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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Superhéroes del Imperio

Superhéroes del Imperio
Emilio de Miguel Calabia el

Envidio el trato que dan los ingleses a sus héroes.

Tomemos por ejemplo a Robert Clive, al que el historiador británico William Darlymple ha calificado de “sociópata inestable” y es posible que se quede corto. Clive era un estafador y carecía de escrúpulos. Organizó una conspiración contra el nabab (el gobernador mogol) de Bengala y para que la conspiración no se fuese al garete porque uno de los conspiradores quería que le aumentasen su parte, Clive apañó la firma de dos acuerdos: el falso, que fue el que enseñaron a ese conspirador y que satisfacía sus expectativas, y el fetén, donde nada de lo dicho. Como uno de los representantes de la Compañía de las Indias Orientales no quisiese dar su visto bueno a una operación tan felona, Clive ni corto ni perezoso, falsificó su firma. Otra de las lindezas que hacía Clive era prestar sus tropas al mejor postor y sugerir lo mucho que le agradaría que le hicieran algún regalito sin importancia, algo así como 100.000 libras de nada. Clive fue gobernador de Bengala en favor de la Compañía de las Indias Orientales y destacó por la explotación rapaz de su gobierno. En España habríamos sido incapaces de mencionar su nombre sin poner cara de asco y añadirle el epíteto “el infame”. En Inglaterra es el héroe que puso las bases del Imperio británico en la India.

Otro ejemplo es Winston Churchill. Churchill tuvo dos grandes aciertos en su vida: decir que había que resistir a Hitler, cuando muchos apostaban por el apaciguamiento, y galvanizar al pueblo inglés, inspirándole una moral de combate incluso en las horas más sombrías de la guerra, cuando parecía que la Alemania nazi vencería. Dos grandes aciertos en una carrera política de más de 50 años plagada de errores.

En 1915, como Primer Lord del Almirantazgo propugnó desembarcar en Gallipoli para sacar al Imperio Otomano de la I Guerra Mundial. Su genial idea condujo a una sangrienta batalla de 8 meses que causó a los Aliados en torno a las 140.000 bajas entre muertos y heridos. Parece que le cogió gusto a lo de los desembarcos, porque en la II Guerra Mundial ideó el desembarco de Anzio, que yo creo que fue el único desembarco de la guerra que les salió a los Aliados como el culo.

Aunque eso es el chocolate del loro, comparado con la acusación que le hace Christopher Catherwood en “Winston Churchill: The Flawed Genius of World War II” de que Churchill alargó innecesariamente en un año la II Guerra Mundial. En 1943 Stalin estaba pidiendo a gritos que los Aliados angloamericanos abrieran un segundo frente para aliviar la presión en el Frente Oriental. Los angloamericanos lo abrieron, pero no donde esperaba Stalin y donde hubiera sido lo lógico, que era Francia; lo abrieron en el norte de África. Fue sobre todo Churchill quien se opuso a desembarcar en Francia en 1943, aunque probablemente un desembarco en Normandía en 1943 habría sido tan exitoso como en 1944. Catherwood explica este error de cálculo de Churchill en que la campaña de Francia de 1940 le había dejado traumatizado con la idea de que la Wermacht alemana era imbatible y quería enfrentarlos cuanto más lejos mejor, aunque los desembarcos de África supusiesen un desvío innecesario.

Si como genio militar dejaba que desear, también se le podrían hacer algunas críticas en el terreno político. Churchill creía que el Imperio Británico era un factor de progreso para la Humanidad, la cual tenía mucha suerte de que fueran los ingleses quienes dominasen el planeta. Defender eso en los funerales de la Reina Victoria tenía un paso, pero defenderlo en 1945… Ése fue uno de los desencuentros que tuvo con Roosevelt. El Presidente norteamericano le hizo saber que los soldados norteamericanos no estaban muriendo en el Pacífico para que la India siguiera siendo la joya de la corona. Si lo de tratar de perpetuarse en la India no quedó muy bonito, tampoco lo fue el reparto de cromos con Stalin en Moscú en octubre de 1944: “A ver, el 90% de Rumanía para ti, a cambio de que el 90% de Grecia sea mío y Yugoslavia nos la repartimos como buenos hermanos al 50%.” Y aún quedarían algunas cositas más que colocar en su Debe como la partición de la India o la creación de Iraq, un ornitorrinco geopolítico (al respecto, recomendable la lectura de “Winston’s Folly” de Christopher Catherwood).

Pues bien, a un estadista con tantas sombras, los británicos le han subido a los altares en reconocimiento a sus dos grandes aciertos y han barrido debajo de la alfombra sus fallos. ¿Qué habríamos hecho en España? Exacto, lo contrario: nos habríamos fijado sólo en sus fallos y no habríamos reconocido ninguno de sus aciertos.

¿Qué nos pasa con nuestros héroes? Yo creo que la culpa la tiene Franco. Me parece que los españoles arrastramos una especie de remordimiento nacional porque dejamos que Franco nos mandara durante 40 años y que encima muriera en la cama. Para sacarnos de encima ese remusguillo, hemos adoptado la ideología del contrafranco. Si Franco hacía esto, nosotros hacemos lo contrario. Si Franco ensalzaba a los héroes patrios (estudié en un colegio con los últimos coletazos del franquismo y recuerdo que teníamos un libro de lectura sobre héroes españoles, que traía la historia de Pizarro y los 13 de la fama, de Hernán Cortés y la batalla de Otumba y de Agustina de Aragón), nosotros los olvidamos en el mejor de los casos y en el peor los denigramos.

En los últimos años ha comenzado un movimiento de reivindicación de los héroes patrios, que ya era hora de que reivindicásemos a alguien que no fuera Cristiano Ronaldo, que ni tan siquiera es español. Dentro de este movimiento, metería a escritores como Pérez-Reverte y al pintor Augusto Dalmau-Ferrer. Y también metería a César Cervera, que acaba de publicar “Superhéroes del Imperio”, una serie de breves biografías de grandes héroes de la época en la que éramos más chulos que un ocho y no nos tosía nadie. Cervera los califica de superhéroes, porque la mayor parte de ellos tuvieron unas vidas y llevaron a cabo unas hazañas que parecen más de la Marvel que de un ser humano corriente.

La lista de héroes de Cervera trae a los sospechosos habituales: Pizarro, Blas de Lezo, Cabeza de Vaca, pero también trae a algunos que no son habituales: el bravo capitán de los Tercios Juan del Águila, que sobrevivió al desastre de la Armada Invencible, el marino Antonio Barceló, que barrió el Mediterráneo Occidental de piratas berberiscos y si le hubiesen dejado hacer igual hasta hubiera recuperado Gibraltar…En su lista, hecho en falta a un héroe que me cae muy bien: Hernán Cortés. Hugh Thomas en “La conquista de México” traza un retrato muy halagador. Le describe como un hombre refinado y con un gran sentido político, que supo crear las alianzas necesarias para conquistar el Imperio Azteca, imperio que no quería necesariamente destruir, sino convertir en vasallo. También en su lista hay un nombre que suprimiría: el de Catalina de Erauso, la Monja Alférez. Puedo apreciar su valor, su arrojo y su capacidad de resistencia, pero más allá de eso, me parece una persona violenta y pendenciera, cercana a la psicopatía.

Aparte del libro en sí, me gusta el estilo de escritura de Cervera. Cuenta la Historia de una manera ágil y divulgativa, adobándola de tanto en tanto con algún chascarrillo y todo ello sin estar reñido con el rigor histórico. Me recuerda a uno de los blogueros que más admiro: JdJ, autor de Historias de Hispania (http://historiasdehispania.blogspot.com). Es un estilo que he visto a algunos otros autores intentar en los últimos años, pero que no es sencillo, porque es demasiado tentador quedarse en lo facilón y la gracieta a huevo y descuidar la seriedad.

En fin, un libro a recomendar.

 

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