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No somos los ríos

No somos los ríos
María José Muñoz el

Llegaron de Europa, y su visita fue tan fugaz como la de mister Marshall. Fuéronse, y no hubo nada. La concienciación, tan cívica y tan medioambiental, de los europarlamentarios que visitaron el Tajo se quedó crionizada, como las aguas de nuestro río en estos días de frío intenso y nieblas persistentes que dejan aislada la ciudad del resto del mundo. Una niebla triste y oscura que emerge del lecho del río, donde, a pesar de todo, siguen jugueteando las ninfas de Garcilaso con las espumas industriales y los barbos resistentes a la contaminación.

“Nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir”. Pero nosotros no somos los ríos de Manrique; vivimos de espaldas al Tajo que circunda la ciudad de Toledo, y nuestra indolencia es un rosario de pequeñas muertes cotidianas, aunque no lo sepamos. Presumimos y exhibimos la estética de la ciudad desde los puentes, haciendo la vista gorda al caudal que fluye por sus ojos de piedras milenarias. Y a sus aves, peces y ánades que habitan un ecosistema herido de muerte.

Políticos de la impostura y administraciones de signo contrario llevan décadas haciendo como que luchan por un río que no viven, que no comprenden ni aman, tal vez porque no se aman a sí mismos, ni a su ciudad ni su trabajo. Y así, poco pueden hacer las bienintencionadas plataformas por mucha conciencia y rabia que enarbolen. ¿Cómo puede lucharse contra torpes funcionarios ministeriales que trataron de maquillar el río aquel día de la visita de los europarlamentarios? Las aguas rápidas fluyendo sin espumas, fruto de un vergonzoso desembalase ex profeso.

Hay que mirar al río con otros ojos. Como lo hacía el barquero Valmaseda, el mítico herrero del Tajo, cuando sumergía en el cauce los hierros candentes en una mágica comunión de agua y fuego. Detrás, su taller desvencijado, y ante él un humo blanco ascendente que se perdía hacia la Casa del Diamantista, cruzaba las ruinas del artificio de Juanelo y levantaba el vuelo sobre el puente de Alcántara. Como la niebla, cuando el sol le gana la partida.

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