

Dos imágenes del secuestro al banco de Crédito de Estocolmo, en agosto del 73. A la derecha, los cuatro rehenes. A la izquierda el cerco policial
Salud
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