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Blogs El bochinche venezolano por Ludmila Vinogradoff

Entre derrotados y frustrados

Ludmila Vinogradoff el

El exiliado Lorent Saleh ha dicho que los venezolanos se sienten “derrotados” porque no ven el día en que Nicolás Maduro deje la Presidencia a la que se aferra como una garrapata. “Ni falta poco ni será fácil. Es y será difícil”, sentencia en su entrevista madrileña.

Lorent Saleh

Tras cuatro años de tortura en la prisión de la tenebrosa policía secreta del Sebin en Caracas, el joven político se lleva al exilio una visión bastante deprimida de la realidad que viven los venezolanos, luego de haber sido desterrado por el régimen dictatorial de Maduro.

Más que derrotados los venezolanos se sienten frustrados y decepcionados de los políticos en general. El gran drama del 80% de sus habitantes que quiere ver fuera a Maduro, es la falta de unidad entre los partidos de la oposición. La coalición de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se fracturó este año, dejando en la orfandad a la mayoría, lo que ha favorecido al régimen para perpetuarse en el poder.

A lo largo de estos 19 años de chavismo las fuerzas opositoras han hecho de todo para sacarlo del poder como intentona golpista, huelga petrolera, marchas, protestas y muchos muertos en su haber.  Salvo en contadas ocasiones,  como en el referéndum de 2007 para imponer  una constitución socialista o en las elecciones legislativas del 2015, la oposición ha ganado en las urnas.

La clave del por qué el régimen chavista-madurista no ha caído todavía se debe a su naturaleza delincuencial. Un gobierno conducido por verdaderos políticos con talante democrático ya hubiera dejado el poder hace mucho tiempo y no hubiera permitido la destrucción del país ni el éxodo masivo de su población.

Cada venezolano que decide emigrar se va con la idea de volver. Entre los que se han ido y los que se han quedado comparten en común el sufrimiento por la dura crisis y la esperanza de un pronto cambio pero también la angustia y la incertidumbre de no saber cuándo será posible eso.

Hace falta la chispa que encienda la pradera o un líder que encante a las masas. Ningún político opositor, por sí solo, ha podido convocar a las masas. Ninguna organización está en capacidad de hacerlo. Tampoco las sanciones internacionales podrán derrotar a la élite de delincuentes porque no les importa gobernar sobre las ruinas de un país.

Pero hay una fecha mágica,  si se quiere ver así, como el 10 de enero de 2019,  cuando vence el período de Maduro y termina su legitimidad presidencial. A partir de ahí cualquier cosa puede ocurrir. El mandatario anda en el filo de la navaja aunque pretenda tomar posesión por su reelección fraudulenta como dictador. Y tendrá que regalar las entradas para poder rellenar las gradas de su juramentación porque nadie lo ha reconocido a excepción de un puñado de gobiernos oportunistas. Su coronación entonces llevará la etiqueta del “ilegítimo”.

 

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