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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Los escritores menguantes

Emilio de Miguel Calabia el

Los escritores menguantes son aquéllos que en vida gozaron de mucho reconocimiento, pero tras su muerte fueron cayendo en el olvido, generalmente merecido. A menudo fueron famosos en su tiempo más por su personalidad y por las trifulcas que montaron, que por la calidad de su obra literaria. Es gente a la que se lee para ver cuál es la última chorrada que se le ha ocurrido al capullo de Fulano, no porque se piense que el capullo de Fulano escribe que podría dar lecciones a Cervantes.

He elaborado una pequeña lista de escritores menguantes, pero hay muchísimos más. Algunos han menguado tanto que ya no son accesibles sino a eruditos muy pasados, que son capaces de pasarse veinte años escribiendo, por ejemplo, un diccionario de periodistas deportivos vallisoletanos en el primer tercio del siglo XX. Empecemos con la lista:

+ Terenci Moix: Es un personaje que me resultó siempre muy simpático. Era como un gnomo alegre y saltarín, que se tomaba la vida como una broma divertida, que había que fumarse con fruición. Aparte de escribir y salir en televisión, su otra gran afición era fumar; a diferencia de las otras dos, ésta última fue la que le llevó a la muerte.

Terenci Moix es un escritor tierno e intimista. Para mí, lo mejor de su obra son sus libros de ¿memorias?. Lo del interrogante es porque, según su biógrafo Juan Bonilla, los libros, especialmente “Extraño en el paraíso”, son una mezcla de embustes simpáticos y cosas vividas.

A partir de los 90, pienso que se dio un fenómeno que también se ha dado con otros creadores: el personaje público, un poco frívolo y muy sociable, se comió al escritor y escribió ese tipo de libros facilones que sólo se leen mientras el autor está vivo y se olvidan casi al mismo tiempo que se cierra la tapa de su ataúd. No creo que libros como “Mujercísimas”, “Chulas y famosas”, “Garras de astracán” o “La herida de la esfinge” vayan a tener muchas reimpresiones en los próximos años.

+ Alejandro Sawa: De Alejandro Sawa conocemos su vida bohemia y que inspiró al Max Estrella de ‘Luces de Bohemia”. “La novela de un literato” de Rafael Cansinos Assens, recuperada del olvido hace unos años, ofrece una semblanza muy interesante del personaje. Pero más allá de eso, ¿quién lo lee hoy en día?, bueno ¿quién sería capaz de decir el nombre de una sola de sus novelas?

Una vez conocí a un camerunés que estuvo cuatro años becado en España haciendo su tesis sobre Alejandro Sawa. Nunca entendí porqué teniendo para elegir a Baroja, a Azorín o al propio Valle-Inclán, escogió a Sawa. Quien sabe lo mismo he conocido al último lector que le quedaba a Sawa.

+ Ricardo León: Según Andrés Trapiello, Ricardo León era el escritor favorito de Franco. Conservador, religioso, trabajador, pero también vehemente cuando quería y con una prosa muy rica. Hay quien dice que fue un digno continuador de la novelística de Galdós. En vida fue muy popular: académico de la lengua a los 35 años, su novela más conocida, “Amor de los amores”, vendió un millón de ejemplares; mantuvo correspondencia con algunos de los escritores más sobresalientes de su época. Su caída en el olvido pienso que se debe a muchos factores. Sus novelas han envejecido mal y su poesía otro tanto. Practicó en poesía el modernismo, que arrasó a comienzos del siglo XX, pero que es un estilo que hoy casi causa rubor. ¿A ver, quién en su sano juicio es capaz de leer en el siglo XXI sin reírse los siguientes versos: “Cuánto seno amoroso y fecundo,/ cuánto cuello de cisne y de garza,/ cuánta selva de blondos cabellos,/ cuánto cuerpo de reina y de esclava,/ esperando la dulce caricia/ de una mano viril y adorada…” Otro factor que ha influido en su caída en el olvido, ha sido el ideológico. Como bien señala Andrés Trapiello en “Las armas y las letras”, los republicanos perdieron la guerra militar, pero ganaron la guerra cultural e ideológica. Haber sido el escritor de cabecera de Franco no es algo que ayude a perdurar y menos si la literatura que practicaba era caduca y polvorienta.

+ Armando Palacio Valdés: Es uno de esos autores que aparece en todos los manuales de literatura al hablar de la literatura regionalista del siglo XIX, pero a los que hace tiempo que ya nadie lee. Académico de la lengua, fue el perejil de todas las salsas literarias de los primeros treinta años del siglo XX. Cansinos Assens lo describe como un viejecillo ególatra y malévolo, que se consideraba el Patriarca de las Letras españolas, afirmaba que sus libros se vendían solos y se jactaba de haber impedido que el Premio Nóbel de Literatura fuera para el poeta Salvador Rueda. Justicia poética: años después él mismo promovería su candidatura al Premio Nóbel y sería derrotado por la noruega Sigrid Undset.

+ César González-Ruano: En los finales de los 50 y los 60, posiblemente fuera el periodista más leído del país y, desde luego, el que mejor vivía de la literatura. Sí, hubo un tiempo en que la literatura daba para vivir bien. González Ruano salió brevemente del olvido en 2014, cuando Rosa Sala Rose y Plácid García-Planas publicaron “El marqués y la svástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado”, donde le ponían de canalla para arriba. Eso del escándalo vende bien, porque durante unos meses González-Ruano volvió a las librerías. Aprovechando el tirón, publicaron sus diarios que lo revelan como lo que fue: un prosista brillante y ameno, un trepa y un vividor con pocos escrúpulos.

+ Fernando Villaespesa: A comienzos del siglo XX reinaba en Madrid como el gran poeta modernista. Se las daba de maestro de poetas en flor y le gustaba epatar con sus modales de bohemio sibarita, que es la mejor manera de ser bohemio. En aquellos días de vino y rosas, sobre todo de vino, no tenía abuela: “El ritmo, el gran rebelde, me rinde vasallaje,/ y cuando quiero ríe, y cuando quiero vuela,/ y he domado a mi estilo como a un potro salvaje,/ a veces con el látigo y a veces con la espuela.” El modernismo me carga bastante, pero reconozco que Villaespesa es de lo más salvable de la escuela.

Entre 1917 y 1931 pasaría más tiempo en Iberoamérica que en España y creo que es entonces que comienza su marcha hacia el olvido. Villaespesa es uno de esos autores donde el personaje era casi tan importante como la obra y en cuanto el personaje dejó de estar presente, para llamar la atención, comenzó a declinar el interés por su obra. Tampoco le favoreció su falta de evolución. En los años 20, cuando el modernismo ya era una antigualla, arrumbada por las vanguardias, Villaespesa siguió practicándolo con el mismo celo con que lo había practicado 25 años antes, pero el modernismo había dejado de interesar. Villaespesa tuvo la desgracia de ver cómo su obra ya empezaba a ser olvidada, mientras él estaba todavía en vida.

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