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El poder sanador de la Naturaleza

El poder sanador de la Naturaleza
Pilar Quijada el

Pasamos poco tiempo en contacto con la naturaleza, en espacios “verdes  y azules”, a los que se atribuye un efecto positivo sobre la salud física y mental.  Bosques, parques urbanos, zonas marítimas y regiones silvestres relativamente intactas tienen la virtud de aquietar la mente.

Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906 , considerado el padre  de la Neurociencia moderna, lo describía muy bien porque lo había experimentado por sí mismo: “Durante el otoño e invierno de 1899, mi salud dejaba harto que desear. Invadiome la neurastenia, acompañada de palpitaciones, arritmias cardíacas, insomnios, etc., con el consiguiente abatimiento de ánimo. Semejantes crisis cardíacas atacan frecuentemente a las personas nerviosas fatigadas, sobre todo durante esa fase de la vida en que declina la madurez y asoman los primeros desfallecimientos precursores de la vejez [tenía 46 años]. Naturalmente, mis dolencias agriaron aún más mi natural triste e hipocondríaco. Y, por reacción fisiológica y moral, acometiome violenta pasión por el campo. Todo mi afán cifrábase en disponer de quinta modesta y solitaria, rodeada de jardín, y de cuyas ventanas se descubrieran, de día, las ingentes cimas del Guadarrama, y de noche, sector celeste dilatadísimo, no mermado por aleros ni empañado por chimeneas. Aparte la ansiada ración de infinito, deseaba oponer a mi spleen [mal ánimo], a guisa de contraste sentimental, la oleada de bulliciosa alegría que se desborda los domingos y tardes soleadas desde las guardillas de Madrid hasta los democráticos merenderos de Amaniel. Allí, lejos del tumulto cortesano, trabajaría a mi sabor durante los meses estivales, rodeado de árboles y flores y en medio de un vivero de animales de laboratorio. Allí, en fin, sumergido en aquella calma sedante, aplacaríanse mis nervios y tejería en paz la tela de mis ideas.

“Poco hay que escoger en los alrededores de Madrid para nido de un espíritu romántico, enamorado de cuadros pintorescos. Sólo las frondosas hondonadas y las vertientes vecinas del puente de Amaniel, con espléndidas vistas a la Moncloa, al Guadarrama y a El Escorial, prometían adecuado marco a mi casita.

“Compré, pues, en dicha barriada de los Cuatro Caminos huerta no muy extensa, y mandé construir modesta quinta, circundada de jardín, emparrado e invernadero liliputienses, escalonados en cuesta y expuestos al sol del Mediodía. Y procediendo a lo temerario, puse todos mis ahorros en la obra. Mi curación honró poco a la Farmacopea. Una vez más triunfó el mejor de los médicos: el instinto, es decir, la profunda vis medicatrix. Porque luego de instalado con la familia en la campestre residencia, mi salud mejoró notablemente. Al fin alboreó en mi espíritu, con la nueva savia, hecha de sol, oxígeno y aromas silvestres, alentador optimismo. Y, por añadidura, llovieron sobre mí impensadas satisfacciones y venturas”.

Esa vis medicatrix que menciona Cajal, tradicionalmente se ha definido como una respuesta de curación interna del organismo destinada a restaurar la salud. Pero un contemporáneo de Cajal, el biólogo escocés Sir John Arthur Thomson (1861 – 1933),  extendió al medio natural ese poder sanador del que ya hablaba Hipócrates. Thomsom lo explicaba así: “La naturaleza satisface las necesidades de nuestras mentes, enfermas por la prisa y el bullicio de la civilización, y ayuda a regular y enriquecer nuestras vidas . (…) habría menos “psicopatología de la vida cotidiana” [título de un libro de Freud de 1901] si mantuviéramos nuestra familiaridad con la naturaleza. Las relaciones entre el hombre y la naturaleza están profundamente arraigadas y no podemos pasarlas por alto sin pérdidas.. . Nos alejamos de esa potente vis medicatrix si perdemos la capacidad de asombrarnos de la grandeza del cielo tachonado de estrellas, el misterio de las montañas, el mar eternamente nuevo, el camino del águila en el aire , la flor más humilde que se abre”. (“Vis Medicatrix Naturae” – Discurso en la Reunión Anual de la Asociación Médica Británica, 1914)

Lo que Cajal y Thosom intuyeron empiezan a corroborarlo cada vez más estudios. En los últimos años va ganando apoyo científico que la simple visualización de escenas de la naturaleza o participar en actividades dentro de entornos naturales reduce la fatiga mental.  Unos beneficios que se obtienen desde la infancia, ya que se ha comprobado que los niños entre 4 y 6 años que asisten a escuelas donde las áreas de juego tienen más árboles  son menos propensos a presentar conductas de falta de atención. Y las actividades en entornos verdes se asocian con una reducción de los síntomas del TDAH (trastorno de hiperactividad con déficit de atención) comparadas con las mismas actividades llevadas a cabo en entornos construidos. Tal vez no sea casualidad que las neuronas y los árboles tengan un aspecto parecido a pesar de su diferencia de tamaño…

La naturaleza repite el diseño fractal en árboles y neuronas. Foto superior, ramas de los árboles en invierno. Sobre estas líneas, contacto entre neuronas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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