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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuatro princesas en búsqueda de la felicidad (2)

Emilio de Miguel Calabia el

La Primera Princesa (eran conocidas por su orden de nacimiento, no por su nombre de pila) se enamoró del indio que servía de portero en la residencia, cuyo nombre era Gopal. Tenía que llevarle a diario el dinero para la comida de los perros de la familia real. Pensemos que era una chica de 26 años que nunca había tenido acceso a ningún hombre. Se enamoró como una colegiala. Lo malo es que se enamoró como una colegiala que no utiliza condones. Se quedó embarazada y dio a luz a una hija que nunca fue realmente aceptada por el resto de la familia, porque era mestiza y su padre venía de una clase muy inferior a la suya. Para remate, Gopal acababa de casarse con una india de su casta.

Cuando tras la muerte de Thibaw en 1916 el gobierno británico comenzó a presionar a la reina Supayalat para que pensase en casar a las princesas, la Primera Princesa pidió al oficial de policía que les custodiaba que el gobierno británico arreglase su boda con Gopal. El oficial de policía informó a sus propias autoridades que Gopal estaba ya casado y que lo único que le interesaba de la princesa era su pensión vitalicia. Los británicos decidieron que había que romper el vínculo entre la Primera Princesa y Gopal, pero lo decidieron un poco tarde: la princesa volvía a estar embarazada de Gopal. Dio a luz una niña en febrero de 1918 que murió a las pocas semanas. Para consolarla, las autoridades británicas le permitieron que reanudase el contacto con Gopal. El resultado es que se obsesionó todavía más con él.

A finales de 1918 el gobierno británico comenzó a hacer los preparativos para enviar a la familia real de vuelta a Birmania. En ese momento la Primera Princesa hizo lo que mejor sabía hacer: quedarse embarazada nuevamente de Gopal. La Primera Princesa quería desesperadamente permanecer en Ratnagiri, pero la forzaron a marchar con los demás. A poco de llegar a Birmania dio a luz a un bebé que nació muerto. Infeliz y desorientada, con una hija mestiza que nunca había sido realmente aceptada por su familia, la Primera Princesa comenzó a rogar a las autoridades coloniales que le permitiesen volver a Ratnagiri.

Por una vez, las autoridades coloniales se preocuparon genuinamente de los intereses de la Primera Princesa e hicieron averiguaciones. Si la Princesa regresaba no podría convertirse ni tan siquiera en la segunda esposa de Gopal, porque las reglas de casta lo impedían. El pícaro de Gopal proponía que la Princesa viviese en casa aparte, de forma que él la pudiese visitar a placer y con placer, o sea la fórmula para que la Princesa siguiese quedándose embarazada. Peor aún, las autoridades confirmaron lo que en el fondo habían sabido siempre: que lo que de verdad le interesaba a Gopal era la pensión de la Princesa. Tampoco su familia ni las élites birmanas querían que regresase, porque sería oprobioso.

Las autoridades y su propia familia buscaron muchas soluciones posibles, pero la Princesa se cerró en banda: quería volver a Ratnagiri y a Gopal, que a fin de cuentas era lo más próximo a un hogar y a un novio que había tenido nunca. Probablemente supiera que el interés de Gopal era principalmente crematístico, pero no quería considerar otras opciones. Una vez leí que el héroe típico de la tragedia griega es alguien que se obstina en caminar hacia la catástrofe, incluso a pesar de las admoniciones de los dioses. Desde este punto de vista, la Primera Princesa fue una heroína de tragedia griega.

La Primera Princesa firmó un documento por el que renunciaba a su estatus real y vio su pensión reducida drásticamente. En junio de 1920 regresó para siempre a Ratnagiri. La reina Supayalat nunca volvió a mencionar su nombre.

El regreso a Ratnagiri fue una sucesión de sorpresas desagradables. La primera fue que la casa que el amantísimo Gopal le había alquilado para que viviera era poco más que un chamizo apenas amueblado. La segunda fue que su pensión era realmente pequeña. Ya se lo habían advertido, pero, como tantas veces en la vida, una cosa es que te lo digan y otra es verlo con tus propios ojos. Sólo ahora comprendió la estupidez que había hecho al renunciar a su estatus principesco.

Podríamos seguir enumerando las desgracias de la Primera Princesa: como era de esperar, la familia de Gopal no la recibió con una sonrisa en los labios; para los conservadores habitantes de Ratnagiri, una mujer que había tenido un hijo fuera del matrimonio era una golfa por mucho título principesco que tuviera, y peor si no lo tenía; Gopal no mostró ningún afecto por la hija que había tenido con la Primera Princesa; la noticia de que había renunciado al título de Princesa corrió como la pólvora y la Princesa se convirtió en una apestada social, que estaba fuera de las estructuras de casta y con la que, como plebeya, no había ningún interés en tratar; la mayor parte de su magra pensión se la quedaba Gopal, que la condenó así a vivir en condiciones miserables.

La vida que la Primera Princesa llegó desde su regreso a Ratnagiri hasta su muerte veintisiete años fue solitaria, triste y miserable. Gopal la visitaba por las tardes entre media hora y una hora y eso era todo. Cuando su hija se casó y la dejó definitivamente sola, la Primera Princesa se volcó en los niños del pueblo a los que regalaba galletas para que le hicieran un poco de compañía. La Primera Princesa apenas salía de casa. La casa apenas tenía muebles y la Princesa dormía en el suelo; tampoco había cortinas en las ventanas. Su comida consistía en arroz con curry. Vestía ropas que eran poco más que andrajos recosidos.

Sudha Shah resume su vida con estas palabras: “… la Primera Princesa vivió una vida de pobreza, monotonía y soledad tan dolorosamente intensa que finalmente rozó la locura. La muerte fue su salvación…”

La Segunda Princesa también sintió que el arroz se le iba pasando en Ratnagiri y se enamoró del joven secretario birmano de su padre, Kin Maung Lat. Sus padres no habían aprendido la lección con la Primera Princesa y se negaron al matrimonio, porque Kin Maung Lat no tenía sangre real. La Segunda Princesa y Kin Maung Lat se fugaron al club británico. La Segunda Princesa llevó una vida tan relajada como dura fue la de su hermana mayor. Vivió durante muchos años con su marido por encima de sus posibilidades en un lugar idílico en la montaña cerca de las fronteras de Nepal y Sikkim. La caza y las reuniones sociales ocuparon todo su tiempo. No habiendo podido tener hijos propios, prohijaron al hijo de un sirviente nepalí. Sus últimos años se vieron un tanto ensombrecidos por los problemas financieros, porque la Segunda Princesa y su marido eran más expertos en vivir bien que en ahorrar.

Resulta interesante lo rápido que se cuenta una vida feliz. Tal vez lo ideal sea tener una vida que se pueda contar en tres líneas. Los dramas requieren muchas más líneas.

La Tercera Princesa también tuvo una vida lo suficientemente satisfactoria. En su favor estaban que era una mujer sencilla y de buen corazón, sin ambiciones y poco dada al conflicto, con un puntito de despiste que despertaba simpatías.

La Tercera Princesa se enamoró del Príncipe Hteik Tin Kodaw, guapo y mujeriego y 18 años más joven que ella. Con la Tercera Princesa las autoridades británicas tuvieron algunas liberalidades que no tuvieron con sus hermanas, como la de regalarle una parcela en Mandalay para que se construyera una casa. Aparte de que no la veían como una amenaza política, parece que la Princesa simplemente les caía bien.

Si ella les caía bien a los británicos, su marido les caía bien a todas las mujeres y a una de ellas le cayó tan bien, que la puso a vivir a dos casas de la que compartía con la Princesa y empezó a ausentarse días enteros. La cosa terminó en un divorcio, que las autoridades coloniales instigaron. El Príncipe era anti-británico y existía el riesgo de que la pareja se convirtiera en un banderín de enganche para los nacionalistas. Sudha Shah considera que tal vez sin la intervención británica, el matrimonio habría podido salvarse. Puede, pero el que es mujeriego, lo es hasta el final y sospecho que para que el matrimonio sobreviviera, la Princesa habría tenido que hacerse bastante la tonta.

Las autoridades británicas encargaron a un abogado, U Mya U, que velase por sus intereses y se lo tomó tan en serio que se convirtió en su segundo marido. Tal vez porque la experiencia de estar casada con un hombre 18 años más joven le había salido rana, esta vez la Tercera Princesa escogió a un hombre que era 19 años mayor que ella. Lo que no cambió es que también en esta ocasión escogió a un mujeriego. U Mya U se especializó en las empleadas de la casa. Pero aun así, tuvieron un matrimonio razonablemente feliz o al menos no más desgraciado que la mayoría. A los 57 años enviudó y, aunque en los primeros días echó de menos a su marido, al poco se dio cuenta de que la libertad es un regalo y ya no quiso saber nada más de maridos.

Sus últimos años fueron apacibles. Con su hija y sus ocho nietos cerca, pudo disfrutar de los placeres de ser abuela.

La Cuarta Princesa heredó el carácter fiero de su madre y desde muy pronto fue ella la que impuso disciplina a sus hermanas. Nunca pudo olvidar que era hija de reyes, aunque fueran reyes destronados.

Tras la muerte del rey Thibaw, un monje budista birmano, Ko Ko Naing, se solidarizó con la suerte de la familia real y apareció por Ratnagiri. A la reina Supayalat le pareció de buen augurio y le invitó a que se quedase en la pagoda que había hecho construir en la propiedad. A la Cuarta Princesa le pareció que estaba buenísimo y se enamoró. La reina aceptó que era el deseo del universo que se casaran cuando vio señales del destino como que el viento le arrebatase a la Princesa el fular y lo depositase donde estaba sentado Naing. Hay matrimonios en Las Vegas que se han realizado con menos fundamento.

Sus primeros siete años de matrimonio se le fueron en un embarazo perpetuo: tuvo cuatro hijos y dos hijas. Por lo demás, no fue un matrimonio excesivamente feliz. Naing tenía un concepto tan elevado de sí mismo como podía tenerlo la Princesa y, como ella, también tenía una personalidad fuerte. Posiblemente Naing fuera la única persona capaz de hacerle frente a la Cuarta Princesa y salir indemne.

La Cuarta Princesa fue quien llevó en buena medida el peso de las negociaciones con los ingleses sobre el retorno a Birmania y consiguió exasperarlos, algo en lo que se convertiría en una experta durante su vida. De las cuatro princesas era la que más inglés sabía y uno sospecha que lo aprendió exclusivamente para tocarles las narices a los británicos. Estos a su vez hicieron lo mismo con ella; no querían que se convirtiera en un banderín de enganche para los nacionalistas. La obligaron a enviar a sus hijos a escuelas misioneras, a ver si salían convertidos en súbditos obedientes del Imperio. En 1932, cansados de que la anduviese liando con los nacionalistas, la forzaron a mudarse a Moulmein, en una región donde los mon eran mayoritarios y que estaba lejos de la antigua capital de Mandalay. Allí moriría cuatro años después, poco antes de cumplir los 49.

Las cuatro princesas tuvieron la misma educación aislada y apartada de la realidad del mundo que las rodeaba. Resulta interesante ver cómo cada una se las apañó para tratar de ser feliz. Una mezcla de suerte y de carácter determinó el destino de cada una. La decisión crucial para todas fue la del marido. En una sociedad tradicional, la decisión más importante para cada mujer era la del cónyuge. Lo irónico en este caso es que a fuerza de querer controlarlas, la reina Supayalat consiguió que ninguna escogiese el marido que ella hubiera querido. Al menos ahí ninguna de las Princesas pudo culpar al destino ni a su madre, sino a su buena o mala elección por la vida conyugal que llevaron luego.

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