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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Se equivocaron de japonés

Emilio de Miguel Calabia el

Me gusta la literatura japonesa y llevaba varios años deseando que le dieran el Premio Nobel de Literatura a un autor japonés. Este año la Academia sueca cumplió mi deseo, pero desgraciadamente se equivocó de japonés. No era Kazuo Ishiguro el escritor en el que yo estaba pensando.

Vaya por delante mi opinión de que Ishiguro es un escritor sobrevalorado. Tuvo la fortuna de que de su novela “Lo que queda del día”, que es meramente pasable, James Ivory hiciera un peliculón. A partir de ahí gente que sin duda no lo había leído, empezó a pensar que Ishiguro era lo más y los académicos suecos se lo creyeron.

De él he leído dos novelas. La primera fue “Lo que queda del día”, que me decepcionó después de haber visto a la película. La otra es “Cuando fuímos huérfanos”. Es tan mala que podría haberlo escrita Álvaro Pombo, tan mala que hay momentos en los que el lector se pregunta si Ishiguro no le estará tomando el pelo y en la última página se encontrará una nota que diga: “Capullos, ¿de verdad os creísteis que esto era literatura?”

“Cuando fuímos huérfanos” además de ser mala, tiene ínfulas de ser alta literatura. No sé porqué a todos los que pretenden que están creando alta literatura les da por no empezar las historias por el principio, sino por la mitad y a partir de ahí marear al lector con idas y venidas al pasado. Ishiguro calca esta técnica.

La novela arranca en Londres en 1923, cuando Christopher Banks está iniciando su carrera de detective; cinco páginas más adelante ya tenemos al protagonista recordando cuando tenía catorce años. Luego la acción vuelve al presente y vemos cómo se desarrolla su carrera detectivesca y cómo toma contacto con la fascinante y activa Sarah Hemmings. Bueno, Ishiguro la presenta como fascinante y activa; a mí me parece una petarda de la peor especie. Finalmente, en la página 61, el autor nos hace retroceder treinta años en el tiempo, a cuando Christopher Banks tenia seis años y vivía con sus padres en la Concesión extranjera de Shanghai. El niño Banks jugaba en el jardín a detectives con su amiguito japonés Akira y el lector lamenta en que uno de sus juegos no se hubiera descalabrado, para ahorrarnos las 300 páginas de novela que aún quedan a esas alturas del partido. Un buen día su padre desaparece y poco después lo hace su madre. Lamentablemente Christopher no desaparece y la novela continua.

Tras el episodio de Shanghai, volvemos a la mitad de los años treinta. Christopher Banks se ha convertido en todo un personaje en la sociedad inglesa. Se codea con la nobleza en las fiestas de la alta sociedad y los aristócratas le preguntan por su opinión sobre la actualidad internacional. Tan novelero como irreal. En la Inglaterra de los años 30, los detectives gozaban de la misma consideración que los lecheros. Si uno de ellos hubiera asistido a una cena de gala, habría sido como camarero y lo más que le hubieran preguntado habría sido si el lenguado estaba bueno.

Lentamente, los acontecimientos le van imponiendo la obligación moral de regresar a Shanghai y tratar de desentrañar lo que ocurrió a sus padres. Por un lado, la opinión pública empieza a preguntarse porqué un detective tan bueno no se pone a trabajar en el misterio de su pasado. Resulta curiosa la idea que tiene Ishiguro sobre cuáles eran las grandes preocupaciones de la opinión pública en vísperas de la II Guerra Mundial. Por otro lado, está el ejemplo de Sarah Hemmings, quien va con su marido, el estadista Sir Cecil Medhurst, a Shanghai para frenar la catástrofe que se prepara allí, una catástrofe que amenaza la civilización. Según Ishiguro: “…la gente con conocimiento compara a nuestra civilización con un montón de paja al que le están arrojando cerillas encendidas.”

Aquí es preciso detenerse y reírse un rato de la ignorancia histórica y la pretenciosidad de Ishiguro. La guerra chino-japonesa mató a millones de personas, pero nunca puso en peligro al mundo. Japón tenía más ambiciones que recursos y era cuestión de tiempo que las potencias anglosajonas le frenaran los pies. Si las potencias anglosajonas no intervinieron antes fue porque estaban atareadas con la verdadera amenaza, la Alemania de Hitler. Por otra parte, la idea de que un estadista entrado en años y sin más autoridad y poderes que los que la pedorra de su esposa le ha conferido, pueda frenar una crisis internacional, es infantil.

Finalmente Christopher Banks viaja a Shanghai y le da una excusa a Ishiguro para mostrarnos un escenario de cartón piedra. Para ocultar que todo lo que sabe sobre cómo es una ciudad en guerra, lo ha sacado de películas y novelas, se excede en las descripciones y en las reflexiones del personaje. Porque ésa es otra, el pobre Christopher Banks no puede parar de reflexionar sobre todo lo que ve, lo que habla y lo que hace. Bueno, hacer no hace tanto en la novela, porque reflexionar apenas le deja tiempo para otros menesteres. En Shanghai se encuentra con una Sarah Hemmings y un Sir Cecil agotados. No están teniendo el éxito que anticipaban y la crisis continúa. Hasta la inoperante Liga de Naciones habría sido más efectiva.

Llegados a este punto, Ishiguro sintió que tenía que inyectarle acción a la novela. Hasta él mismo se había cansado de las reflexiones de su protagonista. Así que le puso a buscar la casa en la que supuestamente estarían retenidos sus padres desde hace años. Por desgracia, la casa está en medio de la zona de batalla entre japoneses y chinos. Ishiguro le manda a la aventura a Christopher con unos cuantos soldados chinos y al lector le manda a setenta páginas de despropósitos. Aquí es donde creo que todo lo que Ishiguro sabe de la guerra lo aprendió viendo chistes de Gila.

Christopher se adentra en la tierra de nadie y, para que no falte nada, Ishiguro hace que se encuentre con su amigo Akira, que ahora es un oficial japonés y ha sido capturado por unos civiles chinos. El Ejército japonés en China debía de encuadrar a unos 300.000 soldados. Ya es casualidad que el primer oficial que Christopher se encuentra sea Akira.

En fin, tras setenta páginas de disparates, Banks vuelve a la seguridad de la Concesión Internacional. Sus padres no estaban en la casa que le habían dicho. En la Concesión Christopher se reencuentra con su tío Philip, quien le cuenta la verdad de lo ocurrido. Su padre se fugó con una amante. Su madre quiso ocultárselo para protegerle. Más tarde su madre fue secuestrada por un señor de la guerra, a causa de sus actividades para frenar el tráfico de opio. El señor de la guerra la mantuvo como esclava sexual durante años.

Ya podría el tío Philip haberse tomado la molestia de enviarle una carta a Christopher a Inglaterra contándole los hechos. Él se habría ahorrado el viaje y nosotros, la novela.

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