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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

Diez hitos en la lucha contra el Parkinson

Desde su descubrimiento en 1817 tuvieron que pasar

Diez hitos en la lucha contra el Parkinson
Pilar Quijada el

La enfermedad de Parkinson recibe ese nombre por el médico inglés que primero la describió: James Parkinson. Hijo de un boticario y cirujano, Parkinson era muy aficionado también a la botánica y la geología, lo que le llevaba a coleccionar fósiles. Fruto de sus observaciones escribió “Restos orgánicos del mundo anterior” del que se ha dicho que fue “el primer intento de dar una visión familiar y científica de los fósiles”. Pero no fue esa obra la que le dio la fama. El galeno inglés ha pasado a la historia por ser el primero en describir una patología entonces extraña a la que denominó “parálisis agitante”, término que refleja dos de las características de lo que hoy conocemos como enfermedad de Parkinson: la dificultad para el movimiento y el temblor en reposo.

Sin duda las dotes de observación de Parkinson, tal vez agudizadas por su afición a la botánica y la geología, le llevaron a hacer una descripción muy acertada de una patología que entonces no era muy frecuente. El motivo lo explicó el doctor Manuel Rodríguez Díaz, de la Universidad de la Laguna, durante la sesión divulgativa “La Enfermedad de Parkinson. Una historia del progreso en la Investigación Biomédica”, que tuvo lugar en la Real Academia Nacional De Medicina con motivo del Día Mundial de esta patología. Cuando Parkinson hizo su descubrimiento, en 1817, la esperanza de vida no alcanzaba los 50 años, y la incidencia de esta enfermedad neurodegenerativa se incrementa precisamente después de esa edad. Es probable que lo que Parkinson vio fueran formas hereditarias, que se manifiestan antes.

Sin embargo, la enfermedad de Parkinson, aunque con el nombre de Kampavata, ya era conocida en la India desde hacía mucho tiempo, como explicó Manuel Rodríguez Díaz. Incluso había un remedio medicinal para tratar sus síntomas: una leguminosa tropical de la familia de las fabáceas, conocida vulgarmente por diversos nombres, entre ellos grano de terciopelo, por el aspecto de sus semillas. Su nombre científico es Mucuna pruriens y contiene levodopa, la misma molécula que en 1961 demostró un “milagroso” efecto sobre los pacientes con parkinson…

En el cerebro de personas con párkinson hay menos dopamina, neurotransmisor fundamental para el movimiento

 

Levodopa: el primer tratamiento

Ese “milagroso efecto” de la levodopa en la enfermedad de Parkinson llegó de la mano de Oleh Hornykievicz, que la inyectó a pacientes con una gran incapacidad para moverse (acinesia). Y la mejoría fue espectacular. Los efectos más destacados, relata el propio Hornykievicz en un artículo publicado en Journal of Neurology (A brief history of levodopa), fueron la capacidad de la levodopa para contrarrestar la acinesia, uno de los aspectos más incapacitantes de esta patología, que se traduce en la práctica en un enlentecimiento de los movimientos, lo que supone una gran fatiga para realizar cualquier actividad de la vida diaria como vestirse, comer…

Un descubrimiento así es de esperar que se recibiese con gran entusiasmo por parte de la comunidad científica. Nada más lejos de la realidad: “Teniendo en cuenta la importancia fisiopatológica y clínica del descubrimiento del déficit de dopamina en el estriado [una parte del cerebro importante para el movimiento] de los enfermos de párkinson, tan dramáticamente resaltado por el “milagroso” efecto de la levodopa en los pacientes, cabría esperar el apoyo unánime y los aplausos sin reservas de todos los sectores de la comunidad neurocientífica básica y clínica. Ese fue de hecho el caso de la gran mayoría de los neurólogos, pero en absoluto la regla entre los investigadores básicos. Entre los muy críticos estaban las mentes más brillantes de la neurociencia contemporánea, incluyendo los principales expertos en anatomía, patología y fisiopatología de los ganglios basales, así como investigadores en dopamina notables”, explica Hornykievicz. Aún tendrían que pasar seis años para que se sacara partido al hallazgo.

Un avance terapéutico fundamental

A pesar de las críticas, el tiempo dio la razón a Oleh Hornykievicz, que marcó con sus descubrimientos un hito en la historia de la medicina, según explicó en la RANM la la doctora Carmen Cavada, catedrática de Neuroanatomía de la Universidad Autónoma de Madrid: “Demostró por primera vez que en el cerebro de pacientes con enfermedad de Parkinson hay una pérdida del neurotransmisor dopamina, como consecuencia de la muerte de las neuronas que la producen.
Este descubrimiento es históricamente muy relevante porque por primera vez se vinculó una deficiencia local en una molécula con una enfermedad neurológica humana”. Además, destacó la doctora Cavada, trajo un avance terapéutico fundamental: aportando la molécula deficitaria, los síntomas mejoran. En 1967 se instauró el tratamiento con Levodopa para mitigar los síntomas de la enfermedad.

Un gran remedio extraído de un alimento común

La milagrosa medicina, la levodopa, se había aislado por primera vez en 1911 de un alimento de lo más común: las habas. Vicia faba, que es su nombre científico, pertenece a la misma familia que el remedio natural (grano de terciopelo) utilizado en la india desde antiguo.

 Sin embargo, durante muchos años esta molécula con vocación protagonista, apenas captó el interés de la comunidad científica. El motivo: se la suponía un intermediario sin relevancia en la síntesis de la adrenalina y noradrenalina, explica la doctora Cavada. En 1957 se demuestra su existencia en el cerebro humano, pero esto tampoco impresionó mucho: era lógico que así fuera, pensó la comunidad científica, porque forma parte de la ruta de síntesis de la adrenalina, y noradrenalina, sustancias con más prestigio. Pero poco después se vio que la dopamina era más abundante en estructuras donde no había adrenalina ni noradrenalina y se la empieza a relacionar con el movimiento. Esto llevó a Hornykievicz al descubrimiento del papel fundamental de esta molécula en la enfermedad de Parkinson.

Una droga que produce Parkinson, útil en investigación

En 1982, en California empezaron a detectarse casos de párkinson en personas muy jóvenes, que no se ajustaban al perfil de esta patología mucho más frecuente a partir de los 65. Con poco más de cuarenta años presentaban temblor y falta de movilidad. Todos tenían en común el consumo de heroína, una pista importante que condujo al descubrimiento del agente causante de aquella atípica “epidemia”, el MPTP. Durante la manufacturación casera de ciertos opioides, como la heroína, puede producirse accidentalmente una contaminación por la neurotoxina denominada metil–fenil–tetrahidropiridona (MPTP).El consumo de MPTP provoca la destrucción de neuronas en la sustancia negra del cerebro, por eso produce síntomas muy similares a los observados en la enfermedad de Parkinson.

 Este descubrimiento accidental hizo posible el uso de esta sustancia en el laboratorio para inducir párkinson de forma experimental en animales, que no padecen esta enfermedad de forma natural. Aunque los modelos animales no son totalmente equivalentes a la enfermedad de Parkinson en humanos, advierte Rodríguez Díaz, lo cierto es que han sido y son de gran utilidad para el estudio del funcionamiento de los ganglios basales o los mecanismos implicados en la muerte de las neuronas dopaminérgicas. También son muy útiles en la búsqueda de posibles tratamientos neuroprotectores, un reto en la lucha contra el párkinson y otras patologías neurodegenerativas.

Estudios con células de la piel

Los modelos animales, aunque muy informativos e importantes, con frecuencia se quedan cortos durante la etapa de desarrollo de fármacos, crucial para la investigación. Por eso se están empezando a utilizar células pluripotentes inducidas (IPS) para crear modelos humanos de enfermedades neurodegenerativas en una placa de laboratorio. Un enfoque muy prometedor.

El estudio con células de pacientes obtenidas a partir de sus células de la piel abre nuevas posibilidades en la investigación

Esta técnica, que nació en Gladstone y por la que en 2012 recibió el Nobel el neurocientífico japonés Shinya Yamanaka, permite a los científicos reprogramar las células adultas de la piel en células que son virtualmente idénticas a las células madre. Y estas células madre pueden entonces convertirse en casi cualquier célula en el cuerpo, incluidas neuronas. Utilizando células de la piel de pacientes con enfermedad de Parkinson [o de otras patologías neurodegenerativas] se pueden obtener también modelos que permiten el estudio en células humanas procedentes de los propios pacientes, como explica Rodríguez Díaz.

Las aportaciones de la genética

En la última década ha habido grandes avances tecnológicos en el análisis genético a un coste asequible. Gracias a ello se han podido identificar varios genes relacionados con la enfermedad de Parkinson. Aunque en la mayoría de las veces (90%) el párkinson no es de origen genético, en un 5-10 por ciento de los casos sí lo es.

 Aunque minoritarios, el estudio de esos casos hereditarios ha sido fundamental para «conocer qué proteínas y rutas metabólicas están implicadas en la muerte de las neuronas dopaminérgicas. Y esto ha abierto muchas líneas de estudio», señala María Cruz Rodríguez-Oroz, profesora de investigación del Ikerbasque de San Sebastián. Uno de los hallazgos más destacados fue el del gen de la alfa-sinucleína, la proteína que se acumula en las neuronas productoras de dopamina cuando enferman. Su plegamiento anormal es una característica distintiva de esta patología.

De célula a célula

Gracias a todo lo anterior se ha podido averiguar que la alteración molecular de la alfasinucleína se «propaga» desde las células enfermas a las sanas. Es lo que se conoce como teoría priónica. Este mecanismo es el responsable de que cada vez haya más células enfermas. Y explica también por qué los trasplantes de células para reponer las neuronas productoras de dopamina afectadas no ha tenido el efecto regenerador que se esperaba. Desentrañar cómo la alfa-sinucleína mutada logra contagiar su forma a las proteínas normales es uno de los retos que podría permitir detener el avance del párkinson. Un descubrimiento que beneficiaría también a otras patologías neurodegenerativas, como el alzhéimer, que comparten esta forma de transmisión, como ya sugirió Stanley B. Prusiner en la década de los ochenta, cuando descubrió el mecanismo de acción de unas extrañas proteínas infectivas a las que denominó priones. Su teoría, controvertida entonces, le valió el premio Nobel en 1997.

Retos actuales: marcadores biológicos

Buscar una forma de hacer visible a la proteína alfa-sinucleína en las pruebas de imagen o detectarla en el líquido cefalorraquídeo es uno de los retos en esta patología, destaca María Cruz Rodríguez-Oroz. Facilitaría los cribados en personas con síntomas que se asocian a la enfermedad de Parkinson, como la hiposmia u otros que son muy frecuentes en la población general, como estreñimiento, depresión o trastornos del sueño. Encontrar estos biomarcadores, el santo grial de las enfermedades neurodegenerativas, podría permitir detectar esta patología en sus inicios, cuando aún no han aparecido los primeros síntomas y han muerto pocas neuronas.

Lo último: cirugía para resetear el cerebro

Mientras se persiguen esos retos, la forma de manejar la enfermedad también cambia. Los tratamientos orales para reponer la dopamina que falta en el cerebro de las personas con enfermedad de Parkinson tienen una eficacia limitada. Después de unos años, a medida que van muriendo más neuronas, el efecto se reduce a unas pocas horas y no desaparecen totalmente el temblor o la torpeza motora, apunta Rodríguez-Oroz. Además, aparecen movimientos involuntarios incontrolables y bloqueos.

 Desde Finales de los 90 la estimulación cerebral profunda ha demostrado ser el tratamiento más eficaz, asegura Rodríguez-Oroz. Este tratamiento quirúrgico logra poner orden en la actividad neuronal: «La falta de dopamina supone un cambio importante en los patrones de funcionamiento del cerebro y hace que las neuronas descarguen de manera desordenada y sin la sincronía adecuada. Al colocar un electrodo, la corriente resetea la actividad neuronal», explica. Esto permite reducir la medicación casi a la mitad. En general se piensa en la cirugía después de muchas modificaciones en el tratamiento y como última opción, «privando a los pacientes de muchos años con mejor calidad de vida», advierte esta experta.

 

Curiosidades
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