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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El escritor es como el Mago de la baraja del Tarot

Emilio de Miguel Calabia el

Me imagino al escritor como a la figura del Mago del Tarot. El Mago está ante una mesa donde hay varios objetos, con los cuales va a realizar sus juegos de prestidigitación. El escritor, cuando va a ponerse a escribir, tiene ante sí una serie de elementos que combinará para contar una historia. Esos elementos son de dos tipos: personajes y acontecimientos.

Existen autores pletóricos a los que parece que no les bastaran todos los elementos que hay en la mesa del Mago y que siempre necesitaran más. Un buen ejemplo es Tolstoi. Uno coge “Guerra y paz” y allí tiene veladas refinadas en San Petersburgo, amoríos y desamoríos, la batalla de Borodino, crisis espirituales… Y de personajes no hablemos, que la novela parece el listín telefónico. Esto, por cierto, es muy propio de los autores rusos: sus novelas rezuman personajes por todas partes. Y para fastidiar, si hay algo complicado, son los nombres rusos: Mijail Sergeyevich Lermontov, será el señor Lermontov para alquien a quien acaba de conocer; Mijail Sergeyevich, para un compañero del trabajo con el que ha desarrollado cierto grado de camaradería; Mijail para un antiguo amigo de la universidad y Misha para su hermana mayor.

La variante de manejar muchas personas y pocos acontecimientos funciona algo peor. Se parece un poco a esos partidos de los niños en el colegio, en el que juegan 22 por equipo y todos van en manada detrás de la pelota. Hay demasiados niños para tan poca pelota y afortunado es el que consigue darle una patada cada 10 minutos.

Es una fórmula tan rara que ahora mismo sólo se me ocurre un ejemplo: “Los 10 amores de Nishino” de Hiromi Kawakami, que más que una novela son 10 cuentos. 10 mujeres distintas hablan del enigmático Nishino, al que todas ellas conocieron en algún momento de sus vidas. Nishino, que apenas es entrevisto, es quien enhebra los cuentos y les da una hilazón. Aquí la fórmula funciona porque es como tener una misma historia contada desde 10 ángulos diferentes. No sé si hubiera funcionado igual de bien como una novela-novela.

Otra alternativa es manejar muy pocos personajes, pero crear muchos acontecimientos a su alrededor. Eso fue lo que hizo Cervantes en el Quijote y creo que el resultado se deja leer: juega solo con dos personajes a los que lanza al mundo para que les vayan ocurriendo cosas. Prefiero esta fórmula a la de Tolstoi, porque me pierdo menos.

Finalmente hay otra fórmula: la de apenas utilizar personajes ni acontecimientos. Como si el escritor, después de haber visto la mesa llena de piezas de lego, se hubiera agobiado, hubiera dicho “al carajo”, hubiera derribado la mesa y se hubiera quedado sólo con tres piececitas de lego para montar su historia.

Se me ocurren dos ejemplos. Uno es “La asistenta y el profesor” de Yoko Ogawa. Ogawa crea una historia a partir de muy pocos elementos: una asistenta, su hijo y un profesor de matemáticas, que por un accidente de coche no puede recordar más allá de lo sucedido en los últimos 90 minutos. Ogawa exprime esos elementos con gran maestría y la novela, intimista, se deja leer, pero da de sí lo que da de sí.

El otro es “La vida de Pi” de Yann Martel, que no puede ser más parca en cuanto a los elementos con los que juega: un adolescente, una barca y un tigre. Se dejaba leer, pero nunca conseguí entender el éxito que tuvo ni que hicieran una película de la misma. A veces lleno de agua el lavabo, quito el tapón y veo cómo va yéndose el agua y me parece que me estoy divirtiendo más que cuando leí “La vida de Pi”.

Ahora bien, para escritores que se las arreglan sin elementos, nadie como Beckett en “El Innombrable”. La próxima vez hablaré de esta obra.

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