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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuatro princesas en búsqueda de la felicidad (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Sudha Shah en “The King in exile” cuenta la historia del exilio del último rey de Birmania y de su familia. El libro tiene tres partes netamente diferenciadas. En la primera habla de la formación del rey Thibaw y de su matrimonio y de las circunstancias que llevaron a la conquista de Birmania por los británicos. Es la parte que interesará más a los historiadores. La segunda narra la aburrida vida del rey y su familia en el exilio. Finalmente, la tercera trata de la suerte de los descendientes del rey Thibaw y desde el punto de un escritor es la más interesante: ver lo que sus cuatro hijas hicieron con las cartas que les dieron y cómo intentaron llevar existencias más o menos felices.

Thibaw era un joven apocado y tímido, al que le gustaba estudiar las escrituras budistas. Nunca había salido de Mandalay, ni había estado expuesto a Occidente; su conocimiento del mundo exterior era limitado. Hubiera sido un buen monje budista. Su desgracia, y la de Myanmar, fue que su media hermana, la ambiciosa Supayalat, se enamorase de él.

En 1878 el Rey Mindon se encontraba enfermo. Todos sabían que le quedaba poco de vida. Una de sus esposas, Sinbyumashin, empezó a conspirar para que Mindon designase a Thibaw como su heredero. Sinbyumashin casualmente era la madre de Supayalat. Un argumento en favor de Thibaw es que se sabía que era débil y manipulable y Thibaw fue el designado.

El reinado de Thibaw comenzó como habían empezado muchos otros reinados birmanos: cepillándose a sus mediohermanos y a sus familias para eliminar a posibles rivales. Esto era tan habitual, que uno de sus mediohermanos a punto de ser masacrado, le dijo a otro: “Hermano, no corresponde que supliquemos por nuestras vidas; debemos morir, así es la costumbre; si te hubieran hecho rey, habrías dado la misma orden”. La masacre en este caso se llevó por delante a unos ochenta miembros de la familia real. Lo más probable es que fuese instigada por Sinbyumashin. Ni los contemporáneos, ni los historiadores posteriores piensan que Thibaw tuviera nada que ver con la orden.

Thibaw heredó un reino en plena crisis. Tras las dos guerras anglo-birmanas en las que el Imperio británico le había quitado a Birmania el acceso al mar, el reino se encontraba debilitado. No era capaz de autoabastecerse en alimentos. Todo su comercio debía pasar por las posesiones británicas, que controlaban qué maquinarias y armamentos podían entrar en el país. El Estado carecía de recursos para imponer su autoridad en vastas regiones del país, donde las minorías étnicas levantiscas y los bandidos eran quienes controlaban la situación.

En el Imperio británico había muchas voces que abogaban por dejarse de tonterías y conquistar lo que quedaba de Birmania. Los que más empujaban por la anexión de Birmania eran los comerciantes británicos en Rangún. Pensaban que los monopolios reales sobre ciertos productos les perjudicaban y creían que el territorio birmano podía proporcionarles una vía e acceso a China y sus riquezas a condición de que se construyese un ferrocarril y se modernizase el tráfico fluvial. En conexión con estos planes anexionistas, casi desde el inicio del reinado de Thibaw hubo una campaña de desprestigio contra el rey, a quien la prensa británica presentaba como retrógado, oscurantista y asesino. Fue una campaña de envilecimiento del rey, que me recuerda a la que algunos años después emprendería la prensa norteamericana contra España por cómo estaba manejando la insurrección cubana.

El detonante de la tercera guerra anglo-birmana fue una disputa comercial entre el reino birmano y la Burma-Bombay Trading Company. La causa real fue que en un esfuerzo de mantener su independencia Birmania había entrado en conversaciones con Francia, la gran rival del Reino Unido en el Sudeste Asiático.

El 22 de octubre de 1885 Gran Bretaña mandó un ultimátum a Birmania, cuyos términos básicamente eran: Birmania se convertiría en un protectorado dependiente del Raj británico en la India y a cambio al rey Thibaw mantendría la corona, aunque sin poderes reales. El ultimátum no era negociable.

Un rey birmano con carácter habría tomado por sí mismo la decisión de qué respuesta dar el ultimátum y habría escuchado a sus consejeros del Hluttaw pro forma. Thibaw no era ese tipo de rey y los convocó porque realmente no sabía qué hacer. En la asamblea hubo dos posturas esencialmente. La del Kinwun Mingyi que había estado en Occidente y recomendaba someterse porque sabía que Birmania no podía hacer frente al Imperio Británico y la del Taingda Mingyi, que iba de macho alfa y defendía que el ultimátum era humillante (lo era) y que las tropas birmanas podían vencer a las británicas con una mano atada a la espalda. Thibaw era más bien partidario de aceptar el ultimátum. Lo que pesó al final en la balanza fue la actitud de la reina Supayalat que abogó enérgicamente en favor de la guerra.

Pasó lo que tenía que pasar: en menos de un mes los británicos llegaron a Mandalay. Thibaw se rindió y se entregó a los británicos, que lo enviaron al exilio a la India junto a su familia. Querían borrar todo vínculo entre la familia real y el pueblo birmano. No querían que la monarquía se convirtiera en un banderín de enganche para los nacionalistas birmanos.

El rey y su familia fueron enviados a Ratnagiri, una población de tercera en la costa occidental de la India. Allí pasarían más de 20 años de una vida para la cual sólo hay una palabra: tedio. Thibaw y Supayalat nunca pudieron olvidar que habían sido reyes. Llevaban una existencia retirada, sin recibir apenas a visitantes, ni mezclarse con la población india vecina. Su principal contacto con el mundo era el oficial de policía británico al que su gobierno británico encargaba su custodia. Intentaban mantener vivas las costumbres birmanas en las que se habían criado y llevar una vida acorde con lo que entendían que era su condición real. Uno de los grandes problemas que tendrían era su incapacidad para ajustarse a un presupuesto. Durante sus 7 años de reinado habían podido gastar sin tasa y permitirse todos los caprichos. El concepto de hacer economías y ajustarse el cinturón les era desconocido. En pocos años se fundieron todas las joyas que se habían llevado de Birmania y nunca les bastó la pensión que les pasaban los británicos. Estaban permanentemente endeudados.

Quienes más sufrieron la situación fueron las princesas. Crecieron aisladas, sin contacto con niños de su edad. Las imbuyeron de su importancia como hijas del rey y les enseñaron las costumbres de una corte real birmana que ya no existía, en cambio no las enseñaron a moverse en el mundo real y la educación académica que recibieron fue de lo más somera. Hasta los británicos comenzaron a inquietarse, cuando vieron que el tiempo pasaba y que el rey y la reina ni tan siquiera pensaban en casar a las princesas.

Como escritor, me parece apasionante el destino que siguió cada una de las princesas. Todas querían lo mismo: ser felices y tener una vida. Cada una consiguió algo diferente. Contaré sus historias.

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