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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Muchos chistes no hacen una novela humorística

Emilio de Miguel Calabia el

Douglas Adams es el creador de la serie del autoestopista galáctico que es de lo más divertido que he leído en ciencia-ficción o en cualquier otro género. Con “Dirk Gently. Agencia de investigaciones holísticas”, Adams repitió la fórmula: un mundo absurdo, en el que se suceden situaciones surrealistas. Pero esta vez la fórmula no funcionó igual de bien y no sería porque Adams no lo intentase. Pocas novelas hay que contengan mayor lista de despropósitos que ésta y, si no, pasemos revista.

La novela contiene un Monje Eléctrico, programado para creer en algo; una máquina del tiempo; un truco de magia imposible, que requiere desplazarse al pasado y negociar durante dos días con un artesano borracho; un fantasma obsesionado con hacer llamadas telefónicas; un detective especializado en buscar el gato de Schrödinger… todo muy divertido, pero al final da una novela que es menos que la suma de los chistes. Y es una pena porque hay algunos muy buenos:

“- ¡Saint Cedd,s- exclamó-, la universidad de Coleridge, donde estudió Sir Isaac Newton, famoso inventor de la moneda acordonada y de la gatera!

– ¿La qué?

– ¡La gatera! Un invento de la mayor lucidez, astucia e imaginación. Es una puerta hecha en una puerta, ¿entiendes?, un…

– Sí, también había algo sobre la gravedad.

– La gravedad- repitió Dirk, desechando el tema con un leve encogimiento de hombros.- Sí, supongo que también había algo de eso. Aunque, por supuesto, eso sólo fue un hallazgo. Estaba ahí para que la descubrieran.

Sacó un penique del bolsillo y lo lanzó con displicencia a los guijarros que enmarcaban el camino empedrado.

– ¿Has visto? Funciona hasta los fines de semana. Alguien tenía que notarlo antes o después. Pero la gatera… ¡Ah! Ésa es otra cuestión. Un invento, pura invención creadora.”

Otro ejemplo de Adams en plena vena iconoclasta. Así es como Dirk retrata a un amigo: “Alto. Alto y ridículamente delgado. Buena persona. Un poco como una mantis religiosa que no fuese creyente; una mantis religiosa atea, si lo prefiere. Una especie de mantis religiosa simpática y agradable que ha renunciado a la religión y se dedica a jugar al tenis.”

Mi impresión es que Adams se lo pasó a los indios escribiendo la novela. Me lo imagino escribiendo gag tras gag, sin parar y partiéndose de risa, mientras le pide a un mayordomo androide que le traiga un gin tonic. Y en esa exuberancia creativa, descuidó un poco la arquitectura narrativa.

Durante la primera mitad de la novela el lector tiene un montón de historias dispares e inconexas. A partir de la mitad de la novela, esas historias empiezan a cohesionarse, pero dejando bastantes vacíos, elementos que no acaban de cuadrar bien. Y, finalmente en su última parte, la novela se acelera delirantemente y termina un poco abruptamente, dejándole al lector con la sensación de que las últimas treinta páginas hubieran debido de ser noventa para cerrar las tramas de una manera aceptable. A menos que las tramas se cierren como es debido en la segunda parte, porque la novela termina con un prometedor “continuará”.

 

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