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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Buena Vista Social Club, el adiós de los rumberos de ayer

Buena Vista Social Club, el adiós de los rumberos de ayer
Álvaro Alonso el

El día 23 de marzo World Circuit ponía en circulación un nuevo disco de Buena Vista Social Club titulado Lost & Found. Como recordarán los aficionados, el proyecto original de Ry Cooder -reforzado luego gracias a la película de Wim Wenders– coaguló en unas grabaciones realizadas en la Habana que se prolongaron siete calurosos días y noches de 1996 y en las que aunaron fuerzas “los grandes nombres de la edad de oro de la música cubana de los años 50”. El sonido orgánico, sudoroso de aquellas grabaciones dio a conocer la maestría de los soneros de la isla a un público entusiasta completamente ajeno al universo latino.

Lejos de ser una curiosidad, el nuevo disco Lost & Found de Buena Vista Social Club es un documento imprescindible y será, pasados los años, posiblemente un disco irrepetible. Contiene seis temas en la cara A y siete en la cara B, de muy diversa procedencia. Pero antes de ocuparnos de ellas reivindiquemos a Santiago Auserón, quien se adelantó un lustro a Ry Cooder al compilar y reprocesar laboriosamente las matrices originales de los viejos discos editados por Egrem, en su doble disco Semilla del son (Animal Tour RCA 1991).

Los discos de Egrem, conviene recordarlo, comienzan su andadura en 1974 gracias a la labor impagable de asesoramiento y producción de María Teresa Linares (La Habana, 1920), una mujer sabia dedicada al son en cuerpo y alma y que cumplirá en agosto los 95 años.

Detalla Auserón los orígenes: “Cuando en 1898 Cuba se liberó por fin del doloroso estatuto del desdén colonial, enfrentándose a intereses más ávidos y cercanos, la influencia germinal del son estaba comenzando a extenderse. Pronto se convertiría en el núcleo de la conciencia musical de la isla, y luego de todo el Caribe, haciendo sentir más allá del mundo hispano su poder de seducción”.

Una noche de 1932, Piñeiro conversa con Gershwin en La Habana, “mostrándole, en el brillo de sus ojos, el fondo de su histórico argumento”. Unas notas de “Échale salsita” quedarán plasmadas en su Obertura cubana.

A la inversa, el mismo Piñeiro había visitado Nueva York en 1926 con el conjunto de María Teresa Vera, seguido dos años después por el Trío Matamoros, quienes ejercen una notable influencia posterior en las grabaciones de “be bop”, “latin jazz”, “latin soul” y “boogaloo”, estilos que confluirán en la etiqueta genérica de la “salsa” en los años de hegemonía de la Fania.

Volviendo a los orígenes del son, Santiago Auserón los sitúa a finales del siglo XIX: “Suele admitirse que la influencia del son se desplazó de Oriente a Occidente, siguiendo los movimientos de las tropas rebeldes originados en torno a Santiago de Cuba, en su lucha contra los españoles por el control del centro y la capital de la isla. A las ciudades de Guantánamo, Baracoa, Manzanillo y Santiago, con sus regiones adyacentes, se atribuye la creación de elementos fundamentales en la formación del son”.

El son, gracias al flujo constante de estrellas campesinas que se dirigen hacia La Habana, Matanzas, Camaguey o Cienfuegos, “contamina poco a poco las danzas de los salones y las academias, en un proceso de coloración musical que dará lugar al danzón y al danzonete, y luego al mambo y al cha-cha-chá”. Así se genera una música de carácter autóctono cuyas principales raíces son la española (fruto de la inmigación canaria y andaluza que aporta coplas y romances, la cuerda pulsada y la métrica de verso octosílabo en redondillas y décimas) y la africana (con su polirritmia, en el arte de sus griot, cronistas y trovadores de tradición oral), salpicadas por el constante influjo de las “jazz-bands”  norteamericanas que desde los años treinta invadían la isla con sus sonoridades a través de la radio.

El formato clásico será el sexteto que cristaliza en La Habana en 1920, compuesto por contrabajo, tres, guitarra, bongó alternando con cencerro, maracas y clave. Pronto se añadiría la trompeta para formar los septetos. De estos instrumentos tiene para el son vital importancia el tres, híbrido de la guitarra y el laúd, que consiste en una guitarra de seis cuerdas agrupadas dos a dos, al unísono u octavadas, proporcionando las tres notas básicas que le dan nombre. Los tumbaos surgen del tres, debido a su estilo de pulsación.

El sexteto de los años veinte de Alfredo Boloña o el Habanero pasó a ser a partir de 1927 septeto con trompeta, siendo su principal exponente el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro. Ya entrados en los años cuarenta Arsenio Rodríguez amplía el conjunto sonero, añadiendo metales, piano y tumbadoras. Y la ampliación continuará hasta llegar a la Banda Gigante de Beny Moré, “el bárbaro del ritmo” en los años cincuenta tras su experiencia en México con Pérez Prado. Como explica el musicólogo, pianista y compositor Norberto Shand, la novedad del Beny consistió en “otorgar a los saxofones las funciones del tres en los septetos soneros”.

“Pero la época dorada del son -prosigue Auserón- terminará con el bloqueo al que Cuba tendrá que hacer frente a partir de los sesenta. Un grupo selecto de músicos caribeños, muchos de ellos cubanos, difundirá entonces desde Estados Unidos la herencia del Beny y de Arsenio, De Lili Martínez Griñán y de Chano Pozo, cuyos estilos y toques se habían ido convirtiendo en leyenda”.

En Semilla del son fueron rescatadas algunas de las estrellas de lo que vendría a ser en 1996 Buena Vista Social Club. Así, además de recolectar canciones del Septeto Nacional, el Trío Matamoros, Abelardo Barroso, Beny Moré, Joseíto Fernández (el autor de “Guajira Guantanamera”), podían escucharse también dos temas ahora presentes en las versiones del Buena Vista Social Club, las dos de Arsenio Rodríguez (una especie de Ray Charles del son, puesto que perdió la vista a los trece años): “Mami, me gustó” interpretada por el propio Arsenio y su conjunto; y la otra, “Bruca Maniguá”, que abre la nueva entrega de Lost & Found y que Auserón recuperó en su Semilla del son en la voz de Miguelito Valdés, alias “Mister Babalú” -no confundir con el trompetista del mismo nombre-, muerto en Bogotá en 1978. Una versión arrolladora grabada en 1937 para RCA Victor con la orquesta Casino de la Playa. Arsenio Rodríguez, uno de los grandes autores con Miguel Matamoros, murió casi olvidado en Los Ángeles, California, en 1972.

En Lost & Found se recoge la versión en vivo en el Zenith de París de Buena Vista Social Club con la voz estelar de Ibrahím Ferrer, cuya carrera había comenzado en los cincuenta en la Banda Gigante de Beny Moré. También de Arsenio Rodríguez se recoge en vivo “Mami, me gustó” interpretada por la voz de Ibahím Ferrer y su orquesta, con potentes solos de Orlando “Cachaíto” al contrabajo, Jesús “Aguaje” Ramos al trombón y Manuel “Guajiro” Mirabal a la trompeta.

El disco mantiene la tensión y el pulso de principio a fin pese a contar con temas extraídos tanto de grabaciones en vivo como de estudio. Entre las que no fueron incorporadas en su momento, destacan las de Omara Portuondo. “Tiene sabor” iba a formar parte del disco de 2004 Flor de amor, pero la energía desatada por las guitarras -eléctrica incluida a cargo de Jorge Chicoy-, la batería, los timbales, la clave, el contrabajo, el violín y el guiro no correspondía con el resto del álbum. Es una suerte que haya sido recuperada. De la misma manera que la grabación perdida que Omara Portuondo hizo del universal “Lágrimas negras” de Miguel Matamoros junto a la guitarra y coros de Elíades Ochoa, el contrabajo de Cachaíto, los bongos de Carlos González, las maracas de Alberto “Virgilio” Valdés, el laúd de Barbarito Valdés y el dumbek de Joachim Cooder.

Hay mucho en lo que deleitarse, por ejemplo con “Macusa”, otra de las sesiones del Buena Vista recuperadas de 1996 escrita por Francisco Repilado (Compay Segundo) acompañado a dúo por Elíades Ochoa a la voz y guitarra, bajo, coro, bongos, dumbek y maracas. Así también con el propio Elíades Ochoa solo con voz y guitarra cuando interpreta “Quiéreme mucho” y “Pedacito de papel”, este último un precioso tema del dominicano Francisco Simó Alberto Damirón que es uno de los momentos más bonitos del disco. Elíades Ochoa la grabó pasada la medianoche, al terminar las sesiones en Egrem para el disco de Ibrahím Ferrer de 1998. O “Bodas De Oro”, un danzón clásico firmado por Miguel Faílde, creador del género, donde el gran pianista Rubén González se mide con su hijo, Rubencito, sobre un fondo de seis trompetas cabalgando sobre congas, bongos y timbales. Y así hasta contar trece, trece hermosas canciones cada una de ellas con su propia historia, perdidas y hoy recuperadas para la posteridad. El disco ha sido producido por Nick Gold, excepto “Macusa” y “Lágrimas negras” que fueron producidas por Ry Cooder.

 

 

 

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